06. Prometido y amante

2651 Words
|Ksenia Hartmann| Lo sabía. Por supuesto que iba a funcionar. Las treinta llamadas perdidas y los cientos de mensajes de Félix son la prueba viviente de que se está volviendo loco por mí. Me encanta. Me fascina esta sensación de poder absoluto sobre él. Un solo día. Apenas un maldito día con el teléfono apagado, ignorando sus súplicas patéticas. ¿Cómo puede ser tan estúpido y, al mismo tiempo, conseguir que me hierva la sangre de emoción? Una risa desquiciada se me escapa de los labios mientras lanzo el teléfono a un lado sin dignarme a revisar ni uno solo de sus intentos desesperados de contacto. Me enrosco entre las sábanas como un bollo, pateando y riendo como una niña traviesa, hasta que mi propio exceso me lanza al suelo enredada en las mantas, arrancándome el aire con el golpe seco en la espalda. —¡Maldición, eso dolió! —me quejo, con una mueca entre dolor y diversión. —Señorita —la voz de Óscar, mi fiel guardaespaldas, irrumpe en mi campo de visión mientras parpadeo—. Buenos días, ¿se encuentra bien? —Mejor que nunca —respondo entre jadeos, levantándome con su ayuda—. Hoy, Óscar, hoy es el mejor día de mi vida. —Me lo imagino —dice, casi sonriendo mientras me endereza—. Tiene visita. —¿Visita? —repito, alzando una ceja, divertida ante la idea—. ¿Quien? No quiero ver a nadie. Estoy en mis días más sanos. Échalo, quien sea. Me lanzo de nuevo a la cama, sin preocuparme de nada. La pijama de satén que llevo puesta sube hasta mi cintura, dejando al descubierto mi trasero, mientras Óscar no puede evitar mirarme. —¿Qué esperas? Dile que se largue —mascullo, aplastando la cara contra la almohada. —Entendido. Le diré al joven Félix que regrese en otro momento —responde, caminando hacia la puerta. —¿¡Félix!? —jadeo, saltando fuera de la cama con los ojos desorbitados—. ¿Está aquí? ¿Estás seguro? —Está esperando abajo —responde con calma—. Se le nota bastante desesperado. —No me hagas reír —murmuro, cubriéndome la boca con una mano. ¿No se supone que estaba de luna de miel el imbécil? ¿Vino de su maldito viaje de Hawai solo por esto? Qué bajo puede llegar a ser. —El día empieza de maravilla —sonrío con malicia—. ¿Qué me pongo? Joder, estoy hecha un desastre... Me detengo frente al espejo y me observo. En realidad, no estoy nada mal con la pijama. Negra, corta, de tirantes. Mis piernas largas y perfectamente torneadas, como a mí me gusta, se ven tan irresistibles como siempre. —Pero si estoy para comerme entera —me digo con descaro, acomodándome apenas el cabello. Me vuelvo hacia Óscar, que sigue ahí, tan recto y serio como siempre, esperando mis órdenes—. Dile a Félix que bajo en un momento, que acabo de despertar. —Como ordene —responde, inclinando la cabeza antes de salir. Sin perder un segundo, corro al baño. Me lavo la cara con rapidez; por suerte no tengo los ojos hinchados. Me enjuago la boca a toda prisa y salgo disparada. Al abrir la puerta, me estrello contra algo duro y firme, tambaleándome hasta casi caer de culo. De no ser por unos brazos que me sujetan con fuerza, habría terminado en el suelo. Alzo la vista, y ahí están. Esos ojos avellana que siempre logran desarmarme, aunque me pese admitirlo. —¿Félix? —susurro, fingiendo incredulidad—. ¿Qué haces aquí? Frente a mi habitación... —Señorita, lo lamento —interviene Óscar desde atrás, con un tono grave—. Se escabulló sin permiso. —Está bien, retírate —le indico sin despegar la mirada de Félix—. Quiero hablar con él en