DOMINIKA
Me quedé pasmada porque no sabía qué responder. Creía que para Alejandro, solo había sido una aventura pasajera, porque así debía ser.
Alejandro me encantaba, y aunque sabía que había sido un error lo de ayer, me había sentido, por un momento, viva. Él me había hecho sentir llena de emoción, por primera vez en muchos años. Una punzada de culpa me dejó sin aire y mis ojos estuvieron a punto de escupir lágrimas.
— Señora Pla, ¿ya está lista? —Escuché a mi masajista, que había tocado la puerta y esperaba una orden para dejarla pasar. Me aclaré la garganta para recomponerme y me apresuré a ponerme la bata.
Lo dejé en visto, por el momento.
*
La tarde de spa, odiaba decirlo, fue bien e hizo que me relajara un poco. Mis nervios, que estaban como un hervidero de gusanos, se relajaron al punto de que me sentí feliz.
Mi piel lucía tersa y suave, las contracturas de la espalda se habían ido, las manos las tenía como las de un bebé, las ojeras habían desaparecido y fue mi mayor alivio.
Me miré en el espejo. Damiano les había dado la orden de que me peinaran y maquillaran porque pensaba llevar a su esposa a cenar. Yo prefería quedarme en la tranquilidad de mi casa, pero sabía que él estaba haciendo un esfuerzo por hacerse un espacio en su agenda.
— Lista, señora Pla —. Vi mis ondas cobrizas relucir frente al le espejo. Esbocé una sonrisa, aunque la mirada gris de mis ojos seguía siendo una mierda—. Su esposo le mandó un outfit, dijo que no le daría tiempo de ir a cambiarse a la casa.
Una de las terapeutas, me dio el porta traje con las zapatillas que debía ponerme. Les di las gracias y me dejaron sola, en la cabina, para cambiarme. Dentro había un vestido precioso de Óscar de la Renta que deslumbraba por su simplicidad y elegancia. Era un vestido n***o formal que iba a combinar con unas zapatillas Jimmy Choo en color plomo. Un par de aretes con unos diamantes en forma de lágrimas, que seguro había comprado durante el día, para que terminara de completar el outfit.
Encontré una nota dentro de todas las extravagancias a las que mi esposo me tenía acostumbrada.
Espero que te haya sentado bien el spa, cariño. Hoy tenemos una cena muy importante, y quiero llevarte conmigo. La cita es a las ocho en Ilios. El chofer va a pasar por ti. Date prisa. Te amo.
Vi la pantalla de mi teléfono y el estómago me dolió al ver que eran las siete treinta de la noche. Mierda, el lugar estaba a cuarenta minutos del spa.
Me vestí como si en ello se me fuera la vida, y salí corriendo rumbo al auto donde el chofer me estaba esperando.
— Javier, si le pisas al acelerador, te daré cien dólares si logras que lleguemos en media hora —. Era mi única esperanza de llegar temprano, o dejaría a Damiano en ridículo.
*
Veintinueve minutos más tarde, vi que a lo lejos a mi marido, que estaba consultando la hora en su Rolex de lujo, que vestía en la mano izquierda, mientras yo maldecía por lo bajo porque los tacones de aguja me dificultaban corres. Cuidé muchísimo no perder el porte y llegué justo a las ocho en punto frente a mi marido, que se encontraba solo en la mesa.
— Hola, cariño —. Me saludó con una enorme sonrisa. Hice un enorme esfuerzo por no mostrar que estaba falta de aire. Me estaba planteando con seriedad dejar el gimnasio y regresar a la calistenia. Se levantó de inmediato de su lugar.
— Hola, mi amor —. Lo saludé con un beso en los labios.
— Veo que estás guapísima ¿Te sientes mejor? —Jaló una silla y me ayudó a sentarme, para estar a su lado.
— El spa me hizo sentir mejor, sin duda. Muchas gracias por la sorpresa.
Se sentó en su silla, y me puse la servilleta de tela sobre las piernas.
— Me alegra que te haya relajado. No me gusta que mi esposa se sienta estresada —. Me tomó de la mano y depositó un beso en el torso. Sonreí nerviosa.
— ¿Y dónde están los invitados? —Volteé a ver a mi alrededor buscando a la compañía que tendríamos en la mesa.
— Llegan en quince minutos, pero ya sabes que siempre me gusta llegar antes —. Me volvió a dar un beso en el torso—. Y veo que tú también te tomas en serio la puntualidad. Gracias.
