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Regresa a mí

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Blurb

Diego Méndez es hijo de uno de los traficantes más grandes de Chile. Alicia es su mujer, su pareja y su compañera, con la que comparte todo. Una noche, en una redada, Diego queda herido y Alicia muere.

Diez años después, Soledad es secuestrada y llevada con un narcotraficante, sabe que su pasado está de regreso y que muy pronto se enterarán de quien es ella en realidad. Si la descubren los Méndez sabe que estará en grave peligro. La traición se paga con la vida.

Cuando Diego descubra su verdadera identidad, ¿tendrá compasión de ella?

Regresa a mí, una historia donde el amor se dará una segunda oportunidad, pero como dicen, las segundas partes nunca fueron buenas, ¿será así en este caso? ¿Podrá el amor superar las barreras que los separan?

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Capítulo 1
2012 Diego se bajó de su deportivo y entró a su casa. Allí lo esperaba Alicia. La besó con fogosidad, como siempre. Llevaban un año juntos, ella se fue a vivir con él apenas se conocieron. La joven vivía en la calle, sus padres eran unos drogadictos que no tenían ninguna consideración con sus hijos y no les importaba lo que ocurriera con ellos. En una de las rondas que él hacía a sus territorios, la encontró y se enamoró. Ella estaba borracha y drogada. La llevó a su casa, la desintoxicó y se quedaron juntos. Alicia también se enamoró de él. Y ahí estaba él, besándola y abrazándola por la cintura, no la quería soltar.   ―Oye, estoy preparando la cena. ―¿Ah sí? ¿Y de cuándo cocinas? ―Hoy quise hacerlo yo, ¿te molesta? ―No, pero tengo personal para eso, tú solo debes verte bonita para mí. ―Cocinar es sexi. ―Sí, no lo niego, pero prefiero tenerte para mí y no compartirte con las ollas y sartenes. ―Bueno, le diré a Rosita que termine. ―Eso me gustó. Rosita entró a la cocina y se ocupó de la comida. Todos los empleados de la casa eran muy discretos, tanto porque así lo estipulaba su contrato, como por el tipo de hombre y de negocios que se llevaban a cabo en esa casa. Diego, en tanto, se llevó a Alicia al dormitorio. Quería hacerla suya, aquel no había sido un buen día, la mercancía que debía entrar al país fue retenida. Sabía que en unos días estaría disponible para su distribución, sin embargo, el mal rato no se lo quitaba nadie. En realidad, sí, Alicia. Su Alicia. ―¿Pasó algo? ―le preguntó ella abrazados en la cama. ―Sí, el camión donde venía la mercancía fue interceptado por la policía, pero ya hablamos con el comandante, así es que lo soltarán en unos días, el problema es que con esto nos retrasaremos en las entregas. ―¿Y por qué los detuvieron? ¿No se supone que eso está cubierto? ―Sí, lo está, pero tenían a nuevos trabajando, con esto de la inmigración, las cosas no han estado muy bien en otras zonas, así que mandaron a estos pelados a hacer la fiscalización, ellos no sabían que debían dejar pasar el camión sin poner trabas. ―Ah, que mal. ―Sí, pero no nos preocupemos, venía enojado, pero tú me alegras la vida. Ella sonrió y se puso sobre él como una gatita. ―¿Ah sí? Bueno, vamos a cenar, después puedo quitarte el estrés que te quede. ―¿Estás segura? ―Muy segura. Diego y Alicia fueron al comedor.   La casa donde vivía Diego no estaba ubicada en lo mejor de la ciudad, pero era una de las mejores de la zona. Todo el mundo sabía que él y su familia eran narcotraficantes, tenían varios automóviles, fueron comprando casas hasta poseer toda una manzana solo para ellos, tenían algunos negocios, almacenes, botillerías y minimarket en casi toda la ciudad para el lavado de dinero. El padre de Diego había distribuido las casas de la cuadra para que cada hijo pudiera vivir con él, pero aparte; juntos pero no revueltos, como siempre decía. Cada casa tenía su salida independiente, pero se conectaban por un patio interior, común a todas las casas, donde tenían los estacionamientos y la zona de juegos de los niños. Cenaron los dos solos y luego se fueron por el pasillo interior al enorme bar que tenía Miguel, el padre de Diego. Cada noche se juntaban allí para tomar una copa o un café. ―Hola, chicos, ¿cómo están? ―saludó el padre a la pareja que entró. ―Hola, papá, no muy bien ―respondió Diego. ―Hola, tío ―saludó Alicia con un beso en la mejilla al hombre, que la detuvo de la cintura. ―¿Qué le pasó a tu pololo que viene con esa cara de poto? ―le preguntó con un dejo de diversión. ―Interceptaron el camión ―respondió Benjamín con molestia. ―Ah, sí me enteré. Bueno, pero eso está solucionado, hablé con Gutiérrez y me aseguró que mañana estará liberado, no te hagas problema. ―¿Estás seguro? ―Como que soy Miguel Méndez. Ya, olvídate de ese asunto, ¿qué quieren tomar? ―Yo quiero una cerveza ―respondió la joven con una sonrisa divertida. ―¿No eres muy joven para beber? ―le preguntó Miguel. ―Siempre me pregunta lo mismo. ―Porque no has crecido lo suficiente para tomar alcohol. Te daré una bebida. Cuando cumplas los dieciocho, celebraremos tu