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1295 Words
Todos Merecen Un Regalo Establos de los Vodrak - 6 de enero, por la mañana La escarcha brillaba sobre las vigas del techo como si cada partícula de hielo hubiera sido colocada a mano. El invierno aún no cedía. El aire tenía el filo de una daga y el suelo crujía bajo las botas de los tres hombres que atravesaban el patio trasero en dirección a los establos. Tharion, con su abrigo largo de cuero oscuro, caminaba con las manos cruzadas tras la espalda. A su lado, su antiguo escolta y ahora asistente de confianza - Aldren, padre de Markel y Adelheid- avanzaba en silencio. Unos pasos más atrás, un guardia joven los seguía, atento a cada movimiento como si aún estuvieran en campaña. - Nunca pensé que volvería a caminar hasta aquí sin la certeza de que algo estaba ardiendo. - murmuró Tharion con una media sonrisa apenas visible entre la barba blanca. - Esta vez es diferente. - replicó Aldren - Solo queríamos revisar las crías nuevas. Aunque… - se detuvo al llegar a la puerta principal de las caballerizas - Parece que alguien más se nos adelantó. Las letras “C + M + B” estaban escritas con tiza blanca sobre la madera oscura, justo sobre el umbral de la puerta. Tres cruces las separaban, como dictaba la costumbre antigua. Caspar, Melchor y Baltasar. Tharion se quedó mirándolas en silencio. Frunció el ceño. Luego giró la cabeza hacia el mozo que acababa de aparecer desde el interior del establo, con las manos llenas de heno. - ¿Esto es cosa tuya, muchacho? El joven negó con vehemencia y una sonrisa temerosa se asomó a su rostro. - No, señor. Fue idea de la señora duquesa. Pidió que se marcaran todos los lugares donde hay animales bajo el techo del ducado. También lo hicimos en el gallinero, el refugio de los conejos, el cobertizo de las ovejas y… también en la perrera. Tharion entrecerró los ojos. - ¿También en la perrera? - Sí, milord. Los perros tienen nuevos collares con el emblema del clan. - señaló detrás de él. Aldren soltó un resoplido breve, entre incrédulo y divertido. - ¿También les hizo regalos a los animales? El mozo asintió como si fuese lo más natural del mundo. - Sí, señor. A los perros les dio mantas nuevas. A los caballos, zanahorias dulces y sal marina. A las ovejas… manojos de hierbas para el forraje. Incluso los conejos recibieron una bolsa de heno fresco de flor. Tharion soltó una risa ronca que apenas duró un segundo, pero hizo eco en las vigas del techo. - Esa niña… - sacudió la cabeza con una mezcla de cansancio y asombro - Se lo ha tomado en serio. Aldren sonrió con los labios apenas curvados, observando las iniciales brillantes bajo la débil luz del sol invernal. - Es curioso. - dijo en voz baja - Desde que ella llegó, estas viejas paredes parecen… menos frías. - No es solo ella. - corrigió Tharion - Es lo que representa. Lo que nos está recordando. El escolta lo miró de reojo y durante un momento, el silencio entre ambos fue más cómodo que cualquier conversación. - ¿Y qué es lo que nos recuerda? Tharion suspiró, sin mirar al otro. - Que no solo somos una r**a que sobrevive. También somos una que, en algún rincón olvidado de la memoria, aún sabe cuidar. Se quedaron así, los tres hombres, observando las puertas marcadas, mientras los perros ladraban a lo lejos, como si reconocieran que esa mañana, aunque helada, pertenecía también a ellos. Castillo Vodrak - 12 de enero, madrugada La puerta se golpeó tres veces. Seco. Preciso. Como el sonido de un disparo a la distancia. Viktor abrió los ojos al instante. No necesitó mirar el reloj. Era demasiado temprano. Y ese ritmo solo podía significar