privado. Óscar asiente y se marcha. En cuanto la puerta se cierra, Félix no pierde ni un segundo: me empuja dentro de la habitación con ese cuerpo que tanto odio adorar y me arrincona contra la pared, como si pudiera intimidarme. —¿Me estás tomando el pelo? —gruñe cerca de mi cara, su aliento caliente rozándome la piel—. ¿Te vas a casar? ¿Qué demonios es esa mierda? ¿Con quién? Está hecho un desastre. El rostro crispado, la respiración descontrolada... aunque no voy a negar que hasta desaliñado se ve endemoniadamente atractivo. —Pensé que estarías entretenido con tu flamante esposa —me lo quito de encima con desdén, pasando junto a él como si no fuera más que un obstáculo insignificante. Me cruzo de brazos y me vuelvo para encararlo—. ¿No deberías estar disfrutando de Hawai? —Responde a mi maldita pregunta, Ksenia. ¿Te vas a casar? —insiste, furioso. —Pues sí, me voy a casar —declaro sin vacilar, ahogando las ganas de reírme en su cara—. Estoy comprometida desde hace poco, iba a contártelo, pero... —¿Por qué? —da un paso hacia mí y me aferra por los hombros, como si necesitara sujetarme para no perder la cabeza—. ¿Por qué carajos te vas a casar? Si tú... —¿Yo qué? —levanto una ceja, desafiante—. Anda, Félix, atrévete a decirlo. Pero se queda mudo. Aprieta la mandíbula, luego me suelta como si le quemaran las manos, pasándose la mano por la cara mientras se aleja unos pasos. Patético. —Mira, Félix —suelto un suspiro cargado de falsa paciencia—. Ya estás casado, ¿verdad? Con mi querida amiga Ágata. Ahora yo también voy a casarme, ¿no crees que al menos merezco una felicitación? Yo te la di, aunque me costara tragarla. Me atraviesa con la mirada, pero yo solo me encojo de hombros, disfrutando cada segundo. Todo va exactamente como lo planeé. Lo conozco demasiado bien. Félix detesta perder lo que cree de su propiedad. Siempre supo que me gustaba, aunque se hiciera el ciego. Fingía indiferencia, sí, pero cada vez que un hombre se me acercaba, se volvía un perro rabioso. Los celos le quemaban la piel, igual que ahora. El deseo en sus ojos nunca fue un secreto para mí. Lo único que le ha servido de freno es mi familia. La suya no quiere vínculos con gente como nosotros, con nuestro mundo. —No esperes que te suelte una estúpida felicitación —escupe, enfurecido—. ¿Desde cuándo ves a ese imbécil? Conozco bien a los que te rodean. —¿De verdad, Félix? —me río con burla—. No seas ridículo. Solo sabes lo que yo quiero que sepas. ¿O es que acaso vigilas cada minuto de mi vida? ¿Estás pendiente de a quién me llevo a la cama? Por favor. —¿Me lo vas a decir o no? —en dos pasos me acorrala, furioso—. Quiero saber quién es. —Claro... pero con una condición —le dedico una sonrisa que destila inocencia fingida. —¿Cuál? —escupe, impaciente. Lo recorro lentamente con la mirada, deteniéndome sin pudor en cada parte de su cuerpo que me provoca. Me muerdo el labio inferior, disfrutando de la vista. Lo tengo exactamente donde quiero. Solo necesitaba este pequeño empujón para que corriera detrás de mí. Me acerco despacio, rodeando su cuello con los brazos. Siento cómo se tensa, pero no se aparta. Al contrario, mantiene su mirada clavada en la mía, intensa, cargada de un deseo que disimula muy mal. —Quiero que me beses —susurro con descaro—. Esa es mi condición, así que... No alcanzo a terminar la frase cuando ya se lanza sobre mí, apoderándose de mi boca con brutalidad. Un gemido se escapa de mis labios ante la forma en que me devora, hambriento. Sus