Aún había muchas cosas que quería preguntarle a aquel viejo sabio, pero comprobé que él no era el ser que me las diría. Desperté de aquel mágico sueño con muchos pensamientos y preguntas en mi mente, el hombre sabio de pocas palabras había sentido temor, lo leí en sus ojos. Mi magia era poderosa e incluso él, el majestuoso libro del destino, me temía, o eso es lo que yo pensaba. Mientras me sentaba en mi habitación, iluminada solo por la luz tenue del amanecer que se filtraba a través de las cortinas, me encontré de frente con Kalinda. Ella siempre había sido una guía para mí, una amiga y confidente que nunca dudó en revelarme los misterios de nuestra mágica existencia. —Lo vi en mis sueños —le dije a Kalinda—. No es un libro, es el creador del destino, cuida las hojas de árbol con recel

