05. Descontrol

1643 Words
|Oleg Ferraro| Me quité el saco y lo lancé a la cama, cargado de fastidio. Esta noche fue un desastre. Lo presentía, y no me equivoqué. Sabía que mi prometida sería una víbora venenosa. Hubiera preferido que fuera su hermana mayor quien se casara conmigo, y no ella. ¿Cómo se atrevió a hablarme de esa manera? Justamente esas eran las palabras y condiciones que tenía en mente. Quería que al menos lleváramos una convivencia decente en este matrimonio falso, porque no deseaba complicaciones en mi vida. Pero esa maldita mujer mostró las garras antes siquiera de que pudiera asimilar mi propia situación. ¿Quién se cree que es? Joder. Alguien llama a la puerta y respiro hondo, fastidiado. No tengo ganas de ver a nadie, hoy no. La rabia me carcome tanto que hasta esquivé hablar con mi padre para no estallar. Pero apenas abro y me encuentro con Loreley, envuelta en un albornoz de satén rosado, con esa mirada de cervatillo perdido, el enojo se me disuelve al instante. Trago saliva, tenso. Presentarse así, a estas horas, es una verdadera provocación. —¿Qué haces aquí? —pregunto, sin poder apartar la vista de ella—. Deberías estar descansando. —Es que... te oí llegar —juguetea con las manos, mientras un rubor suave le tiñe las mejillas—. Además, quería hablar contigo. Estás distante desde que volviste. ¿Pasa algo? ¿Hay algún problema? Me quedo tan rígido que casi me falta el aire. Mierda. Mi boda con Ksenia Hartmann. Los malditos Hartmann, responsables de la muerte de su familia. No se lo he dicho todavía. Y se me hace un nudo en la garganta. Siento que la estoy traicionando, aunque sé que tarde o temprano tiene que saberlo. —Pasa —le abro más la puerta, y ella entra con cautela. Su aroma a melocotón impregna mis fosas nasales, sacudiendo mis nervios y despertando pensamientos prohibidos que no vienen al caso. Se sienta en el borde de mi cama mientras yo me quedo de pie, mirándola con inquietud, buscando las palabras adecuadas. Loreley probablemente terminará decepcionada de mí. —Mira, Lore... —me paso la mano por el cabello, frustrado por la situación—. Vengo de una cena importante, ¿vale? Pero... —Dime, Oleg, ¿ocurrió algo? —pregunta, forzando una sonrisa nerviosa—. Solo fue una cena, ¿verdad? ¿Tuviste problemas? Quizá con los negocios... —Me voy a casar —lo suelto de sopetón. Ella enmudece, las manos se aprietan contra sus rodillas—. Estuve cenando con la familia de mi prometida. Eso es lo que pasa. Puedo ver claramente el momento en que la decepción invade sus ojos ámbar. Me mira con la vista empañada, sorprendida. Aunque no llora, el dolor reflejado en su mirada me desgarra por dentro. —Así que... de eso se trata —murmura, bajando la cabeza—. Te vas a casar. —Lamento no habértelo dicho, Lore —ni siquiera intento acercarme, sé que no serviría de nada—. Mi padre me lo soltó de improviso. Apenas me enteré de que estoy comprometido. —Tu padre —repite en un susurro quebrado—, siempre tu padre... —No quiero hacerlo. No deseo casarme —insisto—. Pero no tengo opción, es por la organización, por los beneficios. Solo será una fachada. —¿Con quién? —levanta la mirada. Una lágrima resbala por su mejilla, pero se la seca enseguida—. ¿Con quién te vas a casar? Aprieto los puños a los costados, conteniéndome. Esta es la parte que más duele. Maldita sea. Si tan solo mi padre hubiera elegido otra familia que no fueran los Hartmann, todo sería mucho más sencillo... para ambos. —Lore, te lo diré, pero quiero que sepas que... —Dímelo ya, Oleg —me interrumpe, impaciente. —Los Hartmann —confieso al fin—. Me casaré con su hija menor. —¿Qué? —ríe con amargura—. ¿Te estás oyendo, Oleg? —No es una decisión mía, Loreley. Tengo que... —¡Son los asesinos de mis padres! —grita, poniéndose de pie—. ¿De verdad vas a hacerme esto? ¿No podía ser otra familia? ¡No es justo para mí! —¿Crees que quiero estar en esta situación? —la sujeto por los brazos, desesperado—. Me opuse, pensando en ti, en mi madre... pero ¿qué puedo hacer? También debo pensar en la organización, en lo que está en juego. —No puedes hacerlo —niega, sacudiendo la cabeza. Su mano tiembla al acariciar mi mejilla—. No lo hagas, Oleg, te lo ruego. ¿Dónde quedo yo? Éramos solo nosotros, felices... ¿Dejarás que alguien más se interponga? Estábamos bien así... —Lo sé, joder, claro que lo sé —sujeto su rostro entre mis manos, sintiéndola quebrarse—. Pero nada va a cambiar, te lo prometo. Seguiremos siendo tú y yo. —Sabes que no es verdad —se