El Emperador Quiere Conocerte
Residencia Vodrak – Estudio del ala este, al atardecer
Las sombras del jardín se alargaban, pero Viktor no las vio. Caminó en silencio por el pasillo alfombrado, saludando con un gesto a un par de sirvientes que bajaban cajas de adornos desde el ático. El aroma a lavanda y cera de abeto flotaba en el aire: preparaban la casa para la estación.
El estudio estaba tibio, con las cortinas cerradas y un fuego discreto en la chimenea. Isabella, como era costumbre, lo esperaba en el rincón que había convertido en su salón de té. La porcelana inglesa relucía como si fuera de otro siglo- y lo era.
Ella se incorporó al verlo entrar, el cabello oscuro sujeto con broches de amatista, el vestido en tonos grises y lavanda, perfectamente entallado. Sus ojos lo buscaron con esa serenidad casi inglesa que tan bien fingía… o quizás no fingía en absoluto.
- Has tardado. - dijo, sirviendo el té con naturalidad - Estaba por enviar a Adelheid a buscarte con un abrigo.
Viktor sonrió, pero su cuerpo estaba rígido.
- El emperador quiere conocerte.
Isabella no pareció sorprendida. De hecho, le sonrió.
- ¿Eso es todo? Pensé que me dirías que nos enviaban a Rusia.
Viktor se acercó, aún incrédulo por su reacción.
- Dijo que en dos semanas habrá una recepción en Schönbrunn. Espera verte allí. Estarás… en un salón lleno de humanos. Y deberás cruzar los jardines para llegar.
Isabella dejó la tetera sobre el platón con un leve “clic”.
- Fui presentada ante la reina Victoria. - respondió con suavidad - Sonreí, hice una reverencia, hablé de poesía y jardines. Me pidió que le enviara esquejes de una rosa blanca de la casa en Dover. Creo que logré engañarla bastante bien.
- No es lo mismo. - replicó Viktor, apoyando los guantes en el respaldo de una silla - Allí eras humana. Esta vez será una sala entera. Sangre por todas partes. Humanos hablando, acercándose. Y el sol…
Isabella lo miró largamente. No lo interrumpió.
Fue Adelheid quien apareció por la puerta abierta, apoyada contra el marco con los brazos cruzados.
- Podemos entrenarla. - dijo sin rodeos - Pero necesitaremos disciplina. Y alimento constante. Solo de usted.
Viktor giró hacia ella.
- ¿Solo de mí?
- Su sangre ya la calma. El vínculo está hecho, aunque sea tenue. Si se alimenta exclusivamente de usted por estas dos semanas, su cuerpo se adaptará más rápido a la luz. Y su mente, al autocontrol.
- ¿Es eso prudente? - preguntó él, la mandíbula tensa.
- No. - dijo una voz desde el pasillo. Era Markel.
Entró al estudio con los brazos tras la espalda y como siempre, su ceño estaba fruncido… hasta que vio a Isabella. Entonces sus ojos se suavizaron.
- No es prudente, pero es necesario. Puede funcionar. - dijo y por primera vez, coincidía con su hermana - La señora ha tolerado mejor la luz que antes. Los guantes que Elsa preparó reducen la sensibilidad y su reacción al olor humano ha disminuido. Pero esto... esto es lo que acelerará el proceso.
- ¿Y si el vínculo se vuelve más fuerte? - inquirió Viktor, sin ocultar su incomodidad - ¿Si no lo controla?
Isabella alzó una ceja, delicadamente.
- ¿Te preocupa perder la cabeza por mí?
Él la miró con seriedad, sin sonreír.
- Me preocupa presionarte.
- ¿Y si no me siento presionada?
El silencio cayó como una campana de cristal entre ellos.
Fue Adelheid quien rompió la tensión, en voz baja:
- Mañana podríamos comenzar con paseos breves por el jardín. Antes del amanecer, y luego durante los primeros minutos del alba. Luego incrementaremos la exposición. Markel y yo regularemos las dosis. No será sencillo… pero es posible.
Viktor llevó una mano al rostro, exhalando despacio.
- Esto va a ser una locura.
- Probablemente. - dijo Isabella, tomando su taza con calma - Pero recuerda que soy inglesa. Si he logrado sobrevivir a desayunos en sociedad con duques que olían a muerte y ginebra… puedo con esto.
Viktor se sentó finalmente, rendido ante lo inevitable. No sabía si temía más por su esposa… o por sí mismo.
Porque si Isabella comenzaba a alimentarse de él con regularidad, el vínculo los uniría de formas que ya no podrían controlar.
Y aunque ella no lo demostrara, él sí sentía el fuego bajo la piel cada vez que sus labios se acercaban a su cuello. Y sabía, con brutal certeza, que no podría ocultarlo por mucho más tiempo.
