ERIK
Habían pasado tres años desde que mi papá había fallecido y me había divorciado del amor de mi vida. Sí, fui un completo imbécil que estaba pagando las consecuencias de unos actos egocentristas que habían lastimado a muchas personas a mi paso.
La vida me había golpeado tan duro, que había tocado fondo y estuve a punto de quitarme la vida dos veces seguidas, y lo único que me mantuvo en este mundo fue mi hijo, que me necesitaba. No podía dejarle la misma ausencia de un padre, que yo estaba sufriendo.
Así que decidí pedir ayuda y comencé a ir a terapia. Mi psicólogo vio que tenía un put**o desmadre en la cabeza y terminé yendo con una psiquiatra.
— ¿Y cómo va la relación con Alana? Me contaste el otro día que te enteraste de que de nuevo está embarazada —. Estaba recostado en el diván de la terapia. Había sido un gran paso haber dejado los ansiolíticos atrás, aunque seguía recurriendo a las pastillas para dormir cada cierto tiempo.
— Creo que lo tomé mejor esta vez —. Después de estar tres años en terapia, me era más fácil hablar con él sobre estos temas. No había podido lidiar con la culpa de la muerte de mi papá, no había podido regresar a su casa donde ahora vivía Mauricio. Seguía despertando con pesadillas algunas noches, aunque eran menos frecuentes.
— Cuéntame —. Pearson, el apellido de mi psiquiatra, mantuvo una postura natural con su bloc de hojas blancas y una pluma.
Tomé aire y miré hacia el techo. Me era más fácil hablar de esa manera.
— Me dijo su hermano, que en una comida por el cumpleaños de Nick, su esposo, dio la sorpresa de que serían papás de nuevo —. Tragué saliva—. Me alegro por ella, de verdad que me alegro de que las cosas se le estén dando bien. Después de lo que vivió conmigo se lo merece —. Tenía la incomodidad en la punta de la lengua.
— ¿Qué es lo que pasa, Erik? —Odiaba que me pudiera leer tan bien.
Cerré los ojos, y conté hasta diez, como él me había enseñado. Me tranquilicé un poco,
— Pasa que no he dejado de pensar en el hecho de que yo habría estado viviendo eso con ella, si no hubiera sido un completo imbécil de mierda. Era la vida que mi papá quería para mí, y yo la cagué hasta. . . Ya sabes. Perdió la vida por mi soberbia. Aún no lo supero del todo y creo que nunca lo voy a hacer.
Pensar en mi papá me daba ataques de ansiedad. Lo único que me mantenía con vida era mi hijo. Mi pequeño Mark.
— ¿A tu papá le habría gustado que reaccionaras de esta manera?
— No.
— ¿Te habría culpado por las acciones de alguien más?
Negué con la cabeza.
— Entonces, ¿por qué sigues culpándote por algo en lo que no tuviste control?
— Porque no merezco ser feliz —. Era tan claro, tan simple. Solo viviría por mi hijo.
Así era mi vida.
*
Llegué al pent house que había comprado para vivir con mi hijo. Alana me había dicho que me quedara con el dinero de la propiedad en donde habíamos vivido en el tiempo que estuvimos casados.
No había querido conservar una casa que estaba lleno de recuerdos dolorosos para ella, y que me recordaba lo mala persona que era. La había vendido y me decidí a iniciar una nueva vida al lado de mi bebé, pero el cargo de consciencia estaba siendo una perra conmigo.
Tres años, y no podía superarlo.
— Papi —. Mark fue corriendo hasta a mí con sus pasitos torpes para saludarme. Mirella, su nana, llevaba un delantal manchado tomate, pues a mi hijo últimamente le encantaba jugar con su comida antes de comerla. Decía que era Godzilla comiendo edificios.
Era lo único bueno que había hecho en la vida. Tenerlo conmigo y darle todo el amor que él se merecía era lo único bueno que podía ser. Intentaría ser el mejor papá que él haya tenido.
— ¿Cómo estás, travieso? —Le pregunté mientras lo alzaba en brazos. No me importó que me manchara la cara de tomate, pues me tomó con sus manitas de los cachetes para apretarlos.
— Hoy fui, un, un, un dinosaurio ¡Aggg!— Me mostró sus dientes en un intento de asustarme.
— ¡Aaah! ¡Un dinosaurio! ¡Me va a comer! —. Simulé espanto. Mark comenzó a reír a carcajadas porque me había asustado.
— ¡No, papi! ¡Soy yo, Mark! —Se apresuró a decir mi hijo.
— Oh, tienes razón. Sí que me he espantado —. Fingí alivio. Mi niño me abrazó—. Ve a terminar de comer Markinator.
Mi hijo corrió de nuevo al comedor y Mirella se apresuró a ponerlo de nuevo sobre su asiento. Verlo correr y reír de la manera en como lo hacía, era lo único que me mantenía en este mundo.
— ¿Cómo se portó en sus clases de estimulación temprana? —Le pregunté a la nana mientras me dirigía al refrigerador para tomar un vaso con agua fría.
— Va muy bien, señor Voinescu. La guía dice que va muy adelantado en su capacidad motriz. Es el niño que mejor habla de todos.