cumpleaños con una cerveza. ―Está bien ―aceptó la joven. Casi cada noche era lo mismo, ella quería una cerveza y Miguel se la negaba. Diego tampoco le daba alcohol. Y le faltaba más de un año para cumplir la mayoría de edad. ―Incluso, creo que estás demasiado pequeña para estar con mi hijo, pero bueno, ahí no puedo hacer nada. Le dije que no lo hiciera, pero si ustedes están de acuerdo, nada que hacer. ―Ya soy grande, lo soy desde que mis padres me dejaron en la calle, ellos no pensaron en que era demasiado niña ni nada cuando se drogaban delante de mí y yo aspiraba todo su humo. ―Pero no por andar en la calle, debes hacer lo que sea. Podrías estar en drogas, alcohol y sexo libre, pero eso no te hace adulta, debes entenderlo bien. La adultez se trata de otra cosa. ―No tienen problema en proveer de drogas a los niños ―espetó sin consideración, pero se arrepintió al instante. Miguel sonrió. ―Sí, es cierto, pero ¿sabes qué? No puedo cuidarlos a todos. Si ellos quieren esa vida, es su problema, no mío. Tú vives bajo mi techo, soy responsable de ti, si tú hubieses estado ahí afuera, a mí me daría lo mismo, pero mi hijo se enamoró de ti, eres un m*****o más de mi familia y a los míos los cuido con mi vida. Por lo mismo, espero que no te quedes embarazada. Hay mucho que debes vivir todavía para amarrarte con un hijo. Es cierto que hoy las mujeres comparten las tareas con sus parejas, pero siempre la mujer va a ser la que pierda su independencia y libertad. ―Sí, es verdad, perdón. ―Ella bajó la cabeza. El hombre la abrazó paternal. ―No lo sientas, eres adolescente, crees que tienes la vida comprada y que tienes el mundo a tus pies, pero no es así, linda, eres una niña con ansias de crecer antes de tiempo, y que, lamentablemente, tuvo que crecer antes de tiempo, aun así, no permitiré que eches a perder tu vida. No dejaré que te expongas a cosas que no podrás manejar. No todavía. ―Sí, está bien, si yo entiendo, perdón. En ese momento, entraron al bar los hermanos de Diego con sus familias. Diego era el menor de los Méndez. Su hermana Lucía tenía veinticuatro años, era tres años mayor que Diego, soltera, sin hijos. Francisco tenía veintisiete años y era casado con Gilda, tenían una pequeña de tres años. Benjamín tenía veintinueve, también casado, con Fernanda tenían dos hijos, los gemelos Miguel Ángel y Francisco Javier de cuatro añitos. ―No me digas que ya estás reclamando porque papá no te deja beber alcohol ―bromeó Francisco y se acercó a darle un beso en la mejilla a su cuñada. ―Tu papá no dejará que pruebe una gota de alcohol hasta que cumpla dieciocho, ya lo sentenció ―replicó Alicia sin enojo. ―Está bien eso, estás muy chica para tomar. ―Sí, eso dice. ―No te enojes, lo hacemos por cuidarte ―indicó Miguel. ―Sí, lo sé, y tengo sentimientos encontrados con eso ―admitió por primera vez. ―¿Por qué? ―Quiso saber Miguel. ―Porque sí, porque a mis papás les da lo mismo lo que haga con mi vida y ustedes se preocupan hasta de una cerveza que me puede hacer mal. ―Lo que pasa ―intervino Benjamín―, es que tú eres muy niña. Primero, tu cuerpo no está preparado para recibir alcohol; segundo, no tienes control todavía, podrías fácilmente hacerte adicta; tercero, te queremos y por eso te cuidamos. ―A mí tampoco me dejaron probar nada antes de los dieciocho ―repuso Lucía―, así que no eres la única. Agradece que mi papá te trata como a una hija.   ―Sí. Créeme que lo agradezco. Mucho.   ―Eres parte de nuestra familia ―afirmó Miguel mientras le entregaba un vaso de Coca Cola. Compartieron un rato, hablaron de negocios. ―Cuando cumplas tu mayoría de edad, ¿te gustaría unirte a nuestros negocios? ―le preguntó Miguel a Alicia. ―¿Podría? ―Sí, pero debes prepararte primero. Conocer cómo trabajamos, ver en qué puedes aportar y, sobre todo, prepararte físicamente, vale decir, aprenderás a disparar, defensa personal y algunas otras cosillas que te iremos enseñando en el camino. Eso sí, el día de mañana, si tú terminaras con mi hijo, nada de lo que te enseñemos aquí debe salir de estas paredes. ―Por supuesto, tío, eso lo tengo claro. ―Sabes que tenemos brazos muy largos ―le advirtió en tono amenazante. ―Sí, también lo tengo claro. ―Perfecto. Entonces, empezarás tus clases de tiro mañana. Eso sí, no puedes descuidar tus estudios, eso será importante para mantener la fachada. En la universidad estudiarás lo que se te antoje, pero sí debes estudiar, ¿lo entiendes? ―Claro, ya lo había conversado con Diego, voy a estudiar algo con Administración. Quería estudiar Derecho, pero no sé… ―¿Derecho? ―Sonrió con diversión y algo de admiración―. Eso sería perfecto, ¿crees que podrías hacerlo? Necesitamos un buen abogado en la familia, a mis hijos no les dio. ―Sí, de hecho he estado leyendo algunos libros y creo que puedo hacerlo. ―Entonces, Derecho será. Cuando salgas de cuarto medio, podremos celebrar tu licenciatura, tu entrada a la universidad y tu mayoría de edad con una cerveza. Una ―aclaró divertido. ―Bueno ―respondió ella con una sonrisa.  

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