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Érase una vez mientras dormía

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Blurb

PARTE I

Sam está entre los vivos y los muertos.

Cuando Sam despierta un día y se da cuenta de que su alma está vagando por el limbo hará todo lo posible para poder salir de allí y volver a la vida junto con la ayuda de Brandon, un adolescente de 13 años que lleva 6 años en ese lugar.

Cuando Sam descubre que tiene un propósito en el limbo se da cuenta de que volver a la vida para encontrarse de nuevo con su novio Jay es una esperanza nula, sin embargo no se da por vencida.

Pero conoce a Charles Cannadian, un condenado que se ocupa de llevar almas a la oscuridad. Sam lo odia desde el primer momento, lo que no sabe es que Charles formó parte de su vida pasada y quizás también forme parte de la presente.

Dos amores.

Una elección: renunciar a vivir para cumplir con su misión en el limbo o regresar a la vida para encontrarse con su novio Jay.

PRIMER LIBRO DE LA SERIE "ÉRASE UNA VEZ".

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Capítulo 1
«Érase una vez mientras dormía noté que mi cuerpo flotaba, fue un sentimiento tan profundo y tan real que pensé que era un sueño, así que me dejé llevar. Érase una vez mientras dormía dejé de respirar.» 196 DÍAS  Miro mi reloj de pared fijamente mientras escucho el tic tac sin parar. ¿Desde cuando ese tic tac es tan ensordecedor? Además del tic tac del reloj, estoy empezando a sentir un tic en mi ojo. El reloj me está exasperando. La lluvia cae afuera. Eso me da algo de tristeza. Necesito que pare. Necesito que vuelva el sol. 196 días. Es lo que hemos estado él y yo desde que hablamos. Los mejores 196 días de mi vida. Lo extraño. Por culpa de la lluvia no lo he podido ver. Mi novio Jason a quien de cariño le digo Jay vivía en el otro pueblo. Palmer Springs. Estaba cerca. Podía verlo si quisiera. Él podría venir o yo podría ir. Pero no es el caso. Recuerdo la primera vez que lo vi, venía caminando por la costa con sus pasos lentos y seguros. ¿Por qué viene tan lento? me pregunté. Así era Jay, sin prisas, mientras que yo era más ansiosa y apurada. Cuando llegó y se sentó junto a mi me dijo un tierno hola. Estaba nerviosa pero no lo demostré. —Hola —respondí con falsa seguridad. Esa noche conocí a Jay, a quien jamás pensé que sería tan importante en mi vida. Ahora llevamos 196 días de conocernos y 5 meses de novios. Los mejores días de mi vida. Pero ahora quisiera verlo, tenía una semana de no verlo ya. Y la lluvia seguía. El invierno estaba aquí. Estábamos cerca de diciembre así que hacía mucho frío y había lluvia. Necesitaba que Jay me diera calor de todas las formas posibles. No odiaba la lluvia, es solo que cada que llovía estaba sola así que me sentía sola. Era como si el cielo estuviera llorando, me sentía triste también. Hacía algunas semanas que me sentía extraña, desde la ultima vez que vi a Jay tenía mucha ansiedad y había veces en que sentía la sensación de irrealidad. Era normal para alguien que padece de ansiedad y ataques de pánico. Ya no me asustaba tanto. Mientras estaba en mi cama, intentando dormir y escuchando el molesto tic tac del reloj me preguntaba si en realidad esto era real. ¿Y si estoy muerta y todo lo que pasa lo estoy imaginando? ¿Y si esto no es real? ¿Desde cuando? ¿En qué momento morí? Pero solo eran preguntas locas en mi cabeza loca. Antes de dormir recibí un mensaje de Jay: Que tengas dulces sueños, mi amor, estoy contando las horas para poderte ver. Espero que mañana sea un mejor día y salga el sol. Te amo, cariño. Los mensajes de Jay me daban felicidad. Jay era mi felicidad. Sentí frío, así que me cobijé por completo mientras respondía su mensaje: Descansa, Jay, esperemos que mañana sí salga el sol. Te extraño. Y te amo. Besos. Dejé el celular en la mesita de noche conectado al cargador y cerré mis ojos dispuesta a dormir, con la esperanza de que mañana fuera un mejor día. Sin embargo, sería lo contrario.  • Allí estaba esa alarma de nuevo. Me removí en la cama buscando lo heladito de ésta y me dispuse a seguir durmiendo, pero la alarma no dejaba de sonar. La alarma era de mi madre. —¡Mamá! ¡La alarma! Nada. Era molesta. Estaba interrumpiendo mi sueño. Salí de mi cama, noté que había sol. Había salido el sol. Respiré aliviada y caminé a la habitación de mi madre, pero al llegar no había nadie en la cama. Qué extraño. Era muy temprano para que saliera. Le resté importancia y me apresuré a apagar la alarma. Tenía hambre y sinceramente el sueño se me había quitado. Era un nuevo día y mejor. Vería a Jay. Bajé a la cocina para buscar algo de comer. Pero no había nada. Ni huevos. Nada. El refrigerador estaba vacío y las cosas que habían eran viejas. Estaba segura de que anoche había dejado leche. Seguía en pijama y con mucha hambre. Tendré que ir a la tienda. Tomé dinero del tarro, peiné un poco mi cabello para no salir tan desgreñada a la calle y me puse mis botas de lana. Cuando salgo a las calles de Plant Green los rayos de sol me reciben. Los siento en mi piel. Me abrazan. Me gustaba sentir el sol en mi piel. Pero no al exceso. Pero ese no era el caso, mientras iba caminando por las calles del pueblo noté algo mucho más extraño. Las calles se sentían un tanto vagas y vacías. Es decir, las calles estaban... tristes. No parecía lo normal del pueblo. Parecía otro lugar. ¿Será que sigo dormida y estoy soñando? Me pellizqué el brazo y no, estaba despierta. Cuando iba casi cerca de la tienda me encontré a varias personas que no conocía. No eran del pueblo. O no los había visto jamás por aquí. Sin embargo me sentí aún más extraña cuando ellos se me quedaron viendo fijamente, sin parpadear, sin disimular. Me sentí incómoda. ¿Qué está pasando hoy? Cuando llegué a la tienda busqué mi carrito y me dispuse a echarle las cosas que ocuparía. Leche, huevos, café, tostadas, mantequilla. Cuando llego a la caja para pagarle a Berny, el chico que atiende, pongo mis cosas en la mesa, esperando que las pase por esa cosa que hace pip y da el precio. Pero no lo hace. Solo está allí, mirando su teléfono celular, sin mirarme. —¿Berny? —intento llamar su atención. Nada. —¡Berny! —exclamo, pero me ignora totalmente. ¿Acaso no me habla? ¿Acaso hice algo malo sin saber? —¡Por Dios, Berny, no me ignores así! Solo quiero que te pagues mis cosas y me iré. Aún así estaba como si nada, como si... no me escuchara. Chasqueé mis dedos casi frente a él, pero no sirvió. —Entonces creo que me llevaré esto sin pagar —empecé a meter mis cosas en una bolsa. No funcionó. —¡Berny! —esta vez fue otra voz la que llamó su atención. Él sí elevó la vista y sí sonrió cuando miró a Amanda venir con sus compras— ¿cómo estás hoy? —Hola, Amanda, está todo bien, creo que hoy será un mejor día. Salió el sol después de todo. —Sí, aunque no tan bueno. Mi madre quiere que vayamos a... despedirnos de... —silencio. ¿De quien? Yo estaba allí justo frente a ambos escuchando su conversación privada y no me decían nada. Ni siquiera me miraban. Bien, creo que hoy todos se pusieron de acuerdo para ignorarme hoy. Mi cumpleaños ya pasó así que no sé por qué lo hacen. Abrí la caja de leche y me dispuse a tomar de ella. Aún tenía hambre. —Mi madre quiere que vaya también. Pero es... es muy triste la verdad. —Lo sé, era como tu mejor amiga —dice Amanda. ¿Qué? ¿Quién? La casi mejor amiga de Berny era yo. O bueno, eso creía, tal parecía que fui reemplaza. Genial. —Es necesario ir. No puedo creer en qué momento pasó esto. La voy a echar mucho de menos. De verdad. Todos lo haremos. No entendía nada, ¿quien murió? —Emm... ¿chicos? ¿De quien hablan? ¿Quien murió? Pero como era de esperarse, nadie me decía nada. Acepté que me habían marginado, dejé las cosas y salí de la tienda aún con mi orgullo. Averiguaría qué pasó con esa chica y por qué yo no sabía nada. ¿Era alguna conocida