DOMINIKA
Los siguientes días fui la esposa perfecta para los estándares de Damino. Me sentaba recta, como me habían enseñado en la clase de etiqueta a la que me había inscrito tan pronto me casé con él. Me había comprado un cronómetro de bolsillo, que me ayudaba a ser puntual en las reuniones y todo lo que implicara citas con él. Mi ropa siempre estaba impecable, perfectamente planchada y libre de manchas que me dieran un mal aspecto. Siempre sonreía, le tomaba la mano derecha, y siempre iba ligeramente detrás de él.
Alejandro me enviaba mensajes de vez en cuando y había decidido ignorarlos. No sabía lo que Damiano era capaz de hacer si descubría que estaba enamorada de otro hombre. Intenté sonreír para ocultar la preocupación y el dolor con el que había estado lidiando todos estos días.
¿Por qué simplemente no me divoriciaba de él? En una situación normal ni siquiera me habría casado, pero en este caso, había intentado escapar un par de veces. Me fue muy mal. No quería pensar en eso porque lo único que me provocaba era tener pesadillas.
— Tu esposo es un encanto, Domi —. Me dijo Lucinda, una de las esposas de los socios de Damiano—. Es tan caballeroso. El otro día mi mamá se lo encontró en la plaza comprando rosas para ti, y aun con todo y el enorme arreglo le ayudó a cargar sus cosas del supermercado.
— Es que de verdad, ¿qué CEO ayuda de esa manera a una pobre abuela? —Tita se unió al a conversación—. Mi esposo, por lo general, siempre está de prisa y no muestra amabilidad con nadie, excepto conmigo y sus hijos.
Esa mujer no sabía lo afortunada que era.
— Hoy en día los chulitos no se quieren ensuciar las manos, y qué decir que ya nadie te compra flores. He visto muchas veces que Damiano te compra rosas. Es un gesto muy romántico —. Añadió Lucinda.
Me quedé un momento perdida en mis pensamientos, dudando lo que quería hacer como un último intento desesperado.
— ¿Alguna vez les han regalado flores por desprecio? —. Pregunté con apenas un susurro de voz.
Las dos mujeres se miraron la una con la otra y rieron por la supuesta estupidez que dije.
— Que va, jamás he escuchado que alguien regale flores por desprecio —. Se llevaron su copa a la boca—. Además tú tienes al hombre perfecto y eso debería bastarte, Domi.
Me llevé mi copa a los labios, sonriendo con nerviosismo. No debí pensar que ellas pudieran ayudarme o aconsejarme en su momento. Si Damiano se entera de esto las cosas no irían muy bien. Se había encargado de forjar una imagen, una con la cual yo no podía competir.
— Tienen razón, Damiano es un excelente esposo —. Sonreí.
Mis sonrisas se habían vuelto vacías.
Mi celular vibró. Me disculpé con las chicas para ir al baño. Sentí a lo lejos la mirada de Damiano y puse mi temporizador para contar siete minutos. Era lo máximo que me podía tardar. Él me tenía más vigilada y más controlada que nunca.
Me encerré en el baño con la excusa de retocarme el maquillaje, cosa que hice en un minuto. Mi teléfono de nuevo vibró. Guardé mi cosmetiquera en mi bolsa de mano y tomé mi celular para abrir mi w******p.
ALEJANDRO: Domi, sé que no quieres hablar conmigo, y está bien. No entiendo las razones por las que estás casada con Damiano, pero quiero que sepas que no me trago el cuento de "hombre bueno." Solo ten cuidado de él, por favor.
Un estremecimineto recorrió mi piel se erizó de miedo. No sabía si era aquella presión psicológica que me venía después del castigo que siempre me daba. Ya no sabía si llamarlo castigo o simplemente creer que me lo merecía. No sabía lo que era real y lo que no ¿Y si solo Damiano en realidad quería que fuera una mejor persona? ¿O en realidad me estaba acostumbrando tanto al maltrato y al miedo, que lo estaba normalizando?
El mensaje de Alejandro me dio una pizca de esperanza. Una pizca de realidad para no perderme. Quería preguntarle por qué me decía eso, si él sabía algo de Damiano que yo ignorara.
DOMINIKA: ¿Qué es lo que sabes o por qué me estás diciendo esto?
Mi dedos volaron sobre el teclado de mi celular. Retumbaban como mi corazón. Las manos no me ayudaban mucho porque sudaban como si estuvieran en pleno vapor de algún sauna.
ALEJANDRO: Tengo información confidencial, es información en donde tú estás muy liada. Pero necesito que confíes. Yo te puedo ayudar.
DOMINIKA: ¿Y por qué debería creerte? ¿Qué te hace pensar que debo creerte al cien por ciento?
ALEJANDRO: Porque a diferencia de él, que prácticamente te compró a tu familia, yo te amo.
Mi corazón se saltó no uno, sino dos latidos ante su declaración. Era suficiente motivo para que él fuera sincero conmigo.
DOMINIKA: Ale. . .
ALEJANDRO: Escapa. Yo te ayudo a escapar, pero Domi, tienes que actuar ya, esta misma noche de ser necesario.
Las lágrimas me estaban quemando detrás de los ojos. Por un momento había pensado que era la reacción alérgica a las rosas, pero lo que había promovido mis lágrimas era el hecho de saber, que por primera vez en mi vida, alguien se estaba preocupando por mí.
DOMINIKA: No puedo. No sabes de lo que es capaz Damiano.
ALEJANDRO: Sí lo sé. Por eso te ruego que huyas ahora que estás a tiempo. Soy investigador de la policía, y tengo manera de ayudarte.
