Capítulo 2

2098 Words
2014 Llegó el cumpleaños número dieciocho de Alicia. La familia Méndez se lo celebró en grande. Como cumplía a mediados de enero, ya había salido de cuarto medio y había quedado entre los diez mejores puntajes para entrar a Derecho. Había sido puntaje nacional en Historia y Lenguaje, lo que enorgulleció a todos. ―Te felicito, mi niña, estoy muy orgulloso de ti, de todo lo que has logrado y de cuánto has crecido. Así que ahora, toma, tu primera cerveza en esta casa. La joven tomó el botellín de la mano de su suegro y le dio un abrazo. ―Muchas gracias por todo lo que han hecho por mí. ―No tienes nada que agradecer, espero que puedas tomar esta segunda oportunidad que te dio la vida para superarte y ser alguien mucho mejor de haber continuado en las calles o con tu familia. ―Eso téngalo por seguro. ―Me alegro mucho de que mi hijo te haya encontrado. ―Yo estoy feliz por eso. Los saludos de los demás no se hicieron esperar. Todos estaban felices, para ellos era una hija más, una hermana y la querían así. Diego tomaba cada vez más responsabilidades en los negocios familiares y avanzaba a pasos agigantados gracias a su buen ojo para encontrar nuevas formas de ampliar sus negocios. Pocos días después, Alicia lo acompañó a su primera misión. ―¿Estás lista? ―le preguntó él. ―Sí. ―Bien, esto es sencillo, solo deberemos recoger la mercancía y entregarla. Este trabajo debería haberlo hecho Juan Carlos, pero ya ves, se enfermó y no pudo venir, no había tiempo para buscar a alguien más. ―Sí, lo sé. ―Vamos. Se bajaron del convertible y entraron a la fábrica abandonada. Estaban en Iquique, donde se hacían los intercambios de cocaína y otras drogas ilegales. ―¿Qué hace ella aquí? ―preguntó Roberto Sánchez, el encargado de entregar la mercancía. ―Viene conmigo, es mi compañera. ―Tú sabes que no se puede traer a las putas aquí. ―No es un puta, ya te lo dije, es mi compañera. ―Tampoco a las amantes. ―Ella trabaja conmigo en esto, Roberto, es mi compañera, ya te lo dije. ―¿Lo sabe el jefe? ―Por supuesto, de otro modo, no vendría con ella. ―Está bien, de todas formas, voy a hablar con él. ―Haz lo que quieras, él mismo en persona la entrenó para esto y para más. El otro solo asintió con la cabeza y fue en busca de los paquetes. Alicia no dijo nada, guardó silencio, pero no le gustó nada que ese hombre la tratara de aquella manera. ―Aquí está todo. Alicia revisó que todo estuviera en orden. ―Falta un kilo ―le dijo. ―Eso es todo lo que me trajeron. ―Voy a confirmar. ―Diego abrió su teléfono móvil. ―A no ser que algo se haya quedado allá atrás ―replicó algo nervioso el encargado. ―Ve a revisar. Pocos segundos después, llevó un nuevo paquete. ―Se había quedado entre las cajas ―se justificó. ―¿Estás seguro? ―preguntó Alicia―. ¿No sería que nos querías entregar un kilo menos para que luego me culparan a mí de su falta? ―No, no, ¿por qué haría eso? ―Porque no quieres que una mujer se meta en tu trabajo. ―Las mujeres no sirven para esto. Si no estuviera Diego, estoy seguro de que no te atreverías a enfrentarme. ―Soy muy capaz de enfrentarte, él mismo te lo dijo, Miguel Méndez me entrenó en persona. ―No eres más que una puta barata. Diego lo iba a golpear, pero Alicia lo detuvo. ―No, amor, esto lo haré yo. Le dio un puñetazo en la nariz, luego lo golpeó en la entrepierna y terminó por golpearlo con ambas manos a los lados de la cabeza. ―A mí no me vuelves a faltar el respeto, ¿me escuchaste? Si estás acostumbrado a tratar con putas, allá tú, a mí no ―sentenció. ―Perdón, señorita. ―Y para la próxima, fíjate bien, que si