El comienzo de todo mal

1310 Words
La universidad de San Alfonso, en la ciudad de Florencia era uno de los sitios mejor conocidos en el mundo entero, luego de varios años desde su fundación había conseguido gran prestigio entre las mentes más iluminadas de conocimiento, aun así como toda universidad su variedad estudiantil la volvía un sitio completamente libre de pensamiento entre sus pobladores, uno de ellos era la clase de la profesora Silvia Sergei, una mujer implacable que conseguía que todo aquel que ingresara saliera con una mentalidad completamente racional de la vida, no era por demás esperar algo digno de ser motivacional si sus clases de filosofía siempre hacían contradecir a sus estudiantes sobre su existencia. Desde el inicio de las clases su charla siempre empezaba con una pregunta simple ¿Qué es la vida? ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo sabemos cuándo amamos? Preguntas que quizá se considerarían fáciles de responder, pero luego de unos minutos dejaba de ser fácil encontrar su respuesta, por consiguiente, decir que la filosofía según ella era una manera de preparar a sus alumnos al mundo real tal y como es era algo parte de su talento, el mundo cruel y despiadado capaz incluso de hacer que entre semejantes se traicionaran vilmente. Al final las clases siempre tenían ese tinte melancólico propio de una mujer que creció sin padres y debió salir adelante completamente sola, pero no todo era malo, puesto que sus estudiantes apreciaban cada una de sus lecciones como si la nueva perspectiva les hubiese quitado una venda imaginaria de su campo de visión, así pues, muchos estudiantes anhelaban poder ingresar a sus clases incluso mucho antes de ingresar a la universidad. — En el caso de la filosofía —señaló el pizarrón lleno de garabatos— se interpreta los mitos como una primera enseñanza que permita interpretar el mundo tal y como es —pausó un momento para señalar la palabra mito en un enorme circulo— las leyendas son nuestro primer entendimiento de los fenómenos naturales que no podíamos explicar —señaló con el marcador la ventana haciendo que todos voltearan— justificar por qué hay día, por que llueve, porque hay viento o quizá se deba al poder de algún divino ser que existe para vernos nacer, crecer y morir. — Entonces ¿Quién inventó esos mitos? — interrogó uno de los estudiantes mientras mantenía su mano levantada. — Nadie lo sabe —respondió con total seguridad dejando incrédulos a sus alumnos— los mitos y leyendas aparecieron mucho antes que la misma escritura, nadie sabe si era real o falso, pero si hoy en día fuimos capaces de encontrar evidencia de que existió un “Arca de Noé” es posible que más adelante consigamos saber que parte de la leyenda es real y cual no. De pronto la campana sonó alertando el fin de la hora de clase, la última jornada, además, por lo que la mujer pausó su conversatorio un momento antes de anunciar sobre la lección de la siguiente clase, mientras tanto el director de la clase miraba tras el ventanal de la puerta como todo el estudiantado mantenía callado sin siquiera pestañear, luego de decir sus indicaciones quedó todo en silencio, uno incomodo como si sus veedores hubieran adormecido sus mentes mientras ella hablaba. — Ya tocó la campana de salida —aseguró— pueden retirarse. Como si hubieran salido de un trance los estudiantes rieron por unos momentos antes de irse del salón entre que el directivo ingresaba a ver a la profesora, el motivo de su visita siempre era preguntar sobre el avance de los alumnos, sin embargo, esa tarde la razón de su llegada era diferente, con un serio caminar pasó de lado junto a la profesora sin hablar y dejando intriga a la mujer que solo miraba con recelo como el directivo observaba la ventana del salón. Silvia no era la mujer más paciente, de hecho, cuando se molestaba o perdía por completo la paciencia tenía el hábito de simplemente irse, pero algo le impedía marcharse del salón, de alguna forma su intuición reaccionaba al misterioso actuar de su jefe; quien continuaba en silencio y dudaba de voltear su mirada a la mujer, pronto el tiempo se extendió por varios minutos hasta que las palabras del director decidieron escapar de sus labios. — Llevas cinco años en esta labor y hasta ahora ninguno de tus discípulos ha decidido oponerse a tus enseñanzas. — Para empezar —discrepo de inmediato cortando las palabras de su hablante— llevo siete años y más en esta institución, y aunque no lo parezca si tengo alumnos rebeldes. —se le acercó para ver el mismo paisaje que su acompañante— que sucede contigo, Alfred, no eres el tipo de persona que se detiene a ver el paisaje ignorando a quien te habla. El directivo Alfred era la suprema autoridad en toda la institución de filosofía de Nueva gardenia, una universidad poco conocida pero bastante competente en la generación de profesionales, a diferencia de otras grandes que tan solo mantenían hasta sus días con un nombre y cero competencias académicas. Sin embargo, no dudó en cambiar su trabajo en cuanto fue admitido como regente de la Universidad de San Alfonso, sitio donde se encontraba Silvia. Alfred había conseguido en sus veinte y cinco años de rectorado un prestigio saludable y buen renombre para poder caminar orgullosos frente al resto de autoridades sin una sola critica, y su intelecto lo mantenía siempre con constante sabiduría que adquiría pese a su avanzada edad de cincuenta y cinco años, el hombre no solo era un carismático docente, sino que era un estratega eficaz con gran capacidad de liderazgo frente a todo tipo de situaciones, se notaba que su edad le había otorgado un poder que solo la experiencia había pulido por tanto tiempo. La profesora conocía a su jefe desde hace algún tiempo atrás, en parte se debía a su capacidad para identificar esos pequeños detalles que otros ignoraban; su observación era ridículamente sensible al punto de saber cuándo le mentían, pero también se debía a los tantos años compartidos desde su infancia hasta su adultez, dado que era de aquellos pocos en los que se podía confiar con total plenitud; ese era el carácter del experimentado docente, por otro lado, conocía al hombre debido a la relación de amistad que mantenía con su padre adoptivo. Alfred había sido conocido en su infancia como el tío Al, a quien lo estimaba al punto de seguir sus pasos en la docencia, pero en cuanto creció dejó de llamarlo tío para convertirse en un muy buen amigo. - Es sobre Lety…—pausó de inmediato como si dudara en continuar con el informativo— antes de eso… Sylvia, promete que no te alterarás. - Ya lo estoy, Alfred —contestó con semblante pálido— que le sucedió a ella… - Murió… —musitó con voz melancólica en lo que miraba el rostro absorto de su acompañante. La noticia fue fría y sin una pizca de suavidad en aquellas palabras, de hecho, Silvia odió en ese momento a su buen amigo, por un segundo estuvo por perder la compostura, pero entonces frunció el ceño y se calmó lo mejor que pudo. — ¿Cuándo? — cuestionó con tranquilidad; demasiada tranquilidad. — Ayer por la noche, tuvo un infarto mientras estaba en casa. — miró a su costado en lo que analizaba el salón de clase — Ella estaba enferma desde hace ya algunos meses, pero se negó al tratamiento. — Si…—afirmó cabizbaja — es muy probable que lo haya hecho así — cerró sus ojos intentando acallar el llanto que comenzaba a brotar insolente en su rostro — que dijo Danny… — Espera que lo acompañes— volvió a ver a Silvia— dijo que quiere ver a su hija ese día.
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