Capítulo 6. Primer día de trabajo

1286 Words
El día siguiente amaneció con una mezcla de nervios y esperanza que me recorrió de pies a cabeza. Después de conocer a la buena señora Claudia María, jamás imaginé que esa mujer sería la llave para conseguir un empleo decente, justo en el hotel donde me estaba alojando. Lo que más me sorprendió fue su forma de ser: no tuvo prejuicios al conocer mi historia, ni me juzgó por mi pasado. Su apoyo sincero me dio fuerzas para aceptar la oferta que me hizo. Ya estaba lista. Bajaría a ese nuevo mundo desconocido llamado trabajo en equipo, y empezaría a demostrar todo lo que sabía, aunque no fuera en el puesto ideal de ingeniera, pero al menos me daban esa oportunidad en informática. Mientras preparaba mis cosas, tocó la puerta. — Toc, toc, toc. Buenos días, señorita Julia, aquí está su desayuno —dijo una voz joven y amable. Abrí un poco la puerta y encontré a un muchacho con bandeja. — Buenos días, joven amigo. Pero, ¿qué desayuno? Yo no pedí nada... El muchacho sonrió. — No, señorita, eso lo sabe la señora Claudia María. Le ha mandado un desayuno cortesía de la casa, y además dice que en media hora la espera en su oficina, planta baja, para recibirla y presentarle al equipo. Sentí un golpe de sorpresa mezclado con curiosidad. — Ok, muchas gracias. Pues bajaré entonces un ratito. Hasta luego. Mientras comía, mi mente daba vueltas: ¿qué pasaría en el trabajo? ¿Me aceptarán? ¿Seré capaz? Minutos después, con algo de nervios, llamé a la puerta del despacho. — Toc, toc. Buen día, señora Claudia María, ¿cómo está usted? —dije tímidamente—. El camarero subió este desayuno y me dijo que era cortesía suya. — Buenos días, hija, estoy bien. Y me alegra verte con ánimo y ganas de empezar. El desayuno es sólo una forma de darte la bienvenida y que te sientas en casa —respondió ella con una sonrisa amable. — Muchas gracias, señora Claudia María. Estoy lista para empezar, dígame qué sigue. — Perfecto, Julia. Me gusta esa actitud —respondió con esa energía que contagia—. Vamos a lo concreto... La informática en una empresa como esta es vital para ahorrar tiempo y mejorar la seguridad. Hoy en día, casi todo depende de ordenadores, programas, redes... No podemos ignorar los beneficios que trae la tecnología para alcanzar niveles competitivos y reducir riesgos. Me senté atenta, tomando mentalmente cada palabra. — ¿Es usted la encargada de esta parte? —pregunté. — En un principio sí, pero gracias a Dios me encuentro ahora sólo en la presidencia. Por eso quiero explicarte tus responsabilidades en el soporte técnico, que son muchas, y vitales para la operación del hotel. Ella desenrolló una lista en su tablet. — Primero, tendrás que instalar y configurar todo el equipo tecnológico de la empresa: sistemas operativos, programas, aplicaciones... — Entendido —asentí. — Luego, realizar mantenimiento periódico, brindar asistencia a empleados o clientes, detectar y diagnosticar fallas en hardware y software... — Eso implica conocer bien todo el sistema, ¿verdad? — Exacto. Además, tendrás que buscar soluciones e implementarlas, solicitar piezas que falten en el inventario, y hacer informes sobre el estado de los equipos —enumeraba con profesionalismo—. También darás soporte para que el personal utilice nuevas aplicaciones, y aprenderás sobre ellas —añadió con una sonrisa cómplice—. Esto es un trabajo que nunca deja de crecer. — Es el tipo de retos que me gustan —dije entusiasmada. Ella continuó: — También tendrás que configurar correos electrónicos y accesos para los nuevos empleados, ayudar con problemas de contraseña, y revisar constantemente la seguridad del sistema. — Suena complejo pero muy interesante —comenté—. No es sólo manejar computadoras, es garantizar que todo funcione sin