Residencia Vodrak - Invernadero este, poco antes del amanecer
La niebla se filtraba entre las cristaleras altas del invernadero. Los primeros tonos malva del cielo apenas rozaban las baldosas húmedas, y la escarcha plateaba los helechos que Elsa había traído del Tirol.
El reloj marcaba las cinco. Era la hora.
Isabella ya estaba allí, de pie junto al sofá tapizado en terciopelo oscuro. Llevaba guantes largos y un vestido color perla con cuello alto y mangas entalladas. Su cabello, trenzado con cuidado, caía sobre un hombro como una seda negra. Estaba vestida para salir. Pero su expresión revelaba concentración: los ojos entrecerrados, los labios apretados en una línea pálida.
Viktor Vodrak cruzó las puertas dobles con paso firme. Su chaqueta de oficial apenas mostraba el polvo del camino, pero sus ojos - graves y oscuros - iban directo a ella.
- ¿Estás lista? - preguntó sin ceremonia, pero con un tono más suave del habitual.
Isabella se giró hacia él. No respondió con palabras. En cambio, se acercó y comenzó a quitarse uno de los guantes. Su piel brillaba pálida y tensa bajo la luz grisácea.
Viktor alzó la muñeca con lentitud.
- Puedes beber de aquí. - ofreció con serenidad.
Viktor entrecerró los ojos… pero antes de tomarla, Isabella añadió en voz baja, sin apartar la mirada:
- Prefiero tu cuello.
Hubo un leve silencio. Y luego, como si hubieran ensayado ese momento en otro siglo, las risas contenidas de Adelheid, Elsa y Markel rompieron el aire. Una carcajada baja de Markel, un bufido de Elsa y el suspiro resignado de Adelheid mientras los tres salían discretamente del invernadero.
- Lo que desee mi esposa… - murmuró Viktor con una sonrisa.
Con calma, se llevó las manos al cuello y desabrochó la chaqueta. Luego la camisa, tirando del cuello hacia un lado. Su piel quedaba expuesta a la penumbra fría, el pulso firme latiendo bajo la garganta. Se sentó en el sofá, abriendo espacio a su lado.
Isabella fue hasta él con lentitud medida, como una actriz que se acerca al clímax de su acto. Se sentó con gracia, las faldas arremolinándose en torno a sus piernas.
No pidió permiso.
Se inclinó hacia su cuello, aspiró su aroma con un estremecimiento y hundió los colmillos con precisión.
El cuerpo de Viktor se tensó, pero no hizo sonido. El calor se disparó bajo su piel, corriendo por su espina dorsal como fuego líquido. Cada trago de Isabella era una descarga, una invasión dulce que robaba el aliento. Sus dedos se aferraron al borde del sofá y a ella.
Pero fue ella quien perdió el control.
La sangre lo arrastró todo: la voz de él en su memoria, el peso de su cuerpo cuando la sostuvo entre las sombras de la cama, el sabor de su deseo, el nombre que ella había pronunciado en la noche sin saber que lo hacía.
El vínculo latió con violencia.
Isabella jadeó contra su piel. Su cuerpo se arqueó, presa de una oleada involuntaria, brutal y visceral. Un orgasmo. No pudo evitarlo. Se aferró a él con ambas manos, escondiendo el rostro en su cuello mientras un gemido se ahogaba en su garganta. El placer era un torrente incontenible, como si la sangre que compartían encendiera cada nervio, cada rincón de su alma.
Viktor llevó una mano a su espalda, sujetándola con firmeza. Su respiración era áspera, los músculos temblaban bajo el uniforme. Pero su voz, cuando habló, fue honda y protectora.
- No te avergüences, Isabella. Es parte del vínculo… ahora que hemos hecho el amor, el lazo entre nosotros se ha sellado.
La joven no respondió. Aún temblaba, pegada a su cuello, como si necesitara fundirse con él para sobrevivir al incendio.
- No es debilidad. - añadió Viktor - Es lo que somos ahora. Lo que compartimos.
Pasaron unos segundos antes de que Isabella se apartara apenas, lo justo para mirarlo. Sus ojos brillaban como espejos húmedos. No era vergüenza lo que se veía en ellos. Era asombro. Reverencia. Un temblor de poder y rendición.
- ¿Siempre será así? - preguntó en un susurro.
Viktor la miró. Su dedo trazó lentamente la línea de su mandíbula y pasando el pulgar por sus labios, ahora rojos por la sangre.
- Solo conmigo. - respondió con gravedad.
Y esa certeza encendió algo más profundo entre ellos. Una promesa silenciosa. Una advertencia. Una pertenencia.
Fuera, la primera luz del sol comenzaba a dorar las hojas del jardín.
Isabella se alzó con lentitud. Su paso seguía tambaleante… pero se mantuvo firme.
El entrenamiento apenas comenzaba.
Y Viktor sabía que ya no había vuelta atrás.