―Me gustas como me aprietas. Eso me excita como no tienes idea. Nina, aún perdida en las secuelas de su clímax, con las piernas temblando y los ojos cerrados, respondió en un susurro jadeante: ―¿A-apretar? Salomón, con la respiración entrecortada, bajó la cabeza hacia su cuello, y su aliento cálido rozaba la piel sensible de Nina mientras murmuraba con los ojos cerrados: ―Sí, me encanta… cómo me aprietas… cuando estoy dentro de ti. Nina no sabía que lo hacía inconscientemente, pero al parecer, a “su amo” le encantaba. ―Qué… bueno —respondió ella, con su voz temblorosa mientras sentía el peso de él sobre su cuerpo, y su calor la envolvía. Desgraciadamente, le gustó esa sensación, la forma en que él la llenaba, la dominaba, la reclamaba. Pero también la asustaba. La familiaridad co

