*CAMILLE*
En una tarde lluviosa, me sorprendió con una danza bajo la lluvia, una escena que parecía sacada de un cuento de hadas. Nos reímos, giramos y brincamos en los charcos como niños, mientras las gotas de agua empapaban nuestras ropas y refrescaban nuestras almas. Fue en ese momento en que me di cuenta de que no solo era un hombre encantador, sino también alguien con quien podía compartir mi más pura esencia, sin reservas ni pretensiones.
Con él, cada conversación era una aventura, cada mirada un descubrimiento, cada caricia una revelación. Me enseñó a valorar los pequeños placeres de la vida, a encontrar la magia en los momentos más simples. Su presencia era un bálsamo para el alma, un refugio seguro donde podía ser yo misma sin temor a ser juzgada. Louis era más que un hombre que me cortejaba; era un compañero, un confidente, un amigo en el verdadero sentido de la palabra.
En su compañía, los días grises se tornaban luminosos, y las preocupaciones se disipaban como la niebla ante los primeros rayos del sol. Con Louis, aprendí a reír con más ganas, a soñar con más libertad y a amar con todo el corazón. Él me mostró que el amor no es solo un sentimiento, sino una serie de actos, una decisión diaria de elegirnos mutuamente y construir algo hermoso juntos.
Con el paso del tiempo, descubrimos nuestras aficiones compartidas, como nuestra pasión por la música clásica y los paseos por el parque al atardecer. Louis se convirtió en el músico y yo en la bailarina, nuestros corazones latiendo al compás de cada melodía. Cada nota era una promesa, cada paso una declaración de amor.
Así, con cada encuentro, Louis tejía una red de momentos inolvidables que guardaba celosamente en mi memoria. Cada día a su lado era una nueva página en la historia de mi vida, una historia que deseaba seguir escribiendo con él como protagonista. Y aunque el futuro es incierto, una cosa sabía con claridad: con Louis, cada día sería una oportunidad para celebrar la vida, el amor y la felicidad compartida.
Habían pasado seis meses desde que Louis y yo decidimos unir nuestras vidas en noviazgo, una etapa llena de descubrimientos y emociones contenidas. A menudo, me encontraba reflexionando sobre la naturaleza de nuestra relación, tan diferente a las de mis amigas, cuyos noviazgos parecían estar marcados por constantes muestras de afecto físico. Sin embargo, Louis y yo habíamos construido algo distinto, algo que se sostenía en el respeto mutuo y la promesa de un futuro compartido.
Una tarde, mientras observaba a las parejas en el parque, la curiosidad me invadió y, con un suspiro de valentía, le pregunté a Louis cuándo nos daríamos nuestro primer beso. Su respuesta fue un reflejo de la profundidad de su carácter: — Eso lo haremos cuando estemos casados, te respeto, Camille y por eso no lo hago. Hasta que seas mi esposa.
Sus palabras resonaron en mi corazón con una mezcla de sorpresa y admiración. Era un hombre de principios, alguien que valoraba la esencia de una promesa y la importancia de un compromiso a largo plazo.
Aunque parte de mí anhelaba la experiencia de un beso, esa expresión de amor que parecía tan común entre los enamorados, había algo reconfortante en saber que Louis me respetaba tanto que estaba dispuesto a esperar. No era una espera vacía, sino una llena de significado, una promesa de que cada paso que dábamos juntos nos acercaba más a un futuro en el que podríamos compartirlo todo sin reservas.
Con cada día que pasaba, mi aprecio por Louis crecía. Su paciencia y su compromiso con nuestros valores compartidos me enseñaban que el amor verdadero no se mide en momentos efímeros, sino en la constancia y la profundidad de los sentimientos que se cultivan con el tiempo. Y así, con una sonrisa en mi rostro y una certeza en mi corazón, decidí que esperaría junto a él, hasta el día de nuestra boda, cuando finalmente sellaríamos nuestro amor con un beso, el primero de muchos en nuestra vida juntos.
Mientras me pierdo en la mar de telas y encajes, mi hermana se acerca con una curiosidad que brilla en sus ojos. —Hermana, ¿cómo van las cosas con Louis?
— Todo va bien con Louis — le digo, invitándola a sentarse junto a mí.
— Ayúdame a decidir qué vestido de novia me quedaría bien, hay tantos y cada uno cuenta una historia diferente.
Con esa chispa de juventud, expresé mi deseo de probarme un vestido de novia, y no puedo evitar sonreír ante su inocencia. —Yo quiero medirme uno también.
— Cuando seas mayor, tendrás tu momento, — le aseguro, aunque en su voz detecto una sombra de duda.
—No creo que algo así me pase a mí.
— ¿Por qué piensas eso? —pregunté, pero ella desvía la conversación hacia Louis con una duda atrevida sobre si besa bien.
— Aún no nos hemos besado, — le confieso—. Louis es un caballero, y ambos hemos decidido esperar hasta el matrimonio.
—¡Qué lástima! Lo que no sabrás, de ser besada por un hombre.
Su respuesta, impregnada de sarcasmo, no logra perturbar la armonía que he experimentado en el respeto mutuo que Louis y yo compartimos.
— Cuando nos casemos tendremos tiempo de sobra para esas cosas.
— Suerte con eso, hermana.
—Gracias.
Aunque mi hermana aún no comprende del todo, sé que con el tiempo valorará la paciencia y el amor que Louis y yo nos tenemos. Mientras tanto, me concentro en la tarea de elegir un vestido que no solo celebre nuestro amor, sino que también refleje la mujer en la que me he convertido.
A la mañana siguiente nos fuimos a la tienda de vestidos de novia, mi hermana insistió en acompañarme, también iban dos amigas mías.
Las risas suaves de nosotras en la tienda crean un fondo melodioso mientras observamos cada vestido. Una asistente amable se une a nosotras, trayendo opciones que parecen sacadas de mis sueños. Mi hermana, con ojos brillantes, se prueba un velo y gira frente al espejo, imaginando su futuro con una ilusión que me llena de ternura. Le pidió a una dependienta que le tomara fotos, ella amablemente le agarró el celular y le tomó varias fotos. Mis amigas estaban incómodas porque me quitaba protagonismo. Yo siempre justificándola.
— ¿Recuerdas cuando jugábamos a las bodas en el jardín de mamá? — pregunta, su voz cargada de nostalgia. Asiento y sonrío, recordando esos días llenos de risas y flores arrancadas de los arbustos—. Siempre supe que encontrarías a alguien especial — me dice, su tono más serio de lo habitual.
— Louis, es más de lo que podía pedir, me siento feliz de tenerlo a mi lado — respondí, sintiendo una calidez que solo el amor verdadero puede otorgar.
—Amelie, es la boda de Camille no la tuya, para que te estés midiendo vestidos de novia. —dijo una de mis amigas.
—Hermana, lo siento, no quería molestar.
—Tranquila, no pasa nada. —le hice un gesto a mi amiga para que la dejara medirse los vestidos.
Finalmente, elijo un vestido que parece encapsular cada momento vivido con Louis, cada sonrisa compartida y cada promesa silenciosa. Al probármelo, siento que el tiempo se detiene; el reflejo en el espejo muestra no solo una novia, sino a una mujer que ha crecido, que ha amado profundamente y que está lista para el próximo capítulo de su vida.