ERIK
Una simple fiesta se estaba volviendo una pesadilla con la presencia de Ofelia, la mamá de Verónica. ¿En qué momento me siguió? ¿Cómo fue posible que se escabullera? ¿O habría sido una mera coincidencia? No me iba a fiar de ella. Su familia era la peor escoria del mundo, y de seguir así, sería capaz de irme hasta la otra punta del mundo con tal de tener a mi hijo lejos de ellos.
— ¿Qué haces aquí? —Le susurré entre dientes. Me acerqué a mi niño que estaba jugando en el brincolín . Tan solo me había descuidado un segundo y esa mujer se había acercado a él ¿Desde cuándo me había estado observando?
— Así que mi nieto es un niño —. Dijo la mujer muy emocionada mientras ayudaba a Mark a saltar.
— Largo de aquí, lo único que vas a ocasionar es que te ponga una demanda por acoso y te den una orden de alejamiento —. Le mostré los dientes porque la amenaza iba en serio.
— Papi, papi, la señoda me regaló un dinosaurio ¡Raw! —. Mi niño no paraba de brincar con un pequeño brontosauro de peluche.
— Es mi único nieto, y todos en la familia queremos conocerlo —. Me estaba jodiendo los nervios esta mujer—. Un niño es un niño muy guapo.
— Se parece al hombre que tu hija arrancó la vida —. Le dije furioso. La hice a un lado con cierta brusquedad y tomé a mi hijo entre mis brazos.
— Yo. . . Yo lo lamento, Erik, pero debes entender que no soy mi hija. Solo soy una abuela que quiere convivir con su único nieto. Tiene derecho a conocer a su familia materna.
— Nadie va a conocer a mi hijo. Largo de esta fiesta o voy a llamar a la policía —. Apreté los dientes—. Por dos años he estado viendo a mi hijo, y así lo voy a seguir haciendo hasta el día en que muera. No quiero que tenga que ver nada con la familia de una asesina. Para él, su mamá huérfana está muerta.
Me alejé con Mark en brazos.
— Papi, quiero comer pastel —. Me dijo mi hijo agitando el dinosaurio al aire. Me odié a mí mismo por tomar el peluche y tirarlo a la basura. Me aseguré que Ofelia lo viera, pues sabía que no nos estaba quitando los ojos de encima.
— Papi, quiero mi dinosaurio —. Las lágrimas de Mark se asomaron de inmediato. Su mueca de severa decepción me golpeó de lleno sintiéndome culpable.
— Oye, ese brontosauro tenía pipí de perro, guiuck —Arrugué la nariz y él de inmediato lo hizo también ¿Te parece si te compró uno mucho más grande?
Sentí que Ofelia no nos quitaba la vista de encima.
— ¿Qué te parece si vamos por una malteada de chocolate y al carrusel del centro comercial? Te prometo ganar un T-Rex enorme para ti.
— ¿Azul?
— Azul.
— ¡Sí! —Gritó emocionado.
Busqué a la mañana de Natalia, la cumpleañera, para disculparme por retirarme temprano de la fiesta. Puse la excusa de que Mark no se estaba sintiendo bien, aunque podía intuir que estaba quedando como un vil mentiroso. Aun así, fue muy amable conmigo. Me acompañó hasta el auto y me dio una servilleta de papel con su número telefónico. Me despedí con cortesía.
Al llegar al centro comercial y abrir la pañalera para sacar el pañal y las toallitas húmedas, me di cuenta de que tenía al menos diez servilletas de papel con números telefónicos escritos por mamás que me pedían que las llamara o escribiera.
Suspiré resignado. Me dediqué a mi hijo esa tarde. Subimos al carrusel, comimos helado, y me subí con él a un dinosaurio saltarín. Al final conseguí a su enorme T-Rex en color azul. Celebramos la victoria con una hamburguesa. Era una tarde de chicos. Me di cuenta de que eran las siete de la noche cuando decidí que era hora de regresar a casa. Tenía que dormir.
