—¡Solo... se me cayó algo! —respondió finalmente Nina, con voz temblorosa, pasándose una mano por el cabello en un gesto nervioso—. ¡Vu- vuelve a dormir, todo está bien! Salomón, el pene bien duro, debajo de esos pantalones recomponiéndose con la rapidez que solo décadas de situaciones comprometedoras podían proporcionar, adoptó una postura más casual, recostándose contra la encimera de la cocina como si nada hubiera ocurrido. Pero el fuego en sus ojos marrones (gracias a los lentes de contacto) continuaba ardiendo con una intensidad que contradecía su aparente calma. Conocía perfectamente esta situación: el momento interrumpido, la tensión suspendida en el aire como un hilo invisible entre ambos, el deseo momentáneamente frustrado pero no apagado, solo pospuesto. —¿Segura? —insistió Emi