acaso? Eso me llenó un poquito de terror. Cuando estoy a punto de llegar a mi casa noto que en la casa siguiente, donde mi vecina, quien murió hace un año, había una señora arreglando unos rosales. La señora Gertrudis solía hacer eso. Sentí como un tipo de dejá vù en ese momento. Pero también sentí un escalofrío, no solo porque había sentido la sensación de que podía ser ella sino porque lo comprobé en el momento en que se puso de pie y me miró. Sentí que el corazón se me detenía por un segundo. —¡Samantha! Qué alegría verte por aquí... espera, ¿por qué estás aquí? —me preguntó la señora quien se supone que estaba muerta y que ahora estaba frente a mi. Parpadeé varias veces para tratar de comprender qué pasaba y por qué, pero mientras más parpadeaba más se me acercaba Gertrudis con cara de preocupación. Abrí la boca para gritar pero no me salió nada. —Usted... yo... hace un año... no —retrocedí. ¿Era alguna hermana gemela acaso? Por favor, que sea eso. —Sam, tranquila, hija, relájate, tranquilízate. —Usted... ¡noo! —grité, corriendo hacia mi casa y encerrándome. Mi corazón latía a mil por hora. Estaba aterrada. Estaba en shock. Es que no podía ser. No podía ser. —¡Sam, abre la puerta! Tomé el celular e intenté llamar a mamá pero por alguna razón no había señal. ¿Qué hago? —¡Estabas muerta, Gertrudis! —Sam, abre la puerta, te lo explicaré todo. Sé que es confuso y que no entiendes nada. Créeme, ya pasé por eso, pero necesito que me escuches. Dios mío. Dios mío. —Sam, no me hagas entrar. —¡Tengo la puerta con llave, señora! Pero hubo silencio, ya no se escuchaba nada, así que me giré lentamente hacia la puerta y me fijé por el huequito de esta. No había nadie afuera. Se había esfumado. Sentí alivio en ese momento. Solo era una alucinación muy extraña. Me giré otra vez... —Sam. Grité como loca en cuanto vi a Gertrudis frente a mi, de brazos cruzados, mirándome. —Shhh silencio, Sam, que vas a despertar a los demás —me dijo, poniéndome una mano en la boca. ¡La mano de una muerta! —Sam quiero que me escuches: no deberías estar aquí y si lo estás es porque... porque quizás algo te pasó... pero no te asustes... este lugar no es tan malo. Ve el lado positivo, estarás con tus abuelos y conocerás a tus antepasados. —¿Uh? —okay, era la hermana gemela de Gertrudis que alucinaba. —¿De qué habla, señora? —Sam, sé que nosotras no hablábamos mucho en vida pero era porque tu eras muy seria y no volteabas a ver a las personas. Pero ahora qué estás aquí quizás eso cambie. Me da lástima que estés aquí, ¿sabes? Estas joven y tenías tanto por qué vivir. —No entiendo... —estaba loca seguro. —Sam, soy Gertrudis, quien murió hace un año en la casa de al lado. Sam, estoy muerta y lo sabes. Creo que tengo náuseas. —O eso creímos todos, fingió su muerte, ¿cierto? Negó con la cabeza sonriendo. —Estás en negación. Sabes bien lo que te quiero dar a entender. —Sí, que necesito volver con mi psiquiatra y esta vez decirle que tengo alucinaciones muy reales por cierto. —Por Dios, niña, ¡estás muerta también! Es lo que quiero dar a entender. La miré. La seguí mirando. Y me reí. —Mira por la ventana, Sam, y dime qué ves. Me dejé de reír e hice lo que decía, solo por curiosidad miré por la ventana. Y miré a dos personas sentadas en ese jardín que tanto conocía. Dos ancianos, platicando y riendo. Sentí ganas de llorar en ese momento. Muchas ganas de llorar porque eran mis bisabuelos, quienes habían muerto años atrás. Estaban allí. Los estaba mirando. Miré a Gertrudis mirándome con algo de pena. Y entonces entendí lo que me había querido dar a entender. Comprendí el por qué el día de hoy empezó tan extraño. Mis lagrimas salieron, silenciosas, una por una. Érase una vez mientras dormía noté que mi cuerpo flotaba, fue un sentimiento tan profundo y tan real que pensé que era un sueño, así que me dejé llevar. Érase una vez mientras dormía dejé de respirar.

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