El taxi se detuvo frente al edificio, y Nina bajó lentamente, sus piernas temblando con cada paso. A pesar de la cálida luz del sol, un frío inexplicable la envolvía. Sus manos, apretadas alrededor del bolso, no dejaban de temblar. Miró hacia el ascensor, pero el simple acto de cruzar el vestíbulo le parecía una travesía interminable.
Con pasos arrastrados, llegó al ascensor. No recordaba haber presionado el botón ni las puertas abriéndose, pero allí estaba, adentrándose en el pasillo que conducía a la seguridad de la que ahora era su casa con Mason. Cada metro recorrido parecía un desafío monumental. Su corazón latía con fuerza, pero no por la condición médica que ahora conocía demasiado bien, sino por el peso del ultimátum que cargaba en su pecho.
Cuando finalmente llegó a la puerta, s
