«Me encanta cuando me mira así»― pensó ella, sorprendida por la vulnerabilidad placentera que nacía bajo aquel escrutinio.
En ese momento, Salomón desabrochó el sujetador con un movimiento pausado pero seguro. Los senos medianos de Nina quedaron liberados, perfectamente proporcionados para su figura, coronados por pezones pequeños de un rosa oscuro que comenzaban ya a endurecerse bajo la mirada ardiente que los contemplaba. Para Salomón, eran verdaderamente divinos: no excesivamente grandes, pero llenos, con una curva natural que parecía diseñada específicamente para el contorno de sus manos.
Tan diferentes de los senos artificialmente perfectos a los que estaba acostumbrado, con su autenticidad indómita que los hacía infinitamente más deseables. Sin romper el ritmo ceremonial del momen
