Capítulo 20

2128 Words
HANNAH ¿Qué estoy haciendo? Esa era la pregunta que se repetía en mi cabeza desde que había seguido a Isaiah hasta el restaurante y me había sentado frente a él en la cabina. Mi lógica había sido que, si iba en mi propio coche, no me vería tentada a acompañarlo después al hotel. No podía simplemente llegar hasta la entrada y arriesgarme a que uno de los botones reconociera mi auto o mi cara. Una cosa era ocultar mi rostro y mantener la mirada baja, como había hecho la última vez. Pero entregar mis llaves, dar mi apellido —una regla obligatoria para todos los visitantes—, era otra completamente distinta. Por eso, conducir hasta aquí era la opción más segura. O al menos eso creía. Porque estaba aprendiendo que, cuando se trataba de Isaiah Hoffmann, no existía una opción segura. ¿Cuántas veces me había repetido esta noche, mientras me ponía el vestido n***o y me pasaba brillo por los labios, que no iba a hablar con él? Que no iba a irme con él. Que, definitivamente, no iba a permitir que me tocara. Y, sin embargo, al saltar del escenario directo a sus brazos, había roto todas esas reglas. Y ahora, al observarlo desde el otro lado de la mesa, estaba rompiendo otra más. Pensaba en cómo se sentiría si se inclinara hacia mí y me besara. Cómo esos labios harían que olvidara todo. Cómo harían que los escalofríos que ya sentía se multiplicaran. —¿Tienes hambre? Su voz me arrancó de los montones de arrepentimiento entre los que mi mente se estaba hundiendo. Mientras me observaba desde detrás del menú, la luz del lugar —tan clara, casi como la de la mañana— revelaba hasta los poros de su piel. Y eso solo hacía que se viera más atractivo. El verde profundo de sus ojos. El grosor de sus labios rojos. La oscuridad de su barba color café. La firmeza de su mandíbula, la amplitud de su cuello, la manera en que su camisa se ajustaba a su pecho y sus hombros, marcando los músculos tensos debajo. Hannah, detente. Tienes que apartar la mirada. Tragué saliva, recordando que me había hecho una pregunta. —No. No tengo mucha hambre —respondí rápido. —Perfecto. Eso significa que lo mejor está por venir. Mientras se pasaba la lengua por los labios —arrastrando mi atención allí, precisamente donde no debía—, forcé mis ojos a centrarse en el menú. —¿Qué quieres decir? Ni siquiera lo había mirado cuando la anfitriona lo dejó frente a mí. No tenía intención de ordenar nada, y aun así fingí ojear las fotos y descripciones, esperando que mi estómago reaccionara a algo que no fuera él. —¿No te has dado cuenta de que, cuando sales a comer sin hambre, terminas pidiendo las cosas más raras? ¿Salir a comer sin hambre? Yo no hacía eso. ¿Cuál era el punto? Sonaba como tirar el dinero. —¿Quién hace eso? —bufé. —Vamos, sé que lo has hecho. —Esperó mi respuesta, y al no recibirla, siguió—: ¿Qué tal cuando acompañas a una amiga a un restaurante, pero comiste una hora antes? ¿O por aburrimiento? ¿O cuando terminas un entrenamiento largo y aún tienes las manos temblorosas, pero sabes que deberías comer? Levanté la vista, y de inmediato deseé no haberlo hecho: me encontré con su sonrisa, esa sonrisa perfecta. —He picoteado por aburrimiento, sí. Pero las otras, no puedo decir que me hayan pasado. —Entonces verás a qué me refiero en unos minutos. —Su sonrisa cambió; ya la tenía desde que nos sentamos, pero ahora era más grande, más amplia, más profunda. Y eso solo me enfadó. Me enfadaba no estar mentalmente preparada para esto. Me enfadaba lo mucho que me atraía. —Nuestras diferencias se están acumulando tan rápido que ya perdí la cuenta de los puntos —dije, con un tono que sonó más filoso de lo que esperaba. —Eso es algo bueno. —¿Por qué? Su sonrisa se suavizó a medias, pero una esquina de su boca se