Traía a mi hijo en la carriola. Iba dormido, mientras yo caminaba con la pañalera al hombro. El T-Rex y yo íbamos empujando el carrito de bebé.
Todo pasó tan pronto.
Yo en el suelo.
Aturdido.
Yo luchando contra cinco hombres encapuchados.
Ellos subiendo a mi hijo a una camioneta negra.
Yo, tendido en el suelo, a medio morir, por la golpiza que me dieron.
Lo último que vi fue que el vehículo tenía una pequeña serpiente a un lado del logo de la Suburban. Perdí el conocimiento con un único pensamiento en mi cabeza.
Se habían llevado a Mark.
***
DOMINIKA
El reloj de mi mesita de noche marcaba las dos treinta de la mañana, cuando escuché el sonido de la puerta de la entrada. No supe en qué momento me había quedado dormida. Durante el tiempo en el que estuve esperando a mi esposo, me había puesto tres pares de parches de gel para las ojeras y que estas no se me marcaran. Me senté sobre la cama de inmediato e intenté peinarme el cabello, en un intento de ocultar que me había quedado despierta.
Afuera estaba lloviendo cascadas y la habitación se puso helada, no por el hecho de que hiciera frío afuera, sino porque Damiano entró a la habitación. No prendió la luz, tan solo fue directo hacia mí para hacerme el amor. O esa versión torcida que tenía sobre el amor. No lo sabía muy bien, tal vez era el hecho de que no quería estar con él.
Eran cinco años en los que me había encontrado bajo su escrutinio, que mi realidad estaba torcida.
Damiano se fue contra mi cuerpo. Lo llenó de besos desesperados, caricias vacías, y embestidas salvajes. Esta vez era diferente. No era cauteloso, sino que parecía que quería destrozarme. Tuve que resistir el impulso de aventarlo, comprendí que era un precio a pagar si quería ser cautelosa. No tenía que sospechar que estaba planeando mi escape para los siguientes días.
Un sacrificio por mantenerlo satisfecho, por hacerle creer que yo seguía siendo la esposa obediente, era el primer paso para intentar desaparecer de su vida de nuevo.
En el fondo deseaba que tuviera una amante y me dejara en paz, pero sabía que no la tenía porque siempre regresaba a casa. Me daba mi lugar de esposa ante los demás, me presumía como a un trofeo que se gana en una competencia, me cuidaba dándole brillo a esa fachada. Era como su mascota.
Tragué saliva con amargura.
— Domi, Domi, Domi —. Repetía mi nombre—. Domi, te amo demasiado, y lo único que trato es ser ese esposo ejemplar que mereces —. Me dijo entre jadeos. Le clavé las uñas con la intención de lastimarlo, aunque él lo vio con erotismo.
Me co**gió hasta que el cansancio lo venció y yo me quedé en la oscuridad, interrumpida por los rayos de la tormenta que había afuera. Lo vi dormir profundamente sobre la cama. Lo observé durante un instante y a simple vista parecía un hombre común y corriente. Uno que respiraba normal, que no hacía daño, guapo, porque el muy desgraciado lo era. Debería ser feo y antipático con la gente.
Tan solo esperaría un poco más. Solo un poco más para irme de ahí. Tenía que planearlo bien para que esta vez no fallara. No quería que me volviera a encontrar.
Me levanté de la cama para ir al baño a asearme. Busqué mi teléfono que había puesto en silencio por si me entraba un mensaje de Alejandro, para que Damiano no lo viera. No quería que sonara y me descubriera antes. Sin embargo, al buscarlo, me encontré con el celular de mi esposo. Por un momento pensé en dejarlo, pero la notificación de un correo llamó mi atención porque tenía mi nombre.
Con el pulso desestabilizando mis dedos, intenté ver el mensaje, pero no lo alcancé a ver el contenido más allá de mi nombre. Tuve que correr el riesgo de tomar la mano de Damiano y desbloquear su teléfono con uno de sus dedos.
Lo que leí cambió mi vida para siempre. Mis el piso se volvió arena movediza, el aire me faltó al cuerpo, y las manos temblaban bajo el peso del celular. Damiano estaba conspirando para culparme de un crimen, como un castigo por no ser una buena esposa, la mujer que se esperaba que fuera.
