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MUJER PROHIBIDA

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Blurb

Fernanda es una de las sirvientas de la hacienda las Heliconias, una de las más grandes e imponentes haciendas del país y así como es su tamaño son los secretos que se guardan tras las paredes de aquel hermoso y perfecto lugar. Ella no sabe quienes son sus padres, ni cuales son sus orígenes, sólo sabe que la señora y dueña de la casa, Doña Isabel la acogió cuando apenas era una bebé, así que ella todo lo que sabe hacer es servir a los dueños y señores, es lo que ha hecho toda la vida. Y en su camino allí fue imposible que sus ojos no se clavaran directo en el hijo mayoor de Doña Isabel, el joven Juan Daniel, de exuberante belleza y elegancia, inteligente y prudente, casi un hombre perfecto que también puso sus ojos en Fernanda, pero a pesar del amor que llego a sentir por ella nunca dejó de lado sus deberes como el primogénito de la familia del Castillo, así que aún con el dolor de tener que dejarla partió a otro país para realizar sus estudios universitarios y al regresar la encontró más hermosa que nunca. Pero como su destino estaba marcado, Juan Daniel tuvo que someterse a un compromiso con la hija de una de las familias más adineradas del país.

Así que con el corazón invadido en tristeza Fernanda y Juan Daniel aceptaron sus destinos, vivir un amor en la distancia y el secreto, al menos hasta que a casa regresa también el menor de la familia, Santiago, un chico que llega a poner el lugar de cabeza con su irreverencia y su manera directa de hacer las cosas.

A diferencia de Juan daniel, Santiago es un hombre que no pide permiso y tampoco disculpas, está dispuesto a hacer lo que sea por lo que quiere y tiene sus objetivos muy claros desde temprana edad, así que luchará contra viento y marea por lograrlos, sin saber que en su camino por tomar lo que tanto quiere dejara a la luz los secretos que tanto avergonzarán a su familia.

