Por primera vez en su vida adulta, Salomón Al-Sharif, el hombre que había enfrentado mafias sin pestañear, que había torturado enemigos sin mostrar misericordia, que había construido un imperio criminal mientras mantenía una fachada de respetabilidad absoluta, se encontraba completamente paralizado por un conflicto emocional que no sabía cómo resolver. —Está bien —repitió finalmente, aunque las palabras salieron de su garganta como si estuviera tragando cristales rotos. Mustafá se incorporó lentamente, ajustando su thobe con movimientos que hablaban de décadas de protocolo refinado. —Bueno, te dejo para que tengas un momento a solas con tu padre —dijo con la sabiduría de quien comprende que ciertos momentos requieren privacidad absoluta—. Estaré en mi oficina revisando la documentación