no, el señor Méndez lo sabrá. Alicia se giró para volver al automóvil. Diego le dio una patada en el estómago. ―No se te ocurra querer engañarme otra vez y mucho menos vuelvas a tratar mal a mi prometida. Salieron del lugar y Diego condujo de vuelta a Antofagasta. ―Te felicito, a Roberto no le van a quedar ganas, ni de engañarnos, ni de maltratarte. ―Eso espero. ¿No crees que se me pasó la mano? ―¿Qué? ¡No! Lo hiciste muy bien. ―¿Y si tu papá se enoja? ―Va a estar orgulloso de ti, mi vida, ya lo verás. ―¿Se lo dirás? ―Obvio que sí, se enterará de todos modos, así es que será mejor que se lo digamos nosotros mismos. Incluso, tal vez, en este mismo momento ya lo sabe. ―Ya no sé si quiero volver. Tal vez fui muy ruda… ―¿Ruda? Estuviste perfecta. Una llamada entrante hizo que Alicia se pusiera más nerviosa. Diego puso el altavoz. ―Papá ―contestó Diego. ―Hijo, ¿Alicia está bien? ―Sí, sí, vamos de vuelta a Antofagasta. ―Ya. ¿Esta bien, seguro? ―¿Qué pasa? ¿Ya te enteraste? ―Manuel Torres me llamó para contarme lo sucedido. Pero no estaba muy bien enterado, según Roberto, le dio una buena lección a Alicia. Diego se largó a reír. ―Papá, él ni siquiera la tocó. Fue ella la que le dio una buena lección. ―Me alegro. ―Ella está preocupada por lo que hizo, cree que fue muy ruda. ―Manuel escuchó la conversación. Roberto es hombre muerto, dudo que Alicia haya sido más ruda que eso. ―Sí, lo golpeó en menos de tres segundos, yo creo que él ni cuenta se dio de lo que le pasó por encima. ―Esa es mi chica. Bueno, me quedo tranquilo entonces. No me equivoqué al entrenarla. ―Es una mujer muy fría, papá, no le tiembla la mano. ―Que siga así. ―Así será. ―Nos vemos mañana. ―Sí, llegaremos en la madrugada. ―Los esperamos con desayuno. ―Gracias. Diego cortó la llamada y miró a su mujer. ―¿Lo ves? ¿Aún piensas que fuiste demasiado ruda? ―le preguntó con tierna burla. ―No, creo que no lo fui lo suficiente, tuve que contenerme. ―Para la próxima, no te contengas. Eso sí, que no te nublen los sentimientos. La rabia no es buena consejera. ―Créeme que tu papá me ha enseñado muy bien eso. Y no lo habría hecho por rabia, sentía que se lo merecía, más que por lo que me dijo, por pretender engañarnos. ¿Te das cuenta de que tú le hubieras recibido la mercancía así, confiando en su palabra como siempre? No sé si me quería inculpar a mí o quería quedarse con parte del botín, en ambos casos, merecía un castigo. ―Así es. Y lo recibirá, papá se encargará de eso. Él tomó la mano de la joven y le dio un suave beso en la palma. ―Ya quiero llegar a casa. ―Yo también. Tendremos todo el día libre. ―Sí, espero que lo aprovechemos bien. ―Así será. Empezaremos a celebrar el día del amor desde hoy mismo. ―Pero faltan como tres semanas todavía. ―¿Y cuál es el problema? ―Ninguno, amor, ninguno. ―Quisiera besarte, pero no quiero tener un accidente, así es que de lejitos. Conversemos de algo para no dormirme o no desear parar en cualquier parte y besarte hasta cansarme. ―Bueno, conversemos. ¿Qué va a pasar cuando entre a estudiar? Voy a tener que estudiar mucho. ―Lo sé, yo también pasé por eso, aunque mi carrera no era tan difícil como la tuya, igual tenía que estudiar y muchas noches me llevabas el café y te quedabas conmigo para que no me durmiera. Ahora será mi turno. ―¿Harías eso por mí? ―Obvio, ¿por qué no? ―Porque la mayoría de las veces, la mujer ayuda al marido a salir adelante y cuando toca el turno de la mujer de estudiar, el hombre no la ayuda, incluso, hasta le impide que estudie. ―Pues yo no soy así, si lo hiciera, mi papá me mata. ―Se largó a reír―. Pero