En la penumbra de la habitación cargada de calor y deseo, bajo el disfraz de “Ahmed”, Salomón la moldeaba como arcilla en sus manos para cuando se acostara con ella como “Salomón” «No importa si por ahora no gime mi nombre. Pero lo hará» Nina, atrapada bajo el peso de su enorme cuerpo, sentía cada fibra de su ser al borde de la ruptura, pero no era un dolor que la quebrara, sino uno que la encendía, un fuego que lamía su piel y la llevaba a un abismo de placer desconocido. Cada embestida lenta y deliberada era una dulce tortura, el grosor de su pene abriendo su vag¡na con una intensidad que la hacía jadear, un ardor que se entrelazaba con un éxtasis tan profundo que le robaba el aliento. «Diossss…. esto… me encanta»―pensaba mientas sus manos, temblorosas, se aferraban a la espalda de él

