La mención de "la turca" tensó visiblemente los hombros de Salomón. Karina, la bailarina de danza del vientre que había captado su atención tres años atrás, y por quien había comprado un edificio entero en Estambul solo para poder espiarla desde su ventana. Un capricho que le había costado diez millones de dólares y dos meses de su vida, hasta que después de un romance, ella no le aguantó su fetiche y su ritmo s£xual. —Fue solo para saber si no se veía con otros hombres―Con un gesto altivo, alzó su ceja gruesa pero perfectamente delineada. Salomón no era hombre que diera su brazo a torcer, ni siquiera ante la evidencia más clara. —Sí, claro —respondió Hassan, poniendo los ojos en blanco mientras doblaba una camiseta particularmente fea y se la entregaba—. De haber sabido que te gustaba