manos se apoderan de mi trasero y me pegan contra su cuerpo sin reservas. Eso es precisamente lo que me vuelve loca de él: su fuerza, ese fuego indomable que siempre me ha fascinado. Intento apartarme cuando me falta el aliento, pero Félix no me deja escapar. Vuelve a atraparme, insistente, muy salvaje. Me muerde el labio y luego lo succiona, arrancándome un suspiro que me estremece de pies a cabeza. Siento su dureza contra mi vientre, tan evidente que mis bragas se humedecen al instante. Por todos los cielos, este hombre es puro fuego. —Dime —exige entre jadeos, rozando mis labios—. ¿Quién es él? —Es... —Señorita —la voz de Óscar irrumpe cuando abre la puerta sin anunciarse. Nos encuentra pegados, con las bocas hinchadas y la respiración hecha trizas. Ni siquiera pestañea—. Tiene otra visita. —¿Qué demonios? ¿Por qué entras sin avisar? —ruge Félix, apartándose de golpe—. ¡Maldito entrometido! —Con él no, Félix —mi tono se vuelve frío como el acero cuando lo corrijo—. Óscar no necesita permiso para entrar. —¿Así que entra cuando se le da la gana? ¿Y si te encuentra desnuda? ¿Te da igual? —me lanza, furioso. Pongo los ojos en blanco. Me gusta Félix, y mucho, pero aborrezco cuando intentan controlarme. —¿Quién es ahora, Óscar? ¿Se pusieron de acuerdo para fastidiarme hoy? —pregunto, irritada, ignorando por completo a Félix. —Su prometido —responde mi guardaespaldas, imperturbable—. Ha venido a verla. Está esperando en el recibidor. Me quedo helada, frunciendo el ceño. Ese sí que no lo esperaba. ¿Qué diablos hace Ferraro aquí? Nadie me avisó que vendría, ni siquiera papá. ¿Acaso no le quedó claro lo que le dije la última vez? —Iré a encargarme de ese bastardo —espeta Félix, avanzando decidido hacia la puerta. Lo sujeto del brazo antes de que se atreva a salir—. ¿Qué haces? Suéltame. —No vas a cometer ninguna estupidez por un arranque tuyo —le advierto con firmeza—. Vino a verme a mí, no a ti. Así que te quedas quieto... o te largas. —¿Lo estabas esperando? ¿Pensabas encontrarte con ese...? —Señorita, el tiempo corre —insiste Óscar desde la puerta. —Ve y dile que ya bajo —respondo sin apuro. Óscar se marcha, y yo, ignorando de nuevo a Félix, empiezo a buscar algo más adecuado para ponerme. Pero enseguida recapacito: esta situación merece otro enfoque. Decido quedarme tal cual estoy. Primero, porque Félix se va a retorcer de celos, y segundo, porque me divierte incomodar a la estatua de piedra que será mi futuro marido. Disfruto arrancarle esos gestos amargos. —Quédate aquí, no tardaré —le digo a mi furioso acompañante, avanzando hacia la puerta. —¿Vas a salir así? —me sujeta de la muñeca—. Ni lo pienses. Ponte otra cosa. —Tú no me dices cómo vestirme —me libero de su agarre con frialdad—. No tienes derecho a venir a mi casa a imponer nada, menos cuando hace apenas unos días juraste amor eterno a otra. No te equivoques, Félix, recuerda bien cuál es tu lugar. Salgo de la habitación de un portazo. Estupendo. Ahora estoy irritada, y todo por su culpa. No tanto por Félix, sino por la inoportuna llegada de mi prometido. Bajo las escaleras y lo encuentro sentado en el sofá de piel de oso. La impaciencia se le nota en cada músculo, y su expresión grita que está listo para arrancarle la cabeza a alguien. —¿Qué haces aquí? —voy directo al grano, sin molestia en saludar—. Nadie me avisó que vendrías. Me recorre con la mirada de arriba abajo y frunce el ceño. Exactamente la reacción que esperaba. Se pone de pie, imponente, eclipsando