Su respuesta, apenas un susurro en la habitación silenciosa, contenía el peso aplastante de años de humillaciones silenciadas, de dolores escondidos bajo maquillaje y sonrisas falsas, de excusas inventadas para proteger a su abusador. Sus ojos, normalmente esquivos por el hábito de evitar provocar ira en quienes la rodeaban, se mantuvieron fijos en los de "Ahmed", como si en ellos encontrara algo que nunca había visto antes: alguien que realmente veía más allá de sus mentiras protectoras, alguien que reconocía su dolor sin juzgarlo, sin exigirle explicaciones. —Gracias por defendernos, señor —intervino Emir, con una gratitud tan pura y descarnada que iluminó momentáneamente su rostro adolescente, contrastando dolorosamente con la rareza que representaba para ellos recibir ayuda de cualqui