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1. LA GRAN BODA.
—Quita esos manteles, coloca sobre las mesas los de algodón. —Pero señorita… —Es una orden Fernanda —bajar la mirada era poco, mis mejillas estaban rojas, mis ojos hinchados, dos noches y todo al fin llegaría al fin que siempre supe que tendría. —Sí, señorita. Moví mis pies en solo dos pasos y entonces la voz firme y cruda de la Señora Isabel nos sorprendió a las dos. —No des un paso más, Fernanda.  —Isabel… —titubeo la señorita Luciana. —Señora Isabel para ti, aún no te casas con mi hijo, faltan dos días, que no se te olvide. La voz de la señora Isabel daba un poco de miedo, pero aún más esa actitud autoritaria que nunca dejaba de lado, volví mis pies a ellas y con el rostro gacho espere obediente a lo que tenía por decir. —Fernanda sabes que los manteles de algodón son para celebraciones en la tarde, te lo he enseñado por años, para esta noche puedes poner los de seda.  —Si, Señora Isabel. —Y por favor quita esos cubiertos de plata, pon los de oro, es una celebración nocturna, una cena, estos se ven demasiado ordinarios y corrientes. —De acuerdo —moví mis pies rápido, lejos, hábilmente quería y tenía que llegar a la habitación de enseres donde se suele guardar todo aquello que me acababan de pedir. Me sentía terriblemente mal, casi enferma y es que de alguna manera lo estaba, sentía como estaba quitando espinas con las manos para entregarle un arreglo de flores a otra persona, una que no merecía mi odio y por eso no podía dárselo. El destino, la vida y mi camino eran así, no tenía derecho alguno a repicar, a pelear, a luchar por lo que nunca fue mío y nunca iba a ser.   Dos horas más tarde las mesas en el gran jardín estaban listas, me había cambiado el uniforme por el de protocolo y me alinee junto a las otras sirvientas de la hacienda, todas con el mismo recogido de pelo, todas sin maquillaje y guantes blancos, los meseros frente a nosotras y la música suave inundaba el lugar a medida que los invitados, todas personas adineradas, llegaban en lujosos autos y suntuosos vestidos que podrían costar el sueldo de muchos años de trabajo.  Pero esa era mi vida, ser solamente la empleada de una gran hacienda, hija de nadie adoptada y recogida por la buena voluntad de la señora de la casa. Doña Isabel. Tampoco tenía porque estar resentida por aquella situación, porque tenía un hogar, comida y trabajo y muy en el fondo de mi ser, tengo la certeza de que no ser por la buena voluntad de la Señora Isabel y que mi padre adoptivo, Rodrigo, aceptara acogerme en su humilde rancho, probablemente yo estaría muerta o con un destino muy cruel y doloroso.  —El joven Juan Daniel aún no se presenta —la voz risueña de Jacinta me hizo salir de mis pensamientos estúpidos.  —¿Crees que está bebiendo otra vez? —¡Silencio! —las reprendí enseguida—. No es problema nuestro, debemos concentrarnos en que esto salga acorde a las exigencias de la Señora Isabel. Sabía que seguirán susurrando y cuchicheando sandeces sobre el estado de Juan Daniel, pero me dediqué únicamente a hacer lo que era mi deber, para darme cuenta que 10 minutos su presencia inunda el lugar como siempre solía suceder.  Es un hombre alto, imponente, elegante y de un aura poderosa, se aferró a la cintura de la señorita Luciana y aunque estaba en mis deberes, era imposible no mirar como paseaba por todo el lugar con orgullo y sonriente junto a su futura esposa.  —¿No piensas decir nada? —su voz a mi espalda, mis manos aferradas a la bandeja y un nudo en mi garganta, no podía seguir llorando, eso era definitivo. —Felicitaciones, joven. —Mentirosa. —Es verdad, estoy muy feliz de que formara una familia, lo merece porque usted es una buena persona. —Fernanda, mírame y dímelo a la cara. Necesitaba justo en ese momento un salvavidas, alguien o algo que nos sacara de esa innecesaria conversación, pero parecía que todo estaba en mi contra, al menos hasta que se escucharon los pasos de los meseros y me di cuenta que se iría sin tener que decirle nada más.  Dos noches y al fin todo habría acabado para mí, mi corazón estaba roto desde el primer momento en que puse mis ojos en Juan daniel 5 años atrás decidí que su belleza me hipnotizara y me cegara, deje rienda suelta a mis sentimientos, solo para llorar y sentir dolor hoy.  —Fernanda, llevame a mi habitación.  —Claro que sí, señora Isabel.  La cena de ensayo del compromiso del mayor de los hijos de la señora Isabel había terminado y ella como siempre y como cada noche me pedía a mi que la llevara hasta su habitación, peinara su melena rubia y la ayudara a meterse a la cama, era como un ritual desde que tenía 14 años.  —Fue todo un éxito —comentó y sonrió mirándose al espejo mientras yo tomaba su peina de plata, que había pasado de generación en generación.  —Nada de lo que usted haga será un fracaso, Señora Isabel. —Lo dices porque me aprecias. —Y porque es la verdad.  Caminar hasta mi habitación no era una tarea difícil, pero con Juan Daniel al acecho el miedo era tangible como el frío metal. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, los dos días pasaron y mis manos temblaban mientras me terminaba de hacer el peinado exigido por la señora Isabel para la boda.  Dos días en los que espere un milagro, en los que espere un grito proveniente de la gran hacienda que anunciara el desastre yq ue Juan Daniel corriera a mi lado gritando sus sentimientos en voz alta, pero eso no iba a pasar nunca, el era responsable de su familia y el dinero de esta, casarse o meterse con alguien como yo era un quiebre total a sus obligaciones como primogénito.  —¿Lista? —Escuche a mi padre al otro lado de la puerta, limpie esa última lágrima y deje que todo a mi alrededor se desmorone. —Si. Tenía que permanecer cerca de la mesa de bebidas, el jardín estaba perfectamente decorado y esta vez sí estaban sobre la mesa los elegantes y finos manteles de algodón que tanto quería la señorita Luciana, los invitados sentados cada uno en su lugar, eran más de 500 personas, pero la hacienda tenía el tamaño suficiente como para recibir 10 veces eso y más.  Sentí un tirón en mi brazo y mi espalda chocó contra el armario que se había puesto para guardar copas y botellas de licor que yo debía servir durante la noche.  —Dime que no —Juan Daniel me miraba con los ojos rojos, el aliento a Tequila, su bebida favorita y sus manos sosteniendo mi rostro, nuestros labios demasiado cerca. —¿Qué hace, joven?  —Dime que no me case y no lo haré, dime que huya contigo y huiré, dime que tu amor es sincero y yo ciegamente te creeré. —Y-yo… Creo que… —un ardor incontrolable se extendió de mi garganta hasta mis ojos, pero ya no salían lágrimas. —Fernanda, si me amas dimelo. —¿Por qué tengo que ser yo? —la pregunta lo tomó por sorpresa y me di cuenta porque aflojo el agarre de mi rostro—. Si me amas, acaba con esa farsa tu, no tengo porque ser la villana de un cuento en el que solo soy un extra, te amo Juan Daniel, ni un segundo de mi vida han cambiado esos sentimientos por ti, no tienes razones para dudar de mis sentimientos, pero yo no tengo razones para interrumpir lo que tú mismo has aceptado. Fuiste tu quien dio el sí a esta orden de tu madre.  Finalmente le soltó, me liberó, sus labios temblaban, había lágrimas en sus ojos y escurriendo por sus mejillas, esas hermosas mejillas que un día pude acariciar, intentó acariciarme de nuevo, pero parecía que las fuerzas ya no estaban en sus brazos. Casi podía sentir el dolor de su pecho agitado, subía y bajaba violentamente. —L-lo siento, Fernanda. Soy un cobarde que no te merece, perdoname. Se fue sin mirar atrás, se marchó y yo por impulso regresé a mi lugar de trabajo, tenía una visión perfecta del altar y pude ver como Juan Daniel se acomodó en su lugar, limpiando las pocas lágrimas que rodaron. Su suegro lo abrazo y palmeo su rostro, supongo que advirtiendo conmoción por la espera, pero sin saber las verdaderas razones de su llanto y me compadecí del hombre porque no creo que ningún padre quisiera entregar a su hija a un hombre que no la ama.   —Juan Daniel, nunca va a cambiar —esa voz, por un instante, me hizo olvidar de todo, inclusive de la marcha nupcial que sonaba dejando saber que la novia estaba por entrar—. Siempre haciendo lo correcto, en lugar de hacer lo que lo hace feliz.  —Sa… ¿Dónde estuviste todo el tiempo? ¿Qué haces aquí? —pregunte con mis ojos abiertos y buscando los suyos, verdes como los recordaba, divertidos, infantiles, picaros, hermosos. —Es la boda de mi hermano, no pensaba perderme tan magno evento, era la oportunidad que siempre estuve esperando, Fernanda —bebió de un vaso de Whiskey que estaba servido sobre la mesa y me pellizcó una mejilla—. Sigues tan hermosa como siempre. —Santiago, tu… —Shhh —me silencio poniendo un dedo sobre mis labios—. Ya está entrando la novia. Volví mis ojos al altar y allí estaba ella, en un vestido color crema, lleno de pedrería y un velo de muchos metros que arrastraba por el lugar, mientras que Juan Daniel no paraba de derramar lágrimas y todos allí sonreían extasiados de ver al novio tan enamorado. —Llora por ti. —Santiago. —Solo digo la verdad, lo extraño es que tu aquí no llores por él. —Te vas por 5 años y regresas a decir cosas de las que no tienes idea. —Tal vez tengo más idea de la que crees, Fernanda. —Aún así, no es tu problema. —Pronto lo será. —¿Por qué? —Porque serás tan mía como siempre quise.

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