Capítulo 02

3649 Words
SAMAEL El Ángel de la Muerte Capítulo 2 Esto tiene que ser una jodida broma. Parpadeo un par de veces convenciéndome a mí misma, que no he tomado ni fumado nada antes de ir a mi encuentro con Riri. El sujeto en la parte trasera de mi coche me ha pegado el susto más grande de mi existencia. Su mirada está centrada en mí y realmente estoy empezando a colocarme nerviosa, mucho más de lo que ya estoy. Trato de buscar mi teléfono para llamar a la policía, tecleo el número de emergencias, cuando lo escucho nuevamente hablar—¿Y qué les dirás, Eva? ¡Señor policía, un demonio jodidamente caliente está acosándome! —habla con voz fingida de mujer y veo como sonríe con malicia, adivinando lo que iba a hacer. —¿Quién eres? y ¿Por qué sabias que iba a hacer? —vuelve a reír. —¿Quién eres? ¿Por qué sabias lo que iba a hacer? —se burla—Los humanos son tan tontos, bueno, aunque si todos están como tú, quiero vivir por algún tiempo en este siglo–sus ojos repasan cada parte de mi cuerpo y me siento por primera vez en mi vida expuesta. —¿Podrías dejar de mirarme de esta manera tan asquerosa? ¡me incomoda! —grito para que pare de mirarme—Por favor, dime quien eres y porque estoy en esta situación—me estoy irritando. El chico llamado Samael me mira y sonríe a medio lado, parpadeo un par de veces y ya lo tengo sentado en la parte del copiloto nuevamente. Doy un salto asustada, porque realmente no sé cuáles son sus intenciones conmigo y mucho menos sé cómo ha llegado hasta mi lado tan rápido—A ver, mortal—chasquea la lengua–Soy Samael, y soy el ángel de la muerte de Lucifer creado para castigar a la humanidad—sonreí sin querer haciendo que Samael frunza las cejas—¿Qué te parece tan gracioso? —pregunta molesto. —Es que eres, el ángel de la muerte y me has salvado la vida, es algo irónico ¿sabes? —Yo no hago nada de a gratis, cariño—sonríe ladinamente y quiero borrarle esa sonrisa de un guantazo sin importarme que sea un demonio, un ángel o sea quien sea. —¿Qué quieres de mí entonces? —Muchas cosas y ya planearé que quiero de vuelta, por haberte salvado ese lindo culo—mi teléfono suena y en la pantalla se plasma el nombre de Justin. Trato de tomar el teléfono inmediatamente para contestar, pero Samael me lo impide obteniéndolo él primero. ¿Qué mierda? —¿Diga? —¿Por qué su voz se volvió jodidamente ronca ahora?—No, no ira. Ella está conmigo ahora. Si, bueno adiós—es lo único que dice y cuelga. —¡Que has hecho! —grito horrorizada. Trato de obtener de vuelta mi teléfono, arrebatándolo de sus manos. Mis ojos se abren al tratar de tocar a Samael este se desvanece con mi tacto—¡Dios! —vuelvo a gritar. Samael me mira y su ceño se frunce—¿Qué es esto?, ¿Por qué no te puedo tocar? ¡Eres un espíritu! —lo acuso asustada. —¿No te acabo de decir que soy un ente? —suena molesto— ¿Acaso estás sorda? Ese brazalete que llevas en la mano me ha liberado Eva, tú eres la portadora de mi conducto y ahora atente a las consecuencias, hasta que lo tengas en esa jodida mano me vas a tener que aguantar—no, no y no. —Yo no quiero tener este brazalete ¡Quiero quitarlo! ¡Llévatelo! —Tendrás que aguantarte Eva, ya te dije nunca hago nada gratis. —¿Por qué yo? —¿Es lo único que preguntarás? ¿No me temes? —¿Por qué debería? —Samael sonríe y sin más desaparece de mi vista, dejándome totalmente llena de dudas y sin respuesta. (***) Trato de manejar lo más calmada posible a casa. Tengo miles de llamadas pérdidas de Riri y unas cuantas más de Justin y Billy. He contado con suerte, ya que, al llegar a casa, mis padres ya estaban descansando en su habitación, me quito los zapatos antes de subir las escaleras y siento como un par de brazos me jalan fuertemente. La colonia de Billy inunda mis fosas nasales—¿Qué haces despierto a esta hora, señor Dinosaurio? —le pregunto soltándome de su amarre. —Te