Capítulo 2 (Parte II): La consciencia es una perra

1864 Words
ERIK Creí que mis problemas habían terminado cuando Verónica pisó la cárcel y dio a luz a mi hijo, pero no fue así. No sabía que los problemas vendrían más adelante, que ella también tenía una familia llena de criminales, y que su madre empezaría a merodear a mi hijo. Mi niño tenía suficiente con tener una madre que había hecho algo tan atroz como para que encima tuviera que lidiar con esa familia. No tendría contacto con ellos y de eso me encargaría yo. — No puedes negarme ver al niño o la niña. Verónica está desesperada. . . — No se te ocurra volver a mencionar ese nombre nunca más —. Le mostré los dientes, furioso de volver a escuchar ese nombre en mucho tiempo. — No puedes negar quién es la madre de esa criatura —. Esta señora me estaba colmando la paciencia—. Estoy en mi derecho como abuela para conocerlo o conocerla. — No. Sí que puedo, así que largo de mi oficina, si no quieres que le hable a seguridad y te echen por la fuerza —. Le señalé la puerta con un dedo enérgico, intentando no perder la paciencia. — Exijo ver a mi nieto, o nieta. Yo no tengo la culpa de lo que esa mujer hizo. — Debiste educarla mejor. Largo —. Gruñí apenas conteniendo mi ira. — No me voy a dar por vencida. Esa criatura merece saber de su familia materna. Vas a seguir sabiendo más de mí, Erik. No voy a descansar hasta conocerla —. Dicho esto, se dio la media vuelta para salir de la oficina. — Si intentas algo, lo que sea, por mi bebé, soy capaz de hacer arder el mundo. No se te ocurra acercarte o vas a tener la misma suerte que tu hija. Me lanzó una mirada furtiva antes de salir por completo de la oficina. Me quedé ahí, con el corazón violento martillando mi pecho. Sentí de nuevo esa opresión en el pecho. Me llevé la mano al nudo de la corbata para aflojar un poco con la esperanza de que respirar mejor. No mejoró. Recargué las manos sobre la superficie del escritorio para cerrar los ojos un momento y contar hasta cien. * Pasé con la crisis toda una hora. Me sentía exhausto y los sudores habían humedecido mi camisa. La puerta de mi oficina se abrió y Mauricio, el hombre que era como mi hermano, al que le había dejado el puesto de CEO, entró sin previo aviso. No había perdido la costumbre desde que éramos niños. — ¿Qué haces aquí? —Se metió las manos en los bolsillos y miró a su alrededor. — Estoy por irme a casa con Mark —. Le dije. Tomé el saco del perchero que tenía a un lado y me lo puse. Tomé la laptop para llevármela a casa y trabajar por la noche. — ¿No se supone que tienes una cita con los Pueyo? —Consultó su Rolex de edición limitad—. Exactamente en veinte minutos. — Mierda —. No recordaba que tenía que cubrir esa cita. Estaba aturdido y lo único que estaba deseando era no estar ahí. Solo quería ver a Mark y saber que estaba a salvo— ¿Puedes verlo tú? Me salió algo urgente. Sabía que su agenda estaba libre, por lo que apresuré a salir de la oficina sin dar una explicación. — ¿Está todo bien con Mark? — Sí, está todo bien con él —. Mentí. — Nunca te había visto mover el cu**lo tan deprisa por irte a casa. Fue lo último que escuché de Mauricio, pues no quería hablar con nadie. No con él, porque la vergüenza me estaba golpeando como una perra malparida. Esto era problema mío y yo lo tenía que resolver. * Me pasé toda la tarde jugando con Mark y decidí no salir al parque, como hacía algunas veces cuando estaba con él. No sabía hasta dónde podía ser capaz de llegar Ofelia, pero tenía que tomar mis precauciones. Mi hijo lo era todo para mí y no iba a permitir que una familia de criminales le pusieran un dedo encima. Es un karma que él no tenía por qué arrastrar. — Papi, quiero ver la película de los dinosaurios —. Me dijo mi hijo, tan pronto terminamos de construir su castillo de bloques en su habitación de juegos. — ¿Quieres ver Jurassic Park? —Le pregunté mientras ponía la cena en una mesita frente a la televisión. — ¡Sí, papi! ¡Esa! ¡Esa! ¡Rawww! —Comenzó a saltar emocionado. Le puse la pijama y cenamos juntos viendo la tele mientras comía mi sándwich de salmón, que había preparado para los dos. A mitad de la película, Mark se había quedado dormido. Lo observé por un momento y cada día que pasaba se parecía más a mi papá. No había un solo momento en el que no dejara de agradecer que al menos éramos dos en esta casa. Tenía a mi bebé. Lo dejé en su habitación con el proyector de estrellas que le había comprado el mes pasado. Esa noche no pude dormir por la preocupación que tenía de que Ofelia apareciera en cualquier momento. Pasaron tres días en aparente tranquilidad. No había vuelto a saber de esa mujer, y esperaba que el repentino amor de abuela se hubiera esfumado. Pero estuve muy equivocado, pues había salido a comer a uno de los restaurantes que solía frecuentar