El mundo era oscuridad.
Silvia no supo cuánto tiempo estuvo inconsciente. Solo que el lugar donde sus ojos se abrieron no era su habitación, ni el apartamento de Samael, ni ningún sitio que pudiera recordar con claridad. El aire era espeso como el humo y, sin embargo, olía a flores. Un campo. Un parque.
El parque donde tuvo su primera cita con Azazel.
El sol estaba alto, las nubes caminaban lentas, y la brisa jugaba con las copas de los árboles. La manta del picnic aún extendida, los restos de vino tinto a medio beber, y Azazel… allí, acostado en su regazo, con los ojos cerrados y una expresión de paz que dolía de tan perfecta.
Silvia parpadeó.
—¿Azazel? —preguntó, en un susurro casi tembloroso, como si su voz no quisiera romper el momento.
Pero algo no encajaba.
El ambiente era dem