estaba esperando, cariño, te he preparado algo—Billy toma mi mano y me guía hacia la cocina. Abro los ojos emocionada cuando veo que ha hecho gelatina de unicornio. —¡Dios! ¡Dios! —brinco emocionada al llevar el primer bocado a mi boca. Gimo de placer al sentir los sabores explotar en mi paladar. Billy sonríe—¿Te gusta? ¿Aún eres mi pequeña tragona? —lo golpeo en el hombro. Billy ahoga un grito para no despertar a nuestros padres. —Aún soy tu pequeña y no tengo la culpa de que me malcríes—me defiendo. Mi teléfono comienza a vibrar, frunzo el ceño cuando veo el nombre de Justin en la pantalla, apago mi teléfono porque no estoy en condiciones de lidiar con Justin en estos momentos. —¿Ese es el Justin que creo que es? —veo como Billy aprieta el borde de la isla de la cocina–¿Es quien creo que es? —vuelve a preguntar. Billy no solo ha sido mi hermano, sino también mi mejor amigo. Asiento—Eva…–advierte—Sabes perfectamente que ese Justin no es el tipo de hombre que deseo para ti–mi hermano siempre ha sido sobre protector, ruedo los ojos mientras me cruzo de brazos. —¿Qué tipo de hombres deseas para mí? ¿Un hombre como tú? —las facciones de Billy se endurecen—Eres mi hermano y te amo, pero no puedes evitar que algún día tenga novio—tomo el plato con gelatina y me dispongo a subir a mi habitación. Busco mi computadora para buscar información sobre Samael, por más que trato de buscar solo salen cosas irreverentes y sin ningún tipo de ayuda, como si el mundo no estuviese al tanto de la existencia de este demonio, así que después de no encontrar ninguna información apago la computadora. Busco el libro que actualmente estoy leyendo, ya que me faltan pocos capítulos para terminar y cuando menos lo espero, el sueño me vence. A la mañana siguiente, como era de esperarse Billy ha salido a trotar como es su costumbre cada vez que se encuentra en casa, mi hermano siempre ha tratado de mantener un estilo de vida saludable. Los recuerdos de anoche me llegan de golpe e inmediatamente trato de convencerme a mí misma que quizás fue una pesadilla o solo fue mi imaginación, por el estrés de mi trabajo y la universidad me ha causado. Escucho llegar el coche de Riri, agradezco al cielo por mi mejor amiga, ella ha estado para mí cuando más la he necesitado. Hilarry siempre fue mi consuelo cuando mi madre me golpeaba. Cuando me dejaban tirada en el patio trasero por no cumplí a la perfección con algo que me pedía, Hillary siempre ha sido mi salvadora, así que desde que entramos a la misma universidad ella viene por mí para irnos juntas. Mi mejor amiga estudia psicología, mientras yo me encargo de las letras. Entro a la cocina por algo que tomar rápidamente, mi madre está mirando fijamente uno de los ventanales, ni siquiera se ha percatado de mi presencia, carraspeo la garganta un par de veces para llamar su atención. —¿Estás bien? —pregunto, pero no responde, trato de acercarme a ella, pero retrocede como siempre lo hace cuando trato de buscar afecto por parte de ella. —Esta noche te quiero temprano, los de la Vega cenarán con nosotros y espero que te comportes y no me hagas pasar vergüenza como siempre estás acostumbrada a hacer—muerdo mi labio inferior para no llorar. Mi madre siempre ha sido así conmigo, no recuerdo alguna vez donde me haya dicho cuanto me ama, y tengo que sincerarme estoy más que segura que jamás escucharé eso de su parte, así que solo asiento mientras mi madre me deja sola en la gran cocina de nuestro hogar. Limpio rápidamente una lágrima fugaz antes de entrar al coche de Hillary—¿Por qué no llegaste? –ataca a la primera mi mejor amiga. —Tuve…un pequeño accidente—suelto. Riri grita y comienza a revisarme como loca—Dios, Eva y lo dices así, joder—espeta. —¡Ya pasó, estoy bien! —Eva, no sé qué…—la miro para que deje las cosas así, ella suspira pesadamente y sin más echa el carro andar, sabiendo con certeza que si le digo que estoy bien es porque realmente lo estoy. Busco corriendo mis libros correspondientes a la clase del profesor Hernández. Su materia de Historia Lingüística era una de las más exigentes de la facultad. Hernández tiene la gran ideología de que era nuestro profesor no nuestro amigo, si tratabas de tener una amistad con él, fallabas en el intento. La mayor parte del tiempo Hernández estaba de mal humor, Así que casi toda la clase aprobaba o reprobaba, todo dependía de tus calificaciones y como te desempeñabas en su clase. Gracias al cielo, jamás me ha ido mal en su área. Tomo mis cosas y las deposito en una de las sillas de la primera fila, donde habitualmente me siento. Kiara Romaña entra con el escándalo habitual que las caracteriza a ella y a todo su clan de amigas, para mi infortuna ella comparte esta misma clase conmigo. Trato de ocultar mi rostro con uno de mis libros, para que Kiara no me mire. Ya he soportado sus insultos por más de un año y agradezco al cielo que este sea mi último semestre en la universidad–Huele a rata muerta–grita cuando pasa por encima de mí y como era de esperarse no soy capaz de decirle absolutamente nada. Hernández entra como es habitual y siento como me mira fijamente, algo que jamás antes había hecho, ya que siempre paso desprevenida entre los profesores—Bueno clase ¿Qué haremos hoy? —pregunta en un tono divertido haciendo que todos lo miremos anonadados. Observo como se afloja la camisa verde que usa el día de hoy. Trato de comprender su actitud, ya que una de las cosas características de Sebastián Hernández, era su porte y elegancia a cada momento. —¿Se siente bien, profesor?—pregunto inmediatamente. —Muy bien, amor—espeta y trato de detallarlo. Algo en él no está bien. Prácticamente toda la clase fue un relajo. Hernández ha pasado toda la clase sentado viendo su teléfono y sus pies en el escritorio. Hace cinco minutos ha finalizado la clase y ni siquiera se dignó a dejarnos tarea. Busco entre la multitud a Riri. A pesar de que su carrera queda al otro lado del campus, siempre aprovechamos la oportunidad para almorzar juntas. Mientras la espero, me dirijo a la cafetería para buscar algo que comer. Organizo mis libros para poder guardarlos, cuando tropiezo con alguien. Me asusto cuando veo a Hernández con cara de pocos amigos–Lo siento, profesor–trato de disculparme. —Aja, si–ríe extrañamente—Sigue ¿Qué más me dirás? ¿Por qué tiemblas Eva? —demanda con mofa. —¿Disculpe? —pregunto extrañada. —Sígueme—frunzo el ceño y solo me limito a seguir su orden. Lo veo mirar a todos lados y siento una muy mala espinada de todo esto. Abre la puerta del gimnasio y entra después de mí. —¿Se siente bien, profesor? —le pregunto algo asustada, Hernández se acerca peligrosamente a mí y mi cuerpo sé estremecerse. —¿Aún no te has dado cuenta?— toca con suavidad uno de mis brazos, lo miro extrañada. —Siendo sincera, me estoy asustando profesor ¿Está usted bien? —Eres un conejito asustado, mortal–abro los ojos como platos. Lo señalo—¡Tú! —esto no me puede estar pasando— ¿Qué le ha hecho a mi profesor? —lo acuso. —Sí, yo… Aunque este cuerpo no me favorece para nada–ríe con descaro. —¡Que le has hecho a mi profesor! contéstame—veo con mis propios ojos, como Samael abandona el cuerpo de mi profesor. Llevo mis manos a mi boca por la impresión cuando Sebastián Hernández cae al piso notoriamente desmayado. Trato de ayudarlo, pero Samael se avecina hacia mí como una bestia buscando a su presa, así que por instinto doy un par de pasos hacia atrás. Estoy horrorizada, quiero salir de aquí. Trato de pedir ayudar, pero Samael cierra la puerta antes de que pueda huir por ella. —Cálmate, no quiero perder la poca paciencia contigo, porque realmente me estoy divirtiendo, fue divertido hacerme pasar por tu profesor un buen rato y no sabes cómo me pone que seas tan aplicada–murmura mientras acaricia mi mejilla y sin más me aparto. —¿Por qué, estabas dentro de mi…profesor? —mis palabras suenan débiles. —A ver Eva, por ser un demonio no poseo cuerpo físico. Por eso para poder comunicarme con las personas tengo que poseer cuerpos humanos. Tu profesor tiene un aura débil, así que fue presa fácil de mí. —¿Por qué quieres comunicarte conmigo? —respondo. —No quiero comunicarme contigo…quería verte de nuevo, es algo que no puedo explicar ahora, solo veo como los hilos de tu vida me llaman—frunzo el ceño interrumpiéndolo. —¿Hilos de la vida? —jamás en mi vida había escuchado semejante término. —¡Dulce infierno!, no sé cómo mierda explicarlo. Es como si algo de ti fuese importante para mí, de verdad Eva no puedo explicártelo por qué yo siendo un ente demoniaco es la primera vez que percibo todas estas cosas extrañas y tan mortales, pero tenlo por seguro que lo averiguaré, aunque no sepa que es todo esto, tu alma le pertenecerá al supremo—trato de reaccionar a lo que dijo, un nudo se firma en la boca de mi estómago, corro hacia la puerta y trato de abrirla para huir lejos de Samael. Samael me impide salir, veo como se posesiona delante de mí sin ningún tipo de contacto físico, sus ojos azules se encuentran por unos segundos con los míos—¿Por qué no me pides lo que deseas y ya? —espeto mientras trato de salir abrir la puerta para salir del gimnasio. Samael rueda los ojos mientras bufa–Eres tan débil Eva…— mi cuerpo se paraliza cuando mis manos juegan con los primeros botones de mi camisa, mi cuerpo se mueve por sí solo, miro a Samael reírse cuando estoy a punto de quitarme la prenda que cubre la parte superior de mi cuerpo, mis piernas flaquean, pero necesito detenerlo. —¡Para ya!, para con este absurdo juego—grito lo más fuerte que puedo, una lágrima abandona mis ojos, me siento derrotada. —Yo…—las palabras mueren en la boca de Samael y sin más desaparece. (***) Al salir del gimnasio, la hora del almuerzo ya había pasado. Mis últimas horas de clases se fueron rápido. Hilary se ha tenido que marchar por un problema en su trabajo, así que decido ir por mi propia cuenta a casa. Busco en mi cartera algo de dinero y me doy un golpe mental al recordar que he dejado la billetera en casa. Decido caminar, para así despejar mi mente. Coloco en mi reproductor mp3 las canciones de una de mis bandas favoritas. Comienzo a mirar a todos lados, ya que siento la misma sensación que sentí el día que conocí a Samael, como si alguien me estuviese vigilando nuevamente. Apresuro el paso por la sensación extraña y veo a una mujer salir de su casa y mirarme fijamente. Mi corazón se altera cuando su mirada no se quita de mí y vigila minuciosamente cada uno de mis movimientos. Camino aún más rápido topándome con un niño, trato de sonreírle para calmar mis nervios, pero el miedo me invade al ver la manera en cómo me mira él también. Corro como puedo con el horror a flor de piel hasta llegar a pocas cuadras de mi casa y las ganas de llorar se apoderan de mí, al ver a Beto el señor de la cafetería de la esquina, mirarme igual que aquella mujer y ese niño. Llego a casa y tiro inmediatamente mis cosas. Corro a mi habitación y me encierro. Escucho un par de golpes en la puerta, que logra asustarme, la voz de mi madre me llama, la cual le abro sin pensarlo. Nohora pasa a mi habitación y se queda observando con el ceño fruncido. —¿Qué has hecho? —pregunta alterada. —¡Nada! —trato de ocultar lo que he hecho. —Lo has traído aquí, Eva— me asustó. —¿De qué hablas, mamá? —Has traído a ese espíritu aquí, la muerte te ronda Eva—comienzo a llorar, estoy muy asustada. No sé qué está pasando en mi vida. (***) Me levanto después de haber dormido por un par de horas. Son casi las dos de la tarde y falta poco para mi entrada a la librería. Tomo una manzana antes de salir de casa y cómo puedo pido un taxi. Llamo a la señora Morrins para que sepa de mi retraso, ya que hay un trancón de padre y señor nuestro en plena vía principal. Le pago al taxista al llegar una cuadra antes de mi trabajo. Paso corriendo a la otra cera de la cuadra para comprar unos cánolis en mi panadería favorita, cuando oigo un estruendo a unos cuantos metros de mí. Ahogo un grito al ver como un carro rueda varios metros de donde estoy. Muchas personas se acercan al ver, pero nadie llama a una ambulancia. —¡Pidan ayuda ya! —le grito con desespero a una mujer. Reviso al conductor de uno de los coches afectados. Un hombre de aproximadamente veintisiete, de cabello oscuro y tez blanca está empapado de sangre de pie a cabeza. Los paramédicos llegan de un momento a otro. El hombre afectado abre los ojos y mi mirada se conecta con la de él. Siento como sus ojos azules me penetran el alma. —¿Es familiar? —pregunta el paramédico, haciendo que deje de ver al hombre herido. —Yo…—no sé qué decir y realmente no puedo mentir en este tipo de situaciones. —Necesito que nos acompañe—una mujer, me sujeta de los hombros y me sube a la ambulancia. Llamo a la señora Morrins para informarle lo sucedido y le doy gracias a Dios, porque por primera vez comprende esa mujer. Apenas llegamos, llevan aquel hombre a revisión. Su cuerpo se mueve con violencia y puedo ver a los paramédicos tratar de reanimarlo. Sus ojos se abren y me mira por unos segundos y vuelve a cerrarlos de la nada. Después todo es silencio. Han pasado casi cuatro horas, desde que el hombre que aún no conozco el nombre entró a cirugía. Me han solicitado firmar algunas cosas de emergencia y lo he hecho para salvar la vida de aquel sujeto. Por más que he revisado sus cosas, no tiene cédula de identidad o algo que lo identifique. Minutos después, una de las enfermeras me informa que el paciente ha despertado. Por más que insistí que no era necesario que yo lo viera, al final terminaron convenciéndome de que hablara un poco con él. —¿Cómo está? —espeto curiosa a una de las enfermeras. Esta comienza a pasar algo a su blog de notas y sonríe al fijarse en mis palabras. —Estable, es un milagro que esté vivo. Estamos algo confundidos porque no encontramos información en la base de datos sobre él. Los paramédicos han encontrado una bata de médico y algunas notas irreverentes dándonos a entender, que el paciente es parte de la rama de la medicina. Lo curioso es que también encontraron un frasco de paroxetina, al parecer el paciente sufre de algún tipo de ansiedad o depresión. La mujer me pide esterilizar mis manos para poder entrar al área donde él se encuentra. Entro con precaución y algo de pena. No sé cómo reaccionará este hombre cuando se dé cuenta de que soy una total extraña para él. Al menos, me puedo ofrecer para buscar algún familiar cercano y así darle un poco de ayuda. Me siento en una de las bancas cerca de su cama y enseguida se percata de mi presencia. Siento un nudo en mi garganta al verlo sonreír cuando me ve. —¿Cómo…como estás? —pregunto nerviosa. Su mirada baja hacia mis labios, se queda mirándolos por un par de segundos y vuelve a subir su mirada a mis ojos. Me observa por unos segundos nuevamente y habla. —Bien, Eva—abro mis ojos sorprendida. No entiendo como sabe mi nombre. Trato de tranquilizarme pensando que quizás alguna de las enfermeras le ha dado esa información. Uno de los médicos que lo atendieron entra, anota algo en el tablero correspondiente para la identificación de cada paciente. Palidezco inmediatamente al leer lo que ha escrito. Samael Higgins… Aquel chico sonríe, haciendo que siento un nudo en mi garganta que me impide hablar. —¿No lo viste venir? ahora si podrás tocarme, Eva…
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