El mundo se rompió como una burbuja. El cuerpo de Azazel parecía flotar en el vacío mientras este se fragmentaba en miles de piezas. No con estruendo, no con gritos. Con ese sonido suave de lo que nunca fue. Azazel abrió los ojos inmediatamente. El techo sobre él no era el de la casa de Silvia. No olía a leña, ni a cáscara de naranja. No había jazz ni pasos pequeños en otra habitación. Solo un silencio oscuro acompañado de acordes nocturnos. Las estrellas eran su techo y a un costado suyo los restos del castillo lo habían acompañado en su inconsciencia, como el que hay antes de una tormenta que no llega, su cuerpo se levantó, no usó sus brazos para apoyarse, aún las sentía dormidas. Su cuerpo revoloteaba por dentro y su cabeza palpitaba como nunca. Estaba acostado sobre piedra. Fría.

