El dado cae al suelo y rebota en los tablones de madera.
Rueda y rueda y rueda. Da la sensación de que va a rodar eternamente. Que voy a quedarme atascada en ese horrible intermedio de pavor y terror en el que no sé exactamente qué está pasando, excepto que está a punto de empeorar.
El silencioso sonido que hace al rodar por el suelo es tan fuerte que me sacude los dientes. El dado se detiene, al igual que todo lo demás.
El príncipe mira el dado que tiene a sus pies, y lo que ve le hace sonreír. Lo coge y me lo muestra. Aparece un símbolo parecido a dos círculos superpuestos.
—¿Qué significa?— pregunto sin aliento.
Su sonrisa se transforma en una mueca.
Intento apartar el brazo de su agarre, pero él sólo lo aprieta más.
—¿Crees que no te reconocí? ¿Crees que por esconder tus alas y
