El centro comercial hervía de gente y neón. Pantallas parpadeantes, música chillona, risas forzadas. La clase de lugar donde la muerte nunca es bienvenida, pero donde a veces se disfraza. Valac caminaba sin que nadie la viera. Vestía como una joven turista cualquiera: vestido corto rojo, gafas oscuras, labios escarlata y una cámara colgada al cuello como si viniera a documentar su viaje. Pero los pasos no dejaban huella. Y los espejos la evitaban. Silvia estaba abajo, probándose otro vestido sin saber que estaba siendo cazada. Desde la baranda del segundo piso, Valac la observó con el mentón apoyado en su mano. —Tienes buen gusto, hermanito… aunque algo excéntrico —musitó con sorna. La chica reía nerviosa dentro del probador, quejándose de lo apretado del corset medieval. Azazel es