levantó, dejando ver sus dientes blancos y rectos. —No quiero pasar el tiempo con una mujer que sea igual a mí. ¿Qué aprendería de ella? ¿De qué hablaríamos? Solo estaríamos de acuerdo todo el tiempo, y no hay diversión en eso. No quiero pasar horas intercambiando “síes”. Sería una pérdida de tiempo. Entrelacé las manos para que dejaran de moverse. —¿Prefieres discutir? —Prefiero tener una conversación con puntos de vista reales, así puedo ver un lado que no había considerado. Isaiah no parecía alguien fácil de contradecir. Aunque conmigo era dulce, percibía un lado dominante. En el trabajo, seguramente era “a mi manera o ninguna”. —¿Me estás diciendo que eres de mente abierta? —pregunté. Se rió. —No. Solo hay una forma correcta de hacer las cosas: la mía. Pero estoy dispuesto a escuchar. Si el otro lado tiene un buen argumento, tal vez logre convencerme. —Señaló la parte superior del menú—. Dime… ¿cuál es tu sabor? —¿Sabor? —solté una risa—. Sushi. Supongo que eso no cuenta, ¿verdad? —Si estamos hablando de malteadas, espero que no. —Carraspeó—. Todos tienen un sabor favorito. ¿Cuál es el tuyo? —Café. —Puedo vivir con eso. Pero si hubieras dicho vainilla, habrías tenido que convencerme… y eso es algo en lo que, por más que lo intentaras, no cambiaría de opinión. Incluso una charla sencilla con él tenía peso. —¿La vainilla te parece demasiado simple? Arremangó su camisa, dejando ver los músculos marcados y las venas que recorrían sus antebrazos. —Es como el apio. Simplemente… insípida. —Odio la vainilla —susurré. —Todo el mundo debería odiarla. Antes de poder contestar, la camarera apareció con una libreta en la mano. —¿Qué les puedo traer? —Dos malteadas de vainilla, por favor —dije, sonriendo. Isaiah soltó una carcajada. —Está bromeando. —Me guiñó un ojo, apreciando mi humor—. Una de café para la dama, chocolate para mí. Y tráiganos también la bandeja de aperitivos. —Perfecto. —Tomó uno de los menús—. Les dejo el otro por si quieren pedir algo más. Cuando se fue, lo miré con incredulidad. —¿Una bandeja entera? Te acabo de decir que no tengo hambre. —Cuando la veas, te va a tentar. Probarás un bocado… y querrás más. Y más. —Esa sonrisa volvió, media sonrisa, suficiente para que lo viera morderse el labio inferior—. Igual que me pasa contigo desde la primera vez que te vi. Ya te he olido, te he probado… y ahora quiero más. Dejó que sus palabras me envolvieran, y al quedarse en silencio, su mirada se volvió más intensa, más dominante que en toda la noche. Había algo distinto en la forma en que me observaba. Y si pudiera asomarme a su mente —cosa que deseaba hacer—, estaba segura de que encontraría un caos tan atractivo como imposible de seguir. —Quiero saber algo —dijo al fin. Ya lo había presentido. Sentía que venía una pregunta. Tomé aire hondo, intentando prepararme. —De acuerdo. —Y quiero que me digas la verdad. Una presión enorme me apretó el pecho, obligándome a cruzar y descruzar las piernas. —Pregunta. —¿Por qué sentí que algo pasó entre nosotros —algo que desconozco— y por eso estabas tan distante cuando me acerqué a ti en el club? —¿Desconoces? —repetí, ganando tiempo. Sabía perfectamente a qué se refería. Solo necesitaba pensar una respuesta. Porque si le decía la verdad, tendría que admitir que lo había visto en el bar con aquella mujer. Que parecía que estaban a segundos de besarse. Y luego tendría que explicarle qué hacía yo allí, hablarle de mi trabajo… algo que no quería hacer. No porque me avergonzara. De hecho, me enorgullecía. De las cuarenta y siete camareras, solo tres llevaban más tiempo que yo. Estaba por cumplir mi cuarto aniversario. Pero había algo que me detenía. Quizá porque la suite de ensueño donde me llevó aquella segunda noche era, en realidad, una