—Gracias por traerme —le dije a Rachel y Vincent a la cabeza del todoterreno verde, pues se habían ofrecido a traerme a casa.
Tras una hora de debate, habíamos llegado a la conclusión de que lo que paso anoche se quedaría "anoche". Hicimos voto de silencio pactando nuestro pequeño secreto, más que pequeño... GIGANTESCO secreto. También le prometí a Rachel que hablaríamos sobre el asunto pero que ahora no me apetecía hablar del tema, o mejor dicho, del mayor error de mi corta vida.
Anduve por el caminito que daba a mi casa. Era un chalet color pastel que mi madre se había encargado de reformar tanto externa como interiormente. Frente a mi casa había un jardín delantero más soso que el pan, los demás jardines como el de mis vecinos, andaban cubiertos de flores y arbustos retorcidamente cortados en figuras. Eramos la rareza del barrio por lo que veía desde que nos mudamos a Vingstone, este maldito pueblo en el que no lo logró encajar.
—Por última vez le digo que yo no he encargado este paquete —era la voz de mi madre quejándose al repartidor que había en la entrada.
Me acerqué para ver qué demonios pasaba.
—Señora, yo solo envió paquetes al lugar que me mandan, así que haga el favor de firmar aquí. —le dio a mi madre una hoja dónde firmar—. Espere un momento... ¿Es usted la señorita Weels?
«¿Weels?» ¡Ese era el apellido de Logan!
—Mamá, ya me encargó yo, tú entra dentro —dije evitando tener que darla explicaciones.
Aún no había pensando la forma de decirle que me había casado, pues no sabría cómo se lo tomaría. Mi madre era una mujer guapa a la que los años la cuidaban bien y yo esperaba ser como ella a su edad. Apesar de su belleza, después de divorciarse de mi padre se volvió a casar, y otra vez, hasta que llegó la última—y espero que definitiva— que fue cuando nos mudamos a Vingstone. Ahora vivimos con su marido Ted y mi hermanastra Mollie.
—Yo soy la señorita Weels —anuncié quitándole el bolígrafo de la mano a mi madre.
Nada más decir eso, me percaté de que..... mi apellido ¡ya no era mi apellido! Giselle Weels, sonaba tan tan tan mal.
Nada más firmar, el repartidor se marchó y nos dejo con el paquete enfrente de la puerta.
—Giselle dame una explicación a lo que acaba de pasar.
—Deja primero que vea lo que es —dije yo cambiando de tema dado que las dos nos moríamos por saber qué había en la caja de medio metro que estaba en nuestro porche.
Me escondí los mechones de mi pelo marrón claro, casi rubio, entre las orejas y comencé a rasgar la cinta que cerraba la caja blanca. Tras varios segundos de tensión logré abrirla y mi rostro palideció.
Un folleto de la iglesia de casamientos rápidos y por supuesto que nada católica. En el folleto ponía "Para los recién casados Mr.Weels & Mrs.Weels un PACK ENTERO encargado en la iglesia Harvery Hallow."
Quería morirme, quería morirme allí mismo y que me enteraran muy muy hondo.
Un pack entero con fotografías con marcos de corazones de la boda. En las que salíamos Logan y yo. Rachel y Vincent haciéndonos de padrinos, también borrachos. Tenía que reconocer que en las fotos salía razonablemente bien. Lo que más me sorprendió es que... ¡llevaba puesto un vestido blanco de novia! Me pregunté de donde lo habría sacado. Aparte de las fotos había un juego de almohadas con nuestras caras y varias tazas de desayunar.
Oí la carcajada procedente de mi madre y me di cuenta de que acababa de ver lo que más temía.
—Madre mía Giselle —decía entre risas—. No puedo creerlo.
La mire con cara de "mamá me he casado y te estas riendo". ¡Mi propia madre se partía de risa a costa mía!
Cogí una de las tazas con la foto de Logan y mía en la que salíamos dándonos el lote tras el sí quiero. ¿Y qué hice? La lancé por los aires como una loca y esta, al chocar contra el suelo del caminito embaldosado, se partió en mil trozos consiguiendo calmar, en cierta parte, mi ira. Estaba descontrolada lanzando las fotografías por todo el jardín y pisoteandolas. Y de fondo tenía la banda sonora de la constante risa a pleno pulmón de mi madre. Ella solía ser una persona autoritaria e imponente, ya no la reconocía.
Tras acabar con todas las tazas, me senté en los peldaños de la entrada y me tiré de los pelos.
—Cielo tranquilizante — me dijo ella sentándose a mi lado—. Todas cometemos errores.
Yo no respondí, solo mire al suelo absorta en mis pensamientos de odio hacia Logan.
—Siento haberme reído, pero tienes que admitir que esto no el ocurre a una nunca.
—¿El qué? —quise saber mientras recogía una foto del suelo y la partía en dos.
—Siempre esperé que mi hija se casará.
Yo también mamá, yo también. Lo que no esperaba es que fuera con él.