La puerta de la oficina de Mason se abrió de golpe, algo poco común en el comportamiento siempre impecable de Tania. Su rostro estaba lívido, y los papeles que llevaba en la mano temblaban ligeramente. Mason, que había estado revisando un contrato, levantó la vista, su ceño fruncido al notar la expresión alarmada de su asistente. —¿Tania? —preguntó, su voz calmada, aunque sus ojos mostraban preocupación. —Señor Clark, tenemos un problema… importante. —Su tono urgente era suficiente para hacer que Mason dejara todo y se pusiera de pie. —¿Qué pasa? —Su voz adquirió un filo más serio, dejando el contrato sobre la mesa. —Son los distribuidores nacionales. —Tania tragó saliva antes de continuar—. Han estado llamando sin parar desde hace media hora. —Extendió uno de los teléfonos que llevaba

