La ingenuidad de la pregunta contrastaba poderosamente con la gravedad de la situación, revelando aquella parte de Nina que, a pesar de todo lo vivido, conservaba una curiosidad casi infantil sobre cómo funcionaba el mundo privilegiado al que ella nunca había tenido acceso. —Porque me gustaste y quiero hacerlo a la antigua —respondió él, con una franqueza que resultaba casi desarmante después de tantas capas de engaño—. Esas mujeres de las que hablas hay que hacerles una inseminación artificial. Yo, quiero a mi hijo a mi manera. La posesividad en sus palabras era casi palpable, vibrando en el aire acondicionado del vehículo como un animal enjaulado. La idea de que su semilla fuera manipulada en un laboratorio parecía ofender su sentido primitivo de masculinidad, una noción que su cerebro