de las habitaciones que yo limpiaba cada día. Y eso hacía que el recuerdo se sintiera… contaminado. Tal vez simplemente no estaba lista para darle más de mí. O quizá temía que me juzgara. O que, si lo dejaba entrar un poco más, sería imposible mantener esta distancia que tanto me esforzaba en sostener. Porque incluso ahora, mirándolo, sabiendo lo que podía hacer conmigo, se me hacía casi imposible negar lo que realmente quería. Y eso era a él. —Cuando me dejaste en el estacionamiento aquella mañana, después de pasar la noche conmigo, todo iba bien —dijo él, con la voz más baja—. Tomaste mi número. Me besaste. Pensé, por cómo actuabas, que te pondrías en contacto. Pero no lo hiciste. Y encima, cuando te vi, actuaste como si ni siquiera quisieras que te hablara. Pasar de un extremo al otro… algo tuvo que pasar. —Frunció el ceño—. ¿Qué fue? —Es solo… el momento. Es el momento el que está mal —susurré—. Te lo dije: mi vida es un desastre y— —Eso podría ser una razón por la que no quieres que estemos juntos, pero no es la razón por la que estabas extra picante esta noche —se inclinó sobre la mesa, acercándose a mí—. Pero solo por un momento, hablemos del tiempo. Porque no te molestó el tiempo cuando te estaba desnudando, ni cuando pasamos horas en mi habitación del hotel, ni cuando entraste a mi ducha… dos veces. —Tú me invitaste a tu ducha. No entré sola —le corregí. —Me malinterpretaste, Hannah. Dije que entraste a mi ducha dos veces. No hablaba de cómo o por qué llegaste a mi baño. Mi cara se puso roja al instante. —Volvamos a mi pregunta… ¿qué pasó? Miré mis manos, moviendo los dedos como si fuera a tronarlos, pero sin hacer el sonido. No podía decirle que había sido un presentimiento; eso era estúpido. ¿Qué puedo decir? ¿Qué puedo…? —Fui al hotel el otro día para hablar contigo —dije finalmente—. Mientras caminaba por el vestíbulo hacia los ascensores, te vi en el bar con otra mujer. —Me viste —hizo una pausa, pasándose la mano por el cabello— y asumiste… y por eso me trataste así. —No asumí nada. Estabas en su cara… —Vamos a dejar algo claro. Ella estaba en mi cara. —Su mano estaba en tu brazo… —Que se cayó de mi brazo una vez que rechacé sus avances y me levanté para irme, pero no antes de decirle que iba a pasar la noche hablando con mi esposa. Una descripción que usé para ti, Hannah. Porque desde el segundo en que llegaste a mi vida, ya no he querido tocar a otra mujer —bajó la cabeza, pero sus ojos no se apartaron de mí—. Pero no pude llamarte… no me habías dado tu número. Así que llamé a mi mejor amigo, Camden, mientras me alejaba de ella y me sentaba afuera, junto a la piscina. No supe qué decir. —Entiendo —dijo, tomando aire—. Nos viste juntos, no te gustó, y tu cerebro completó los espacios faltantes. Pero lo que podrías haber hecho era entrar al bar. O si eso te incomodaba, podrías haber llamado y hablar conmigo. —Estamos hablando de eso ahora. Se quedó en silencio tras mi comentario y luego rió. —Entiendo que te estés defendiendo, pero no había razón para que nada de esto pasara antes de este momento. Podríamos haber llegado directo aquí, a este momento, y ambos estaríamos satisfechos, y tú habrías entendido exactamente lo que viste —hizo una pausa, observando mi rostro por completo—. Lo interesante es que incluso te molestó. Para alguien que predica tanto sobre el tiempo y el caos, ¿por qué te habría molestado verme con otra mujer? Y ahí estaba, el agujero en el que ahora me encontraba. —No me quieres, pero no me quieres con nadie más —dijo, rozando mi mano con el dedo—. No puedes tenerlo todo, Hannah. Su sonrisa me estaba devorando. Y el tono de su voz también. La mirada que me atravesaba. No podía ganar.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD