Julia, con el corazón lleno de alegría y emociones contenidas, pronunció con sinceridad: “Solo te digo, Señor, gracias. Ayúdame a mantener siempre mi fe puesta en ti y en nadie más. Que las circunstancias adversas, los problemas o cualquier tormenta de la vida nunca me alejen de ti, Señor. Más bien, que todo sirva para acercarme cada día más a ti, para alabarte, bendecirte y glorificarte en todo momento. Que el desánimo desaparezca por completo, que no regrese jamás para dañarme la vida, mi trabajo, mi negocio ni mi familia. Hoy proclamo con fuerza y convicción que soy libre de toda deuda; tú la pagaste en la cruz del calvario. Me compraste con un alto precio: tu sangre liberadora. Y sé que al iniciar este día puedo declarar con gozo que SOY LIBRE; libre de toda deuda, opresión y enferme

