―Tranquila yo pago―miró al cocinero―prepare tres por favor.
―Claro que si señor―dijo el cocinero.
Nina miraba a Ahmed de reojos con su corazón latiéndole y enseguida se dijo en pensamientos:
«Ahora… me va a regalar esto, este hombre es un ángel»
―Gracias… señor.
―No… hay de que―dijo Salomón tratando de modular su voz. Quería que le saliera más callejera pero no podía.
Mientras tanto, Amir trabajaba con la eficiencia de quien ha preparado miles de shawarmas a lo largo de décadas. Sus manos, envejecidas por el calor y con pequeñas cicatrices de quemaduras antiguas, rebanaban la carne dorada del espetón giratorio con precisión quirúrgica. Cada movimiento era fluido, casi hipnótico, mientras colocaba generosas porciones sobre los panes de pita calientes, añadía verduras frescas picadas,