“He sido muy indulgente contigo”, escuché su voz. Lo vi durmiendo y por un momento tuve la fantasía de ahogarlo con la almohada o ir a la cocina y clavarle cien puñaladas en el pecho. Odié no tener las agallas de acabar con él en ese mismo instante.
No podía quedarme un solo minuto más. Me aseguré de que estuviera en un sueño profundo y me vestí de inmediato con ropa deportiva, unos tenis, y un abrigo cómodo para el frío. Un rayo tronó con fuerza sobre el cielo, escuché cómo Damiano se movía. Se iba a levantar, me iba a descubrir y ahora sí sería mujer muerta.
— ¿Domi? —Sentí que el aire me estaba abandonando
Me apresuré a ir a la caja fuerte. Tomé un poco de efectivo, tomé mi teléfono que se había caído al suelo, y salí en medio de la tormenta por la puerta del servicio, tomando un impermeable del servicio. Sin que nadie me viera, me escabullí en medio de la noche.
Corrí hacia la avenida principal donde paré un taxi. Miraba de vez en cuando a mi espalda con la sensación de que él me estaba siguiendo. Sin embargo, en el vehículo me sentía un poco más a salvo. Tomé mi celular y le marqué a Alejandro, para saber a dónde me dirigía, pero este nunca me respondió.
¿Me había dejado sola en esto? El frío me estaba congelando. Tal vez era mi paranoia. Era de madrugada y lo más seguro es que estaba dormido.
Me dio un retorcijón de estómago y el pánico por estar sola. En una situación así, me hizo plantearme qué demonios estaba haciendo con mi vida ¿Acaso estaba haciendo bien yéndome de ahí? ¿Y si me volvía a encontrar?
— ¿A dónde la llevo, señorita? —Me preguntó el taxista con amabilidad. No le respondí porque no sabía qué responderle.
Cerré mis ojos y recordé aquella vez en la que me había encontrado. “Siempre te estoy viendo, Domi, no puedes escapar de mí porque lo que me interesa lo cuido mucho ¿Verdad que soy un buen esposo?”
Prendí la pantalla de mi celular para marcarle a Alejandro, pero no me había dado cuenta de que tenía un mensaje de él, de hace unas horas. Lo abrí con los latidos de mi corazón en los oídos.
ALEJANDRO: No olvides que, hasta en la peor oscuridad, el Conde encontró su luz.
Me quedé pensando en su mensaje. Intenté marcar una vez más, pero no tuve éxito. Maldije la madrugada y me cuestioné el porqué la gente suele vivir de noche.
— ¿Señorita? —Me volvió a insistir el señor del taxi.
— ¿Sí?
— ¿A dónde la llevo?
¿Cómo iba a responderle si no tenía un lugar a donde ir? Tragué saliva.
*
Cuarenta minutos más tarde, el taxista me dejó en Charlotte, un pueblo cercano a la ciudad donde vivía. Había tenido que apagar el teléfono para que Damiano no pudiera localizarme. Admito que estaba aterrada de miedo. Alejandro no me había respondido, solo me había dejado un mensaje motivacional. Mi esposo seguro que ya me estaba buscando. Temía por mi vida y por todo lo que pasaría ese día.
Busqué un pequeño hotel donde hospedarme y le pedí de favor al recepcionista que registrara mi habitación hasta el mediodía, por una propina de cien dólares. Le di un nombre falso. Me dispuse a subir escaleras arriba y lo primero que hice al llegar fue abrir la regadera para quitarme los restos de Damiano.
Al quitarme la ropa y meterme a la regadera, noté que el agua estaba saliendo con un color rojizo. Me vi el cuerpo desnudo y grité al ver que la piel de mi abdomen estaba manchada de sangre seca que no era mía. Tampoco era de Damiano, y el pánico se extendió por todo mi cuerpo hasta tirarme al suelo. Sabía de quién podía ser, pero no me atrevía a decir su nombre.