una cosa. Se incorporó. Isabella dormía a su lado, el cabello suelto desparramado sobre la almohada, su respiración profunda aún intacta. Él se deslizó con cuidado fuera de la cama y caminó hasta la puerta en silencio. Al abrirla, el mensajero vestía el uniforme del Palacio Imperial, empapado por la nevada, con el rostro tenso. - Mi señor. - susurró - Austria ha sido atacada. Prusia y Francia se han aliado. El alto mando solicita su presencia inmediata en Viena. Viktor se quedó inmóvil un segundo. Luego asintió sin una palabra, cerrando la puerta con un leve clic. Volvió al dormitorio y encendió la lámpara de aceite con manos entrenadas, rápidas. La guerra había comenzado. Sabía que vendría, pero no que sería tan repentina. Francia y Prusia juntos... eso significaba que la estrategia sería brutal. - ¿Viktor? - la voz de Isabella se alzó, aún espesa por el sueño. El duque se detuvo. Cerró los ojos por un instante. Y cuando se volvió, ella ya estaba sentada en la cama, cubriéndose con la manta hasta el pecho, los ojos abiertos, oscuros de temor. - ¿Qué ocurre? - Debo irme. - dijo él, ya desabrochando la camisa de dormir para vestirse - Ahora. - ¿Otra vez? - susurró - ¿Qué ha pasado? El joven dudó solo un segundo. Luego se acercó y se sentó junto a ella, solo el tiempo justo para tomar su mano. - Austria ha sido invadida. La guerra ha comenzado. Me necesitan en Viena. No sé cuánto tiempo estaré fuera. Los ojos de Isabella se empañaron, pero asintió sin escándalo. Sabía que esto podría ocurrir y sin embargo, no era suficiente para evitar ese nudo en el pecho. El que deja un adiós mal terminado. - Te haré preparar una escolta. - No hay tiempo. Salgo con lo que tengo. - respondió mientras se calzaba las botas. La joven se levantó rápidamente, aún descalza, su bata ondeando tras ella. - Espérame un minuto. No te vayas aún. Isabella salió del cuarto con pasos firmes. Recorrió el pasillo hasta la habitación de Adelheid, la tocó dos veces y entró sin esperar respuesta. La muchacha la miró adormilada. - Viktor debe irse. Han invadido Austria. Viktor parte ya. Entrégale a Markel los viales que preparamos con mi sangre. - ¿Ahora? - Sí. Y que no diga nada hasta que sea necesario. - Su voz no dejaba espacio a objeción - Él sabrá cuándo. Adelheid asintió y se levantó de inmediato. Cuando Isabella regresó, Viktor estaba ya con el abrigo puesto, ajustando el cinturón con expresión tensa. - Vendré por ti cuando pueda. El abuelo sabrá evacuarlos si es necesario. - dijo sin mirar atrás. - Lo sé. - respondió ella, acercándose a él con algo en las manos - Pero esto es por si no puedes escribirme. Le extendió un pequeño relicario de metal con una hebra de cabello y un pequeño vial con sangre. Y lo que le hizo fruncir el ceño: el sello de su linaje bordado en n***o sobre terciopelo. - ¿Qué es esto? - Una protección. - dijo simplemente - No sé cuánto te cubrirá. Pero si mi sangre sirve para curarte, también puede servir para llamarte de vuelta. Viktor bajó la mirada a sus manos, luego a los ojos de ella. - No debiste… - Soy tu esposa, Viktor Vodrak. No me quedaré de brazos cruzados mientras te marchas a una guerra que no pediste. Ya no. Viktor tragó saliva, por un instante demasiado humano para ser el guerrero implacable que se esperaba en Viena. Luego guardó el relicario, la besó con fuerza con un susurro: - No me olvides. - Nunca. Y se marchó. Isabella se quedó sola en la puerta, mirando la nieve caer sobre la oscuridad del amanecer. Sus dedos temblaban, pero su mirada no. Austria había sido atacada. Y la guerra ya estaba aquí.
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