Al día siguiente, la reunión con los inversores tuvo lugar en el salón privado de un hotel de lujo, lejos de las oficinas de los Hill, para mantener un aire de discreción. William llegó puntual, como siempre. Los inversores lo recibieron con cordialidad, pero él sabía que la verdadera conversación comenzaría cuando las puertas estuvieran cerradas y los asistentes no estuvieran presentes.
Cuando el último camarero salió de la sala, William apoyó las manos en la mesa, inclinándose hacia adelante para mirar a los tres hombres que estaban sentados frente a él.
—Caballeros, vayamos al grano. —Su voz era firme, y los hombres asintieron, atentos—. Entiendo que tienen interés en invertir en Eterna y expandirla hacia el mercado estadounidense. Un movimiento ambicioso, pero altamente riesgoso.
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