cuando estaba todo el día en la oficina. — Quiero ver a mi nieto o nieta —. Se sentó frente a mí mientras. Había terminado de comer mi pasta con mariscos. Dejé el tenedor a un lado. El hambre de pronto se me fue porque el estómago protestó al verla. — No vas a saber nada de mi bebé. No insistas, Ofelia. — Yo no soy Verónica. — Pero eres la mujer que educó a una asesina. Y al menos que quieras hacerle compañía tras las rejas, entonces te sugiero que no me vuelvas a buscar y te olvides de que alguna vez existimos —. Me levanté de mi lugar y le hice señas al mesero para que me cobrara la cuenta en otro lado. — No puedes negar que tiene la sangre de una asesina en sus venas. Y te guste o no, soy su familia y tengo todo el derecho a verlo. — Atente a las consecuencias. No me voy a quedar quieto. Déjanos en paz. Le dije al encargado que pagaría la cuenta en otro momento porque me había surgido un problema. De nuevo la angustia me estaba pegando y tuve que recurrir a una dosis doble de pastillas para poder dormir. Sentía que las cosas de nuevo estaban yendo de mal en peor. Después de ese día, no supe de Ofelia, era el único familiar de Verónica que se había puesto en contacto conmigo por el tema de mi hijo. La cosa no paró ahí. Supe que la situación estaba escalando cuando llevé a Mark a la fiesta de Natalia, la niña que iba con él a las clases de estimulación temprana. Me había fijado la meta de que sería aquel padre presente en la vida de un hijo, tal como lo había sido mi papá para mí. Llegué a la fiesta con Mark en brazos y un regalo en color rosa que había comprado. Mi hijo y yo traíamos lentes de sol y ropa muy parecida. Al llegar al jardín donde se estaba dando la fiesta, me dio la impresión de que todas las mamás de la fiesta me voltearon a ver, y en ese momento me cuestioné la idea de si era necesario ir a este tipo de fiestas. — Señor Voinescu —, me acorraló una mujer de vestido amarillo chillón. Era madre soltera con tres hijos. — Me alegra de verte por aquí, Erik —. La señora del vestido morado, me había dicho la nana de Mark que estaba en busca de su quinto marido. — Buenas tardes, señoras —. Sonreí con cierta timidez. Quise pasar de largo y desapercibido, pero fue toda una proeza llegar al centro de la fiesta, donde la mamá de Natalia, la cumpleañera, estaba recibiendo a los invitados. Le di a Mark la bolsa del regalo, que agarró con sus manitas para dárselo a su compañerita. — Erik, me alegro mucho que te hayas tomado el tiempo de venir a la fiesta —. No supe si fue mi imaginación, pero vi a Lorena, así se llamaba la mamá de Natalia, guiñarme un ojo y morderse el labio. — Creo que Mark se va a divertir mucho —. Sonreí con cortesía. Mi yo de antes se habría lanzado como un perro hambriento, pero hoy en día era otro. — Naty, toma el regalo que Marki te está dando —. La niña tomó el regalo con cierta torpeza y abrió de golpe la bolsa para sacar su regalo. — ¡Mira mamá! —Natalia sacó el contenido y se le quedó viendo raro— ¿Qué es? —Arrugó su frente. Lorena tomó el libro de “Cómo declarar impuestos para principiantes”. — Oh, es un libro sobre cómo declarar impuestos. Creo que tener una educación financiera desde pequeños es algo muy importante en la vida. Y el cuaderno rosa es una agenda, así puede planificar con tiempo sus compromisos de siestas y toma de leches. Tener un control del tiempo ayuda a que se puedan lograr los objetivos —. Expliqué. No supe por qué todo el mundo se me quedó viendo raro. Lorena me lanzó una risita nerviosa. Natalia vio sus regalos con una mueca a punto de llorar. — Lo sé Naty, créeme, ser adulto no es muy bonito, pero creo que ese libro te va a ayudar —. Hablaba en serio con la niña. — Supongo que cuando pasen quince años los podrá usar. Pasen al jardín. Hay caballitos mecánicos y un brincolín —. Señaló Lorena La fiesta ocurrió tranquila en el sentido de que todas las mamás se habían empeñado en que las nanas de sus hijos cuidaran de Mark para que yo estuviera libre. Me tuve que aventar las aventuras de Carlitos, las pláticas sobre explosiones de popós, y los desvelos cada vez que enfermaban. No entendía por qué a las mujeres les gustaba torturarse hablando de la parte no tan noble de la maternidad. A todo decía que sí en automático y cada cierto tiempo veía hacia Mark, que jugana en el brincolín con sus amiguitos. De pronto algo llamó mi atención. Una señora se estaba acercando a mi hijo. Me disculpé con el grupo de mamás que me estaban preguntando por mi estado civil, y me fui directo a ver a mi hijo. El alma se me cayó al suelo al ver que Ofelia estaba hablando con él. Portaba el uniforme de una de las empleadas del jardín de eventos. Se estaba haciendo pasar por una mesera, y ahora sabía quién era Mark. Sentí que moría.
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