aparte de eso. ―Se puso serio―. Yo no quiero que te quedes vegetando en la casa, quiero que salgas, que conozcas otro mundo, que te desarrolles y que hagas lo que te gusta. Además, ya sabes, esperamos contar con una buena abogada en la familia. ―Ojalá que así sea. ―Lo harás muy bien, sacaste doble puntaje nacional, eso no es fácil. Yo pasé raspando. ―Pero eres un muy buen administrador. ―Si yo pude, con mayor razón lo harás tú. Siguieron conversando todo el camino. Ellos podían sacar tema de lo que fuera, jamás se quedaban sin saber qué decir. Llegaron a eso de las cinco de la mañana a la ciudad, pasaron a dejar la mercancía a la fábrica y luego se fueron a casa, donde los esperaban con un rico desayuno. ―¿Todo salió bien? ―preguntó Miguel. ―Todo. Ya está entregada sin contratiempos ―respondió Diego. ―¿Y a ti cómo te fue? ―le preguntó a Alicia. ―Bien, bien. Solo un pequeño encontrón con Roberto. ―¿Qué pasó? ―preguntó Irma, la mamá de Diego. ―Nada, pensó que yo era alguna amante de Diego o algo así. El problema fue que se quería quedar con un kilo de cocaína. Menos mal que me di cuenta. ―¿Y qué hiciste? ―le preguntó Miguel, a sabiendas de lo que había ocurrido. ―Le pegué un poquito ―respondió avergonzada. ―¿Un poquito? ―se burló Benjamín. ―Sí, no lo que debería haber hecho. Es que pensé que el tío se iba a enojar, por eso me contuve. ―Eso está muy bien, aprendiste a controlar tus emociones. Bien hecho. No te preocupes, en todo caso, el tema de Roberto está resuelto. Nos estaba engañando desde hace tiempo, así es que tendrá su merecido, nadie se burla de los Méndez. ―Sí, de haberlo sabido, le habría pegado más, pero bueno. Miguel sonrió. ―Creo que eso me faltó enseñarte, cuándo sí y cuándo no. ―Sí. Igual era mi primer trabajo, así que fue algo que no me esperaba, se suponía que todo saldría bien, ¿no? ―Sí, actuaste como correspondía, te felicito por eso, aunque él se estaba ufanando de haberte dejado peor. ―Ja. Ni me tocó, no alcanzó a nada. Ni cuenta se dio de qué lo golpeó ―replicó burlona. ―Lo sé. Bueno, tomemos desayuno para que se vayan a descansar. Fue un viaje muy largo. ―Sí, van a ir a puro descansar ―se burló Francisco. ―¡Tonto! ―regañó Alicia sin enojo. De ahí en más, las cosas fueron de bien a mejor para Benjamín y Soledad. Ella estudiaba mucho, gracias a eso, tenía muy buenas notas, eso no quitaba que algunos negocios los llevaran juntos. Se la conocía por ser una mujer que no tenía piedad de nadie. Si descubría algún tipo de traición, hacía pagar al culpable sin consideración. Una noche, ambos fueron a recibir una mercancía, unos problemas con la entrega hicieron necesario que Benjamín y Alicia fueran en persona a ver el asunto. Al llegar, todo estaba en silencio, en inquieto silencio. ―¿Crees que esté pasando algo? ―le preguntó ella algo atemorizada. ―No lo sé, esto está raro, ¿no? ―Muy raro. Avanzaron hasta el container donde se suponía los esperaban, no obstante, no había nadie, ni siquiera el container que traía la mercancía. De pronto, oficiales de la policía aparecieron por todas partes, los rodearon. Benjamín quiso proteger a Alicia, sin embargo, cuando los disparos provenientes de sus propios hombres mataron a dos oficiales, comenzó la masacre. Benjamín fue herido en una pierna, pero Alicia recibió un disparo en el pecho. Él la tomó en sus brazos y se rindió ante los detectives, aun así, no dejaron de disparar. Benjamín fue herido en el abdomen mientras veía la vida de su mujer extinguirse. Había llegado el final. No quería vivir sin ella.
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