Tenía diez segundo para salir. Metí mi teléfono en mi bolsa, me vi al espejo una última vez, y salí vistiendo la mejor de mis sonrisas vacías. Con un corazón golpeando mi esternón a todo lo que daba por las ganas de huir con el pánico en la garganta. Hice contacto visual con mi esposo, que me vio de reojo y asintió satisfecho.
— ¿Está todo bien, Domi? —No me di cuenta cuando él apareció a un lado mío mientra tomaba una copa de champán de la charola de un mesero que pasó ofreciendo bebidas.
— Sí, cariño ¿Por qué lo dices? —Me tomó por la cintura y sentí la tensión en mi cuerpo.
— Porque estás muy distraída, ultimamente —. Me quitó la copa de las manos y sonrió saludando a los demás. Lo imité—. Son dos copas como máximo, y esta era la tercera que ibas a tomar —. Le dio un trago—. Además no te veo sonreír.
Me giré hacia él con toda la elegancia posible, sonriendo, aunque para mis adentro me estaba destrozando.
— Lo hago. Estuve platicando con Lucinda. . .
Me alzó el mentó con dos de sus dedos para que lo viera directo a los ojos.
— Oh, mi amor, claro que lo estás. Y no te culpo —. Acarició mi mandíbula con el dorso de sus dedos—. Lo sé porque yo te observo siempre.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Mi radar de advertencias se activó.
— Sé cuándo sonríes porque eres feliz y cuándo lo haces solo para cumplir con los demás —. Continuó, inclinándose apenas para atrapar mi mirada—. Y últimamente… bueno, no quiero verte así. No quiero que sientas que estás fallando.
No quiero que sientas que estás fallando. Las palabras se repirtieron dentro de mí y mis músculos se tensaron. Era una forma elegante de decirme que sí estaba fallando. Me tenía que aferrar a esa idea o estaría perdida.
— No quiero que pienses que te estoy regañando —. Continuó, su tono suave, envolvente—. Solo que… no me gusta verte tan tensa. No es propio de ti, y me preocupa.
Me preocupaba más lo que venía después. Damiano deslizó los dedos por mi brazo y sostuvo mi mano con delicadeza, como si la conversación no fuera una advertencia.
— Te amo demasiado como para dejarte perder en distracciones innecesarias —. Dijo con un suspiro pesado, como si de verdad creyera que mis pensamientos errantes eran un problema que debía solucionar—. Sé que ser la esposa perfecta puede ser abrumador a veces. Pero por eso estoy aquí para ayudarte.
El pánico me golpeó dejándome sin aire, sin embargo; intenté mantener la calma.
— ¿Ayudarme? —Sentí el dolor, a través de mi garganta, al tragar saliva.
—Sí, mi amor. Creo que he sido demasiado indulgente contigo —. Me acarició el cabello acomodando un mechón detrás de mi oreja. Me estaba viendo con el amor que un padre ve a una niña confundida.
Damiano nunca decía que era demasiado duro conmigo. Siempre decía que era indulgente. Como si cada castigo, cada corrección, cada regla fuera un regalo que él tenía la amabilidad de administrarme con moderación.
— No quiero que te sientas perdida —. Me dio un beso en la frente aparentando ser el esposo rendido de amor a su mujer—. Así que seré un poco más estricto. Por tu bien.
Mi cuerpo entero se tensó, pero no permití que mi rostro lo reflejara.
— Damiano, yo… —Mi voz murió cuando su dedo se posó suavemente sobre mis labios.
—Shh, cariño —. Su mirada se clavó en la mía, serena, amorosa. Pero su agarre sobre mi mano se endureció un poco. No lo suficiente para hacer daño. No lo suficiente para que pudiera quejarme. Solo lo suficiente para recordarme que él tenía el control—. No tienes que preocuparte por nada —. Susurró, inclinándose para besar mi frente, de nuevo, con una ternura que hizo que el pánico se expandiera dentro de mi pecho—. Yo me encargaré de todo. Quiero que entiendas que esto es un matrimonio real.
Yo me encargaré de todo. Sabía lo que eso significaba.
Significaba que no podía volver a equivocarme. Significaba que, si alguna vez había pensado en hacer algo fuera de sus expectativas, ahora era mejor olvidarlo. Significaba que Damiano estaba vigilando cada uno de mis movimientos.
Bajé la cabeza y forcé una sonrisa, la misma sonrisa vacía que él quería ver.
— Gracias, cariño —. Mi voz sonó hueca porque estaba carente de sentido.
Damiano sonrió, satisfecho.
Y en ese momento supe que tenía que escapar. Tenía que encontrar el valor de hacerlo por tercera vez. Tenía que hacerlo antes de que la jaula terminara de cerrarse sobre mí.
*
— Espero que estés te hayas aplicado el nuevo tratamiento corporal que te compré, a mi regreso —. Me dijo Damiano cuando me estaba desabrochando el cinturón de seguridad para bajar del auto.
— Tenlo por seguro, cariño —. Forcé una sonrisa.
— También quiero que te pongas el conjunto de encaje rojo que te dejé sobre la cama.
— ¿Vas a salir?
— Voy a hacer algunas cosas pendientes en la oficina. Tu sabes que estas cenas son de negocios.
— Entiendo, ve con cuidado.
La idea de acostarme con él me daba náuseas, pero no tenía opción. No si quería sobrevivir. La idea de intentar huir por tercera vez se hacía cada vez más tentadora a medida que la noche avanzaba.
DOMINIKA: Hagámoslo.
Le escribí a Alejandro un minuto después de que entré a mi habitación.