El Regreso
Perspectiva de Isabella
El polvo del camino se levantaba en pequeñas nubes bajo las ruedas de los carruajes y los cascos de los caballos. Habían despejado la ruta principal hasta la villa y los criados se alineaban a los lados con flores, estandartes viejos y nervios contenibles. Pero ella no veía a ninguno. Solo el horizonte, la línea de árboles que cruzaba el valle, donde las sombras de los jinetes se acercaban poco a poco, cada vez más reales.
Estaba quieta en las escaleras principales del castillo, con un abrigo grueso sobre los hombros y los dedos enredados. Los días previos había ensayado todo lo que le diría. Cómo fingir orgullo. Cómo mantener la compostura. Cómo no parecer desesperada. Pero ahora… todo se le había olvidado.
Lo vio. Primero la figura alta sobre el caballo, recta a pesar del cansancio. Luego el rostro, más anguloso, la barba corta, los ojos que la buscaron antes de detener la montura.
El mundo se volvió silencio.
Bajó los escalones sin sentir sus propios pies. Lo hizo con calma. No iba a correr. No iba a ser la niña temblorosa de hace un año.
Pero cuando él desmontó, torpemente, con un movimiento que evidenciaba meses de combate y la miró con esa expresión - ese rastro de hambre contenida, de culpa, de anhelo feroz - Isabella dejó caer el abrigo.
Y echó a correr.
Perspectiva de Viktor
El viaje de vuelta había sido largo. Más de lo esperado. El olor del bosque húmedo, la tierra bajo sus botas, los rostros de sus hombres… todo se sentía lejano, amortiguado por una sola idea: casa.
Pero no era el castillo. Ni la piedra. Ni el nombre.
Era ella.
La había sentido todo ese tiempo, en las noches de fiebre, en los combates que casi lo quiebran, en los viales que Markel le traía con ese leve aroma a lavanda y menta. Cada trago era como un susurro en su mente: Estoy contigo.
Y ahora la veía.
Más delgada. Más fuerte. Más ella. Bajaba los escalones con una dignidad que lo hizo temblar más que cualquier herida. Y entonces, cuando dejó caer el abrigo y corrió hacia él, el mundo se deshizo.
Viktor soltó la rienda. Apenas tuvo tiempo de abrir los brazos.
Isabella se arrojó a su pecho, abrazándolo con fuerza, la cara contra su cuello, y por un momento, él no pudo respirar. Solo la sostuvo. Sus manos temblaban. Sintió el aroma de su cabello, el calor de su cuerpo, el temblor de su respiración.
- Estás aquí. - susurró Isabella.
- Estoy aquí. - repitió él, ronco.
Se separó apenas para tomarle el rostro entre las manos. Ella le miró a los ojos, sin maquillaje, sin escudo.
- No vuelvas a irte sin mí.
Viktor asintió. Pero no dijo “lo prometo”. Porque ambos sabían que, en su mundo, las promesas se rompían con sangre.
Solo bajó el rostro y la besó. Sin prisa, sin urgencia. Como si todo lo demás pudiera esperar.
Markel, desde su caballo, desvió la mirada con una sonrisa. Tharion, junto al portal de entrada, cruzó los brazos.
- ¿Ya se acabó la guerra? - murmuró el viejo - Qué lástima. El muchacho parecía más disciplinado allá lejos.
Su ayudante rio bajo.
- La duquesa le ha ganado todas las batallas, milord.
- Y seguirá ganándolas. - dijo Tharion, sin despegar la vista - Como debe ser.
La Habitación de La Duquesa - noche del regreso
Las puertas se cerraron tras ellos con un leve sonido sordo, apagado por la distancia y el grosor de las paredes. Viktor no había dicho mucho durante la cena. Apenas probó bocado. Se había mantenido atento a los comentarios de Tharion y Adelheid, a las miradas de los criados, al ruido familiar del hogar. Pero todo el tiempo sus ojos volvían a ella, como un imán inevitable. Y ahora, por fin, estaban solos.
Isabella se detuvo frente al fuego encendido en la chimenea de sus aposentos. La habitación era la misma, pero no igual. Había cambiado. Como ellos.
El duque cerró la puerta con lentitud y se apoyó un instante en la madera, como si necesitara contenerse.
- No pensé que regresaríamos vivos. - confesó, con voz grave.
La joven no se giró. Mantenía la mirada fija en las llamas, los dedos entrelazados sobre el vientre.
- Yo sabía que volverías. No cómo, ni cuándo. Pero lo sabía.
Hubo un silencio tenso, expectante. Viktor cruzó la habitación, cada paso resonando como un eco de todos los meses perdidos. Cuando estuvo detrás de ella, no la tocó. Solo la observó.
- Estás distinta.
- Tú también.
Isabella giró apenas el rostro. Viktor levantó una mano y tocó su cabello, llevándolo hacia un lado para descubrir su nuca. La piel estaba tibia, viva. Y él se sintió más hambriento de lo que había querido admitir.
- No bebí de nadie. - susurró - Lo sabes, ¿verdad?
- Lo sentí. - respondió ella - Y si lo hubieras hecho, no te lo reprocharía.
Viktor negó con un gesto leve.
- Pero me lo reprocharía yo.
La rodeó con los brazos desde atrás, con cuidado, como si aún temiera quebrarla. Pero ella no era la misma muchacha que había dejado al partir. Sus manos se aferraron a las suyas y giró lentamente para encararlo.
Viktor la miró en silencio. Luego deslizó los dedos por sus mejillas, su cuello, como si necesitara memorizar cada trazo.
- Un año sin ti… y cada noche te veía. Aunque no quisiera.
- ¿Y ahora?
- Ahora tengo miedo de que no seas real.
Isabella se puso de puntas y lo besó. No con furia, ni con urgencia. Fue un beso lento, profundo, el tipo de beso que se da cuando ya no hay nada que demostrar.
Cuando se separaron, él apoyó la frente en la suya, cerrando los ojos.
- Pensé que lo soportaría. Pero dolía más que cualquier herida de guerra.
La joven lo llevó de la mano hasta la cama. No había prisas. No lo había esperado para lanzarse a él, ni para consolarlo como si aún estuviera roto. Lo deseaba, sí, pero también quería recordarle quién era, a quién pertenecía y por qué seguía respirando.
El hombre se dejó guiar, quitándose la camisa con movimientos lentos, mostrando las cicatrices nuevas, los músculos tensos, la piel curtida. Isabella lo tocó, una por una, sin preguntar. Solo reconociéndolo.
Esa noche no hicieron el amor como la primera vez. No era un descubrimiento, ni una rendición.
Fue una promesa silenciosa.
Viktor entró a la cama con cuidado y se quedó quieto, observándola con intensidad. Con una lentitud reverente tomó el ruedo del camisón y lo levantó para sacarlo por la cabeza.
- Eres hermosa... Deseaba estar así contigo. Te extrañé tanto.
- Ven. - le dijo acariciando su torso con los dedos viéndolo estremecer.
- Quiero darme mi tiempo...
El joven se inclinó para besarla, recorriendo su cuello hasta sus senos para acariciarlos estimulando sus pezones. Isabella se arqueó jadeando su nombre.
- Soñaba con sentirte... Extrañaba tu aroma y tu sabor...
- Viktor...
- Quiero beber de ti... Primero tu néctar y luego tu sangre.
El duque bajó para hundirse en su centro y lamer sus pliegues como su fuese vida. La sintió gemir y aferrarse a las mantas levantando las caderas para recibirlo.
- Para... es demasiado... - suplicó Isabella aferrando sus hombros.
- Tengo que prepararte, hermosa... - siseó introduciendo los dedos en su canal sin darle tregua hasta que se corrió.
Cuando Viktor alzó la cabeza, sus ojos habían cambiado igual que los de Isabella y la marca en su cuello pulsaba al ritmo de sus latidos.
Con una sonrisa traviesa, Viktor se arrodilló entre sus piernas y la penetró de una estocada para luego cubrirla con su cuerpo. Comenzó a embestirla con el rostro en su cuello perdido en su aroma y sensaciones.
Isabella se aferró a su cuello en tanto sus colmillos se extendían y rozaban su cuello.
- Aún no, cariño. - le dijo cerca de su oído - Cuando sientas que estoy por venirme dentro de ti. Me llevarás contigo...
- Voy a correrme... - jadeó la joven lamiendo el lugar que quería morder como si lo saboreara.
- Lo sé... Puedo sentir como me aprietas... - siseó embistiendo más fuerte y rápido. - Te haré llegar y beberé de ti...
Isabella exclamó ante su fuerza y profundidad, estaba a punto de venirse y la fricción sólo aumentaba la tortura haciendo su respiración irregular por lo que Viktor extendió sus colmillos para rozar su piel.
- Dame tu placer y toma el mío... - siseó hundiendo los colmillos en su cuello haciendo que Isabella lo mordiera por reflejo.
Viktor jadeó al tiempo que llegaba a su orgasmo derramando su semen caliente en su interior. Se aferró a ella sin dejar de beber de ella hasta que los espasmos terminaron y pudo volver a sus sentidos. Sintió las paredes del interior de Isabella volver a la calma y sus colmillos retraerse, pero no lo soltó.
El joven, preocupado levantó la cabeza para poder verla, pero Isabella escondió su rostro en su cuello.
- ¿Te hice daño? - le susurró acariciando su espalda sin moverse.
- No... Solo fue... Fue como sentir tu placer también. Fue... demasiado...
Viktor besó su clavícula y se apoyó para equilibrar su peso, pero Isabella lo atrajo de regreso como si separarse de su cuerpo la dejara helada.
- No te muevas... quédate así... Dentro de mi. No te alejes... - le pidió.
- Voy a aplastarte... - bromeó, pero Isabella negó con la cabeza y lo atrajo aún más cerca.
Viktor suspiró y la rodeó con los brazos girando con ella para que quedara sobre él. Aún estaba en su interior y cuando trató de levantar sus caderas para liberarla, Isabella bajó el cuerpo para impedirlo.
- No, quédate conmigo... - pidió aferrándose a él.
El duque se rio y obedeció en tanto tanteaba las mantas para cubrir a su esposa.
- Estoy en casa... dentro de ti. Tu eres mi hogar... - le dijo acariciando su mejilla.
Isabella lo miró con los ojos en forma vampírica y lo besó por sí misma sorprendiendo a Viktor quien se dejó hacer. Sintió las manos de su compañera recorrer su torso y sus costados como si lo memorizara y su m*****o volvió a endurecerse en su interior.
- Debería dejarte dormir... - jadeó entre besos.
- No, ya dormimos suficiente... - susurró presionando sus caderas para que Viktor la sintiera - Quiero estar contigo...
- Isabella...
- Ámame Viktor, quiero saber que estás aquí, conmigo...
- Siempre...
Y cuando el alba empezó a colarse entre los cortinajes después de tomarla varias veces, Viktor aún la sostenía entre los brazos. Despierto. Respirando su perfume. El corazón, por primera vez en mucho tiempo, en paz.
- No me dejes dormir. - le pidió en voz baja.
- ¿Por qué?
- Porque si despierto y no estás… no creo que lo soporte otra vez.
Isabella levantó el rostro y lo besó justo bajo la mandíbula.
- Entonces no cierres los ojos. - murmuró - Yo estaré aquí.
Siempre.