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SECRETOS DE OFICINA

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Blurb

El imperio Dickens, está dirigido por los hermanos Gerardo y Alberto Dickens. Patricia una joven artista plástica y especialista en marketing comienza a trabajar con Gerardo como asistente, al poco tiempo, su hermana Gabriela comienza su trabajo de asistente con Alberto. Ellas son muy hermosas y fogosas, lo cual resulta sumamente atractivo a los dos hermanos. La oficina se llena de chismes y las hermanas caen en comentarios malintencionados y apuestas...Quien se casará con el jefe? Ninguna de las dos, una de ellas o las dos se casarán? Tú qué crees?

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COMPROMISO FALSO
Gabriela Punto de Vista Me había ido un momento a tomar mi café y cuando volví, ya no estaba. Y todavía continuaba fuera cuando en pocos minutos tenía programada una videollamada con un distribuidor europeo. No era propio de él llegar tarde o hacer cosas de última hora. Alberto Dickens era un hombre centrado y meticuloso con su trabajo. Entonces, ¿qué le había sacado de su oficina, especialmente justo antes de una reunión tan importante? Andi, la asistente de la matriarca y jefa de Dickens Incorporated, Margaret Dickens, entró en mi área de trabajo. —¿Qué ocurre? —preguntó. —Tenemos una llamada importante en unos minutos y mi jefe está ausente. Tiene que cerrar este negocio hoy —dije, revisando mis archivos por enésima vez para que, cuando llegara, estuviera preparada para reunirme con él—. ¿Lo has visto? —Margaret convocó una reunión de última hora, así que está en la sala de conferencias con sus hermanos. Al menos, los hermanos que trabajan. —Puso los ojos en blanco y supe que estaba pensando en Noé, el único hermano al que no parecía importarle el negocio—. Se está preparando para retirarse y quería contarles sus planes y expectativas. —¿Alberto será el director general? —Por lo que a mí respecta, él era el más adecuado para el papel. Aunque Perseo y Carter eran grandes activos, en mi opinión Alberto era más capaz de mantener la vista en el panorama general y de imponer el respeto y la atención de los demás dentro y fuera de la empresa. —Director de operaciones. No quiere un director general. Tienen que gestionarlo juntos por igual. —Los hermanos parecían llevarse bien, pero seguía pareciendo que debía de haber alguien al mando—. Por cierto —añadió, posando su cadera en la esquina de mi escritorio—. Les dije que se retiraba para pasar más tiempo con su novio surfista. Me reí. —Es imposible que se lo hayan creído. —Se encogió de hombros. —No lo descartaron. Alberto se apresuró hacia su oficina, moviendo la cabeza hacia ella al pasar por delante de mí. —Creo que te reclaman —dijo Andi. Recogí los archivos. —Es una llamada importante. —¿Crees que alguna vez se relaja? Tengo la teoría de que necesita echar un polvo. —Andi se levantó para apartarse de mi camino. —Crees que todo el mundo necesita echar un polvo dije, cogiendo mi bolígrafo. —Es cierto. Pero Alberto en particular. Es un tipo guapo. Rico. Inteligente. Debería tener novias a patadas, pero en cambio trabaja como un loco. ¿Cuándo crees que fue la última vez que tuvo sexo? —No lo sé. Y no me metas ideas así en la cabeza. No necesito entrar y estar pensando en mi jefe en la cama. Ella sonrió. —No sé, podría ser una imagen agradable. —Di la vuelta a mi escritorio para meterme en el despacho de Alberto. —Te veo luego. —Sí. —Andi se marchó a su despacho. Entré en el despacho de Alberto y me dirigí a su escritorio. Él ya tenía sus notas y archivos listos. Puse los míos al lado de los suyos, dispuesta a ofrecerle ayuda para proporcionarle los datos o la información que necesitara. —¿Estamos preparados para la llamada? —preguntó mientras echaba un vistazo a los archivos que le había puesto delante. —Sí, señor. —Consulté mi reloj—. Debería llamar en dos minutos más o menos. —¿Tenemos los datos de la cuota de mercado de cada país de la UE? —preguntó. —Sí, señor. Aquí mismo. Los tengo ordenados alfabéticamente por países o en esta lista, por ventas potenciales. —Le entregué los papeles y los escaneó rápido. También tengo información sobre nuestros competidores allí e hice que Perseo elaborara una lista de ventajas de nuestros productos sobre los de ellos. —Le entregué la información—. Si sabe que Dickens va a venir a Europa pase lo que pase y que va a dominar el mercado, puede que le influya. MAP y todo eso. Alberto me miró. —¿MAP? —¿Miedo a perder? —Me encogí de hombros—. El punto es atraerlo a aceptar el trato para que nadie más pueda ofrecérselo. Me estudió por un momento con esos profundos ojos azules. Andi tenía razón. Era guapo. Tenía toda la pinta de ser un playboy multimillonario, pero no lo era. Estaba demasiado centrado en la empresa. —Eres excelente en tu trabajo, señora Nichol. Cómo me gustó que reconociera mi trabajo. —Gracias, señor Dickens. —Necesito cerrar este trato hoy. Haré casi cualquier cosa para que eso suceda. La ventana de oportunidades se está cerrando si queremos estar listos para la distribución en otoño. Como su asistente, sentí la presión que tenía tanto como él. Sabía que hoy era, a todas luces, un día clave para el acuerdo. —Haré todo lo que pueda para ayudar. —El ordenador de su mesa sonó. —Hora del espectáculo —dijo, pulsando el ratón para responder a la videollamada. El señor Leone Vou apareció en la pantalla. No era mucho mayor que Alberto y, al igual que este, trabajaba en el negocio de su familia, del que se hizo cargo cuando su padre se jubiló. A diferencia de Alberto, parecía un hombre que disfrutaba de la vida. O tal vez era solo su aspecto europeo. Mientras que la corbata de Alberto estaba bien ajustada, el señor Leone Vou no se molestaba en llevar una y en su lugar llevaba la camisa con los primeros botones desabrochados. Su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás, pero tenía un aspecto barrido por el viento, como si acabara de bajarse de un descapotable después de conducir por la Costa Azul. —Señor Dickens, ¿cómo está? —El acento francés del señor Leone Vou salió del ordenador. —Por favor, llámame Alberto. Me va bien. ¿Y a ti? —Muy bien. Muy bien. Estoy deseando celebrar un trato con algo de vino y quizás un poco de amor con mi mujer esta noche. Las mejillas de Alberto se tiñeron de rosa. Esa era otra característica de los franceses, o tal vez era solo del señor.Leone Vou, pero era bastante franco sobre los muchos aspectos sensuales de la vida, incluyendo el sexo. Me pregunté si alguna vez le habría preguntado a Alberto si tenía sexo. —Bueno, entonces, vayamos al grano —dijo Alberto—. Creo que mi asistente te envió todos los detalles de nuestra última llamada. ¿Tuviste tiempo de revisarlos? —Sí, sí. Y parecen bastante favorables. —Entonces, ¿estás listo para firmar? —Alberto extendió la mano y le pasé el contrato que habíamos redactado. Él tenía uno y el señor Leone Vou otro. —Tengo que ser sincero, señor Dickens... er... Alberto. Mis preocupaciones no son sobre los términos del acuerdo. —¿Hay algo que te preocupa? —Alberto mantuvo su rostro impasible, pero pude ver cómo la tensión se acumulaba en sus anchos hombros. —No sobre las condiciones, sino sobre Dickens Incorporated. Alberto apretