Sus movimientos tenían esa precisión que había desarrollado alguien acostumbrado a horarios estrictos de medicación sin saber que Hassan de manera sigilosa la perseguía. «Perfecto, ¡estará sola!» —pensó Hassan con satisfacción estratégica, acelerando ligeramente el paso para interceptarla antes de que desapareciera en el baño del personal. Cuando Leila llegó frente a la puerta del baño de mujeres y comenzó a buscar su manzana para tomarse aquella píldora fuerte de su quimioterapia, pero luego una voz masculina familiar cortó el silencio del corredor como un rayo inesperado: —Leila. Ella se giró bruscamente, con sus ojos agrandándose por la sorpresa absoluta al reconocer la figura imponente de Hassan Al-Rashid parado a solo unos metros de distancia. Su corazón comenzó a latir con una fu

