La tenue luz del amanecer se colaba por la ventana del cuarto estéril. El monitor junto a la cama emitía pitidos suaves, marcando un ritmo constante. En la silla, casi inmóvil, Azazel observaba en silencio. Parecía una estatua antigua, vestida con la sobriedad de un enfermero, el rostro sereno y los ojos cargados de una tristeza que no podía esconder. Silvia se removió en la cama, un quejido salió de su garganta mientras sus párpados temblaban. Cuando finalmente abrió los ojos, el mundo se le presentó en tonos difusos. Tardó unos segundos en enfocar. Su vista se encontró con el rostro del hombre junto a ella. —¿Quién... eres tú? —preguntó con la voz ronca, intentando incorporarse. Azazel le sonrió. Una sonrisa ligera, neutra, cuidada al detalle. —Soy el nuevo enfermero a cargo de tu cu

