—Ya vengo, seguro ya llegó la comida —le dijo a Nina, quien flotaba boca arriba mirandolo con una sonrisa burlona. ―No me contestaste—respondió Nina, hundiéndose aún más en el jacuzzi hasta que el agua le llegó casi hasta la barbilla. Salomón se dirigió hacia la entrada de la habitación, abrió la puerta y Marwhan ya esperaba con esa puntualidad militar que caracterizaba a todo el personal de la mansión Al-Sharif. El administrador llevaba una bandeja de plata pulida que brillaba como un espejo, cuidadosamente cubierta con una servilleta de lino bordada con hilos dorados que formaban el escudo familiar. —Esto es para usted y su baño, señor —anunció Marwhan con esa deferencia formal que había perfeccionado durante décadas de servicio, extendiendo la bandeja hacia Salomón mientras mantenía

