El hogar de Shamael era sorprendentemente cálido. Nada que ver con las estancias sombrías del inframundo. Fotos familiares adornaban la pared, libros de medicina se apilaban en las estanterías, y en la cocina olía a pan de especias. —¿Les apetece estofado? —preguntó Miri mientras ponía la mesa. Silvia, aún procesando la información, asintió. La cena en casa de Shamael y Miriam resultó ser más acogedora de lo que Azazel había imaginado. La luz cálida, la vajilla sencilla y la sonrisa genuina de Miri desentonaban con la imagen imponente y casi bélica de su hermano mayor. Era como si la muerte se hubiera disfrazado de esposo hogareño… y lo estuviera logrando. —Y bien, Silvia —preguntó Miriam con curiosidad, sirviendo un poco más de estofado—, ¿a qué te dedicas? —Soy profesora de filosofí

