Santiago había tendido a Fernanda sobre la cama, las manos arriba de su cabeza y atadas, boca abajo le levantó el trasero lo suficiente como para acceder a ese pedazo de cielo que él adoraba con devoción. —Así como estas me pones más duro y no se si eso es posible. No me canso de cogerte, Fernanda. Dos minutos antes, Santiago estaba usando las palabras más dulces del mundo para darle los buenos días a su novia y ahora simplemente estaba allí tomando todo su cuerpo. La amaba con tanta locura que si se pudiera fundir en ella lo haría sin dudar demasiado. —Fernanda, dime que sí. Casate conmigo, vuélvete mi mujer. Pero ella estaba absorta en la mano que apretaba su cuello y en la que sostenía su cintura, mientras con sus manos extendidas no podía hacer nada. Estaba a la deriva de lo que