interrupciones. — Exactamente, Julia. Y en el día a día, recibirás solicitudes de soporte por fallas o consultas, harás verificaciones, actualizaciones, respaldos de bases de datos, configuraciones de redes internas y externas, y detectarás puntos vulnerables para proteger la seguridad. Me sentía cada vez más motivada. — Entiendo perfectamente, señora Claudia María. Es pan comido para mí. Hablamos el mismo idioma. Ella soltó una risa suave. — Eso me alegra. Pero antes de que dejemos lo técnico de lado, quiero mencionarte algo importante: todas las empresas deberían cuidar a sus trabajadores no sólo con salarios, sino con beneficios sociales. Aquí somos una empresa sólida y procuramos el bienestar de cada empleado. Me miró fijamente. — Aquí algunos beneficios que ofrecemos y que a los empleados más les valoran: Empezó a enumerar: — Flexibilidad horaria, que te permite adaptar tu jornada para atender necesidades personales. Esto ayuda a equilibrar la vida fuera del trabajo. — Seguro médico y dental, porque cuidamos que estés bien. — Transporte subvencionado o facilidades para llegar cómodo. — Programas de capacitación para que sigas creciendo. — Y por supuesto, un ambiente laboral respetuoso y cordial. — Wow..., me sorprende tanto apoyo —comenté—. No es algo común en todos lados. — Por eso somos un referente, Julia. Aquí no sólo eres una trabajadora, eres parte de un equipo que valora tu esfuerzo y bienestar. Sentí que de verdad estaba entrando a un lugar distinto. No sólo un trabajo, sino un proyecto con posibilidades. En la oficina apareció un hombre de mediana edad, sonriente. — Hola, Julia, soy Carlos, el jefe del departamento. Es un placer tenerte aquí. — Mucho gusto, Carlos. Espero estar a la altura. — No te preocupes, te vamos a apoyar —dijo amablemente—. Aquí somos una familia. Poco a poco, otros compañeros fueron llegando a saludar. — Hola, soy Mariana, yo trabajo en recepción. — Soy Ricardo, me encargo de mantenimiento, cualquier cosa que necesites, pregunta. Entre presentaciones y sonrisas, sentí que por primera vez podría contar con gente a mi alrededor. — Claudia María —le dije más tarde a la presidenta—, de verdad gracias por esta oportunidad. Ella me abrazó con fuerza. — Julia, tú eres un ejemplo de lucha y superación. No dejes que nada ni nadie borre tu luz. Tienes un camino grande por delante. Salí de la oficina y me senté frente al ordenador. En mi interior brillaba una chispa de esperanza. El primer día no fue fácil, claro que no. Tuve que aprender sistemas, configurar programas que no conocía, atender preguntas de los empleados, y hasta resolver un problema con la impresora que parecía imposible. Pero la satisfacción de lograrlo cada vez me dio más fuerza. Al almuerzo, algunos compañeros me invitaron a sentarme con ellos. — ¿Qué tal, Julia? —preguntó Mariana—. ¿Cómo te va en el hotel? — Bien, aunque es mucho para asimilar —respondí—. Pero la gente aquí ha sido muy amable. — Ya verás, este lugar es un buen sitio para crecer —dijo Carlos desde la mesa—. Aquí no solo trabajas, aprendes y te valoran. Después de varios días, la rutina se volvió menos pesada. Empecé a sentirme parte de ese equipo. Una tarde, mientras revisaba unos correos, Claudia María se acercó. — Julia, ¿con qué te sientes más cómoda, prácticas o teoría? — Ambas, señora —respondí. — Perfecto. Estos días te pasaré a un entrenamiento más profundo y poco a poco asumirás proyectos más grandes. Sentí un nudo en la garganta. Todo aquello era mucho más de lo que había esperado cuando llegó a este hotel hace unos días, huyendo de su pasado. Esa noche, antes de dormir, miré por la ventana. Afuera, las luces del Hotel Rasil parecían brillar sólo para mí, anunciando una nueva esperanza.
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