DOMINIKA
¿Alguna vez les ha pasado que tienen una sensación de vacío a pesar de tenerlo todo? ¿Qué todo lo que tienes en realidad nunca lo quisiste? ¿Qué tal vez hiciste una mala decisión y esa elección te llevó a dar con otra mala decisión que justificaste como buena?
Eso no lo pensé hasta que llegué a casa la noche en la que le fui infiel a Damiano, el hombre perfecto que tenía como esposo desde hace cinco años.
Lo primero que hice al llegar, fue preparar un baño de agua caliente en la tina, y borrar los rastros de los besos candentes que Alejandro me había dejado por todo el cuerpo ¿Cómo había sido posible que con un par de copas hubiera caído en su cama?
Dejé caer mi ropa al suelo mientras me sumergía en el agua caliente e intentaba no pensar en lo mierda que me estaba sintiendo al haber estado con otro hombre.
Era una suerte que Damiano no estuviera en casa, porque no tenía cara para enfrentarlo. Cerré los ojos y dejé escurrir unas cuantas lágrimas de arrepentimiento.
— Mi amor, ¿estás en casa? —Escuché su voz a lo lejos. Había entrado a la recámara y entré en pánico. El aire me había abandonado y la voz no salió de mi boca porque no sabía cómo enfrentarlo. Me quedé mirando fijamente hacia la puerta con el cuerpo temblando ligeramente. La puerta del baño se abrió—. Domi, me tenías preocupado ¿Por qué no contestaste tu teléfono?
¿Cómo decirle que estaba en la cama de otro hombre?
— Yo. . . —Las palabras se me fueron al limbo en cuanto vi que traía un ramo de rosas en sus brazos. Las lágrimas amenazaron con salir en ese momento. No me lo merecía, de verdad, que era la mujer más miserable del mundo.
— Te traje tus flores favoritas.
Intenté sonreír.
— Gra. . . Gracias —. Me aclaré la garganta—. Tuve un día difícil. Lo siento —. Apenas pude hablar en un susurro.
— Cariño, todos tenemos días difíciles —. Damiano me vio con cierta picardía y el arrepentimiento me pegó de lleno al vientre. Se empezó a desnudar frente a mí y lo único que pasaba por mi cabeza era lo estúpida que había sido—. Pero no hay nada que unos besos y unas buenas caricias no puedan arreglar.
Se metió conmigo en la tina, besándome los labios con una pasión hambrienta. Me robaba el aire y yo sentía pesar con cada caricia que aventaba a mi cuerpo. Sentí la dureza de su entrepierna, golpear mi vientre.
— Relájate un poco, mi amor. Ya estás en casa y eso es lo más importante —. Me susurró al oído—. Ábrete para mí, preciosa.
Abrí mis piernas para él, que se puso encima de mí, presionando con su dureza la entrada de mi cuerpo. Me invadió con un empujón.
— Aaah —. Gimió cerca de mi oreja—. Dios, estás tan rica, tan mojada, y lista para mí —. Me aferré a su espalda con mis uñas clavadas en su piel, porque tenía miedo a que me viera a la cara y lo descubriera todo.
Cerré mis ojos y me mordí la lengua para no gritar, porque esa humedad no era más que la marca de que otro hombre había estado dentro de mí una hora antes, dejando su esencia cuando alcanzó el clímax. Lloré en silencio mientras él se saciaba de mí sin saber que estaba sucia por alguien más.