Sonreí con nerviosismo.
— Sé que es importante para ti, cariño —. Fue lo único que dije antes de que el mesero nos trajera una copa de vino a cada uno.
— Por nuestro futuro —. Alzó su copa frente a mí.
— Por nuestro futuro —. Lo imité. Ni el vino me quitó el nudo que sentía en la garganta.
— Sabes, lo he pensado mucho y creo que deberíamos buscar algún otro tratamiento para que quedes embarazada. Sé que ha sido una lucha constante, y estoy contigo en esto, pero me gustaría tener una segunda opinión.
Damiano y yo habíamos intentado concebir durante un tiempo, pero las cosas no habían resultado como esperábamos.
— ¿Crees que sea buena idea seguir intentando? Han pasado cuatro años, Damiano —. Sonreí.
— Sé que es difícil, cariño, pero pienso que podemos intentar una última vez ¿Te parece?
Me vio a los ojos con compasión y supe que no me podía negar. No podía decir que no, aunque mi amor por él se había extinguido. Sentí que las manos se me helaron y la taquicardia de mi corazón se prendió en automático. La culpa de nuevo me golpeó el estómago, esta vez con una mezcla de enojo visceral.
No podía decir nada en mi posición de mujer casada con él.
— ¿Pasa algo, Domi? Te he notado muy distraída desde ayer —. Me sobresaltó su pregunta y me apresuré a darle un trago a mi vino.
— No, no me pasa nada. Es solo que estoy muy relajada por el masaje de hoy. Las chicas de ese spa tienen unas manos de ángel, que tal vez deberías probar tú en algún momento —. Intenté desviar la conversación, pero fue inútil.
— Domi, ¿quieres tener un bebé conmigo? —Su pregunta repentina me tomó por sorpresa y me dejó sin aire en los pulmones.
— Pero, por supuesto que sí, mi amor, ¿por qué dices esto? —Sentí un temblor en mi voz.
— Porque algunas veces siento que te cansas de intentar. Creo que hemos pasado por un proceso duro, Domi, y lo que más quiero es estar bien contigo. Estamos en esto juntos —. Me obligué a apretarle la mano en un gesto de estar con él en ese momento.
— Y tienes razón. Puede ser que me haya enfadado de estar en la casa. Me gustaría regresar a la universidad —. Sonreí por primera con ingenuidad.
Damiano me miró a los ojos.
— ¿Te falta algo, Domi?
— No. Creo que has sido demasiado bueno conmigo y me has dado una vida de ensueño —. Le estaba diciendo lo que sabía que le gustaba que dijera—. Es solo que, no lo sé, solo me gustaría regresar y mantenerme ocupada en algo.
— Pues podrías anotarte a unas clases de pilates, tal vez. Cariño, si quieres podemos buscar una universidad para que estudies periodismo, pero que yo recuerde la última vez que pisaste una universidad, abandonaste la carrera.
Me quedé callada. Le di otro trago a mi vino para intentar calmar los nervios.
— Lo sé, mi amor, y tienes razón en eso, pero de verdad que el periodismo me apasiona mucho y. . .
— Primero busquemos una universidad que sea la mejor en periodismo y después hablamos de los detalles.
— ¿De verdad puedo buscar una universidad? —Le pregunté intentando guardar la emoción en la garganta.
— Sí, de verdad. Por ahora necesito que te enfoques en la cena, y Domi, no quiero ser aguafiestas, pero debes tomar en cuenta que nuestra búsqueda por tener bebés puede que sea un obstáculo. Tal vez podríamos buscar alguna otra opción más adelante. Por ahora enfoquémonos en nuestra cena, que los señores Barragán ya llegaron.
— Buenas noches, señor Pla —. Escuché la voz de una mujer, pues había desviado la vista hacia mi vestido, que se había enrollado un poco sobre mis piernas—. Lamento venir solo yo, pero me acompaña mi hijo en el lugar de su papá. Mi marido salió por asuntos de negocios y me pidió que lo disculpara con usted.
— Buenas noches, señora Barragán. No hay ningún problema, sé que Carlos es una persona muy respetable. Les presento a mi esposa, Domenika Pla —. Me presentó Damiano. Alcé la mirada y el aire se me fue del cuerpo al ver a Alejandro frente a mí.
Mi corazón palpitó tan fuerte, que casi estalla.
Él lo sabía.