mi figura con la suya. —La fiesta de compromiso será pronto —anuncia con un tono seco, cortante—. Este es tu anillo. Tómalo. Levanto las cejas, sorprendida por la pequeña caja negra que me extiende. ¿Qué se cree? ¿Que va a entregarme el anillo así, sin más ceremonia ni palabras? Aun así, tomo la caja y la abro, observando el espantoso anillo que hay dentro. —Definitivamente no —le devuelvo la caja contra el pecho, sin disimulo—. ¿Eso es lo mejor que tienes? Primero, esa cosa es horrible y no va con mi estilo. Quiero algo precioso, único, el más caro que encuentres. Y segundo, tendrás que hacer una propuesta como corresponde. Quizá una cena, no sé… improvisa algo que al menos no te haga quedar en ridículo. Nuestro compromiso será público, y todo debe lucir impecable, por más que sea una unión política. —¿Qué demonios? —la furia le sube al rostro a Oleg, encendiéndolo por completo—. No pienso hacer ninguna de esas estupideces que dices. Toma el maldito anillo y punto. —Entonces no hay boda —me encojo de hombros, sin una pizca de preocupación—. Es simple, Oleg. Nos vamos a casar, sí, pero quiero que las cosas se hagan bien. La Cosa Nostra y el Schwarzer Zirkel esperan ansiosos esta alianza. ¿De verdad vas a echarlo todo a perder por tus caprichos? No lo creo. Oleg me fulmina con la mirada. Sabe que tengo razón. Este matrimonio no es un juego: dos bandos criminales están en la balanza, y evitar que se maten entre ellos depende de nosotros. —¿Ya has terminado? —la voz de Félix retumba al bajar las escaleras, sacudiéndome por dentro—. No tengo todo el día para esperar. ¿Qué diablos cree que hace este idiota? —¿Quién es él? —pregunta Oleg, clavando sus ojos en Félix como si quisiera atravesarlo. —Soy su… —Mejor amigo —me adelanto sin darle oportunidad—. Vino de visita. No esperaba que aparecieras justo ahora. —¿Vestida así? —Oleg me recorre de arriba abajo con la mirada, con total desdén—. Curiosa forma de recibir a tus amigos. —Eso no te incumbe —Félix se planta a mi lado, firme, con la furia ardiéndole en los ojos mientras se clava en Oleg—. Creo que no nos han presentado como corresponde. —Eh... este es Oleg Ferraro, mi prometido —los presento, sintiéndome algo incómoda—. Oleg, este es Félix Berger. —Un placer, Oleg —Félix escupe las palabras con indiferencia. Oleg observa la mano extendida de Félix como si fuera un parásito, pero no la toma. Era lo esperado. —Nos vemos después —me dice, con tono cortante—. Sigue conversando con tu amigo. Con un gesto de desprecio, da media vuelta y se va con su caja barata. No tiene opción más que seguir con las tradiciones. No me voy a casar como una simple novia de pueblo. —Te dije que te quedaras quieto —le recrimino a Félix—. Vete ahora. —Ese prometido tuyo es un animal —gruñe molesto—. ¿Por qué tienes que casarte con alguien así? ¿Los Ferraro no son también una organización criminal? —Así es. Tengo que casarme con alguien de mi círculo —le devuelvo la misma insinuación que me hizo cuando se comprometió con Ágata—. Ahora, vete. Me cansé de hablar. —Tú y yo no hemos terminado de... —Óscar, enséñale la salida —le ordeno a mi guardaespaldas que acaba de bajar las escaleras. Las protestas que escupe se quedan suspendidas en el aire porque las ignoro. Va a tragarse su propia medicina. Me dio una dolorosa bofetada con su matrimonio con esa perra de Ágata, ahora yo me encargaré de dejarle una marca mucho más profunda con Oleg.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD