El chirrido de las llantas resonó como un grito de advertencia, mientras el Mercedes se detenía con un frenazo seco. Silvia apretó los dientes, las manos aún firmes en el volante. El rostro le ardía y no era por la velocidad. Su corazón latía como nunca mientras que su rostro sostenía una mueca de ironía ante el ser que naturalmente la miraba como un niño inocente después de aquella declaración. Poco antes de poder decir algo su boca solo se abría enmudecida al mismo tiempo que intentaba por todos los medios que de aquella saliera alguna cosa. — ¿¡Dormir juntos!? —exclamó finalmente, girándose hacia él con la boca abierta como si acabara de oír una blasfemia en misa de siete—. ¡¿Estás completamente loco?! Azazel ladeó la cabeza con inocencia, como si no entendiera la gravedad de su p

