—Walaikum assalam wa rahmatullahi wa barakatuh —respondieron los tres anfitriones al unísono, completando el saludo tradicional con la formalidad requerida por las circunstancias, aunque sus pensamientos estaban lejos de ser tan respetuosos como sus palabras. —Mashallah, qué bueno tenerte aquí, Abdullah —dijo Salomón con hipocresía perfectamente disimulada, intercambiando el habitual saludo de besos en las mejillas, tres en cada lado como dictaba la tradición. El contacto breve de sus rostros provocó un escalofrío apenas perceptible en Abdullah, quien se esforzó por mantener la compostura a pesar de la proximidad física con el objeto de su fijación secreta. «¡Ay, huele delicioso, este maldito!»―pensó. Pero luego, Abdullah carraspeó su garganta y respondió: —Alá sabía que no me iba a p