aparta, dolida—. No solo te vas a casar con esa mujer, sino que... —Lo siento —murmuro, tomando su mano. No se aleja del todo—. Esto no era lo que quería, ni estaba en mis planes. Sabes que a mi padre solo le importa llenarse los bolsillos de dinero. No dice nada. Mantiene la mirada baja, cargada de tristeza. Debe sentirse horrible por mi culpa, y me estoy odiando por eso. Nada debería cambiar entre nosotros, y me aseguraré de que así sea. Al ver que guarda silencio, doy un paso atrás. Pero entonces, me sujeta la mano, se inclina y me besa. El contacto de sus labios me deja petrificado, pero también me endurece la entrepierna en un santiamén. Es solo un roce fugaz, un simple chasquido de labios que apenas dura unos segundos. Cuando se aparta, sus mejillas están sonrojadas. —¿Qué... ha sido eso? —balbuceo, atónito—. Loreley, tú... —Es lo que intentabas hacer antes conmigo, ¿verdad? —murmura, con los ojos clavados en el suelo—. Oleg, me duele que te vayas a casar, pero... no puedo ser egoísta. Sé que estás en una situación difícil, y yo solo estoy pensando en mí. —¿Qué? No, Lore, claro que no... —Por eso —levanta la mirada, firme y herida a partes iguales—. Quiero que me prometas que seré siempre tu prioridad. Ante nada. Siempre lo seré. —Lo has sido y lo seguirás siendo —acorto el espacio entre nosotros—. Es una promesa. Loreley asiente, y no pierdo ni un segundo en besarla. No se aparta. Al contrario, me da el maldito permiso que estaba esperando desde hace tiempo, así que aprovecho para profundizarlo, para devorarla como un hambriento. Gime suave cuando mi lengua invade su boca, y ese pequeño sonido casi me arranca la poca cordura que me queda. Maldita sea, esto es mucho mejor de lo que alguna vez imaginé. Sentirla temblar bajo mis manos, escuchar esos jadeos indecentes escapándosele sin vergüenza, es glorioso. Ya no tendré que seguir haciéndome pajas en la ducha, imaginando cómo sería follármela. Ahora la tengo aquí, real, temblando por mí. Le agarro la cintura con fuerza, acercándola más hasta sentir su calor pegado a mi cuerpo. Aprieto su trasero con ambas manos, firme, posesivo, como si ya me perteneciera. Se estremece al contacto y yo froto mi polla endurecida contra su vientre. No hace falta que diga nada: sabe exactamente lo que quiero. Puedo sentir cómo tiembla, cómo se le acelera la respiración al notar cuán desesperado estoy por poseerla. Lleno de ansiedad, la empujo hacia mi cama. Su cuerpo cae sobre las sábanas y me le lanzo encima sin pensarlo dos veces. Nada ni nadie me va a detener esta vez. Por fin puedo hacerla mía, por fin puedo arrancarme esta obsesión de la cabeza y marcarla como lo que siempre debió ser: propiedad de Oleg Ferraro. Le acaricio uno de los pechos por encima del albornoz de satén. Son pequeños, apenas llenan mi mano, y aunque suelo preferirlos más generosos, no me importa ahora. Lo que me importa es devorarla entera. Me basta con tenerla temblando bajo mi cuerpo, rendida. Pero, justo cuando estoy a punto de arrancarle ese albornoz y saborear su piel, ella me detiene. Sus manos tiemblan al empujarme, y esa maldita pausa me enfurece por dentro. ¿Y ahora qué mierda pasa? —No estoy lista —murmura, apartándome con suavidad y se pone de pie, nerviosa—. Lo siento, Oleg... esto me tomó por sorpresa. Nunca lo he hecho, así que... —Está bien —gruño entre dientes, tragándome la frustración que me arde en la garganta. Oculto mi irritación, aunque por dentro me hierve la sangre—. Te entiendo. No quiero presionarte. La verdad es que me estoy hartando de este juego. Pero tengo que controlarme. Maldita sea, tengo que entenderla. El problema es que mi cuerpo no entiende de paciencia, está desesperado. —Entonces... que descanses —dice rápido, casi tartamudeando, antes de salir de la habitación como si huyera del incendio que ella misma encendió. Me deja ahí, con la polla dura como el acero, palpitando de deseo. Me levanto de la cama furioso, mascullando una maldición. Esta vez no pienso quedarme como un idiota, masturbándome en un maldito baño como si fuera un adolescente. No. Haré lo que siempre hago cuando necesito apagar este fuego: buscarme a una de mis putas de confianza. Salgo sin importarme que la noche esté entrada y la mansión en silencio. Marco rápido y le ordeno a Igor que me lleve con Darling. Ella sabrá exactamente cómo quitarme estas ganas de arrancarme la piel. Es una experta y sabe cómo satisfacerme.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD