―Mierda… señor, Ahmed.
Nina, con los ojos aún cerrados, comenzaba a perderse en un torbellino de sensaciones. El dolor inicial había dado paso a un placer intenso que crecía con cada movimiento de Salomón. Su cuerpo, que durante años había sido solo un recipiente de dolor y desprecio bajo las manos de Driztan, ahora despertaba, florecía, redescubría su capacidad para el placer.
—Se siente... —intentó articular, pero las palabras se le escapaban, reemplazadas por pequeños jadeos y gemidos entrecortados―Ah… ah… ah… ah…
Salomón, entendiendo lo que intentaba decir, sonrió en la oscuridad. Sabía exactamente lo que ella estaba experimentando: ese momento en que el cuerpo supera sus propios límites y descubre nuevas dimensiones de placer. Lo había visto innumerables veces en otras mujeres, per