— Me alegra mucho escucharlo. Esta semana estoy lleno de reuniones en la empresa, pero estaré desocupado por las tardes, así que puedes hacer planes por las tardes.
— ¿Está seguro, señor Voinescu?
— Estoy seguro, Mirella. Ve al fútbol con tus nietos, y ve a la cena con tu esposo. Si necesito que alguien cuide a Mark, me las arreglaré yo solo —. Le sonreí. Era algo que muy seguramente nunca iba a gozar.
— Muchas gracias, señor Voinescu.
— Por cierto, señor, la mamá de Natalia me insistió en darle la invitación para la fiesta de su hija, que cumple tres años, y la van a celebrar este fin de semana.
Lo que menos necesitaba era ir a una fiesta de niños, donde las mamás solteras se empeñaban en entablar conversaciones forzadas conmigo. Por lo general se la pasaban hablando sobre los problemas de los niños y como se las arreglaban para que sus citas de spa, ir de compras, y el salón de belleza, con el tiempo de sus hijos y sus rabietas. Pero ver a mi bebé feliz, jugando con torpeza con otros nenes, hacía que valiera la pena la tortura.
— Supongo que le puedes decir que si vamos a ir —. Dije con resignación.
*
A la mañana siguiente me levanté muy temprano para hacer ejercicio en un gimnasio improvisado, que había hecho en una de las habitaciones para invitados, que tenía el pent house, mientras mi Mark todavía dormía. Preparé hotcakes de avena con espinacas para el desayuno para los dos y lo fui a despertar para comer juntos.
— Papá, quiero el bebé —. Señaló con uno de sus deditos a un hotcake que estaba en la cima de la torre que había hecho en mi plato.
— Pero este es muy chiquito ¿Por qué no comes el grandote? Es verde como Godzilla —. Sugerí porque no me quería deshacer de mi hotcake pequeño.
— Pero Godzilla no tiene chocolate —. Señaló a los puntos cafés que tenía.
— Creo que te voy a dejar menos tiempo con el tío Mauricio y la tía Lina. Sí que te han hecho —. Le dije resignado a darle mi hotcake. Así eran los sacrificios como papá. Me deshice del extra chocolate que le había puesto a mi desayuno y se lo di a mi hijo, que de nuevo había imitado a Godzilla.
Sonreí cuando lo vi disfrutar su desayuno. Nos metimos a bañar y mi hijo, siempre que me veía en pelotas no paraba de preguntarme el porqué tenía una salchicha colgando entre las piernas.
— Pero, ¿por qué traes eso así, papá? —. Hacía el intento de enjabonarse mientras intentaba explicarle la anatomía del cuerpo masculino—. Mira, yo también tengo —. Lo ayudé a enjabonarse la cabeza.
Era un niño muy listo para su edad. Mark siempre estaba lleno de curiosidad, me bombardeaba de preguntas de todo tipo, se obsesionaba con los dinosaurios, aunque últimamente se había hecho fan de Godzilla. Era como ponerle play a Spotify y escuchar un pódcast interminable. Me vestí y lo vestí en menos de cinco minutos.
Le puse una playera azul con dinosaurios verdes, un pantalón caqui, tenis de color verde y una sudadera con un gorro que simulaba la boca de un tiranosaurio rex. Hacía contraste con el traje a medida que usaba para ir a la oficina.
Mirella llegó justo cuando yo me iba al trabajo y ella se quedó a cargo de mi niño para llevarlo a sus clases de estimulación. No había querido contratar más personal porque quería y disfrutaba pasar tiempo con mi hijo.
Llegué a la oficina y Mauricio, a quien le había cedido el cargo de CEO, me había dejado a cargo de la reunión del mediodía para ver un nuevo proveedor. Nos echábamos la mano como de costumbre, y no me importó hacerme cargo del asunto.
— Señor Voinescu, tiene una visita. La señora insiste en hablar con usted —. Mi asistente había asomado la cabeza a través de la puerta—. No tiene cita, pero se ha plantado en el lobby y dice que lo va a interceptar afuera, de ser necesario.
Me rasqué la cabeza. Vi que eran las once de la mañana y no quería que se interpusieran en mi camino directo a la reunión que tenía programada.
— Háganla pasar y déjenle claro que solo tengo cinco minutos —. Di la orden.
Dos minutos más tarde, una mujer de unos sesenta años, entró a mi oficina, y a mí me dio un aspecto familiar como si la hubiera visto en algún lado.
— Buenos días, señor Voinescu, perdón por la interrupción y la molestia, pero me urge hablar con usted.
Me limité a mirarla.
— Buenos días. Ve al punto, que tengo una reunión importante dentro de poco.
Sonrió.
— Me dijeron que era muy impaciente, pero aun así decidí venir. Soy Ofelia, mucho gusto. Soy la mamá de Verónica, y vengo aquí porque exijo conocer a mi nieto —. Sentí que estaba respirando plomo porque el pasado me golpeó con fuerza. Verónica era la mujer que me había destruido la vida, la madre de mi hijo, y no pensaba tener relación alguna con su familia—. No me voy a ir de aquí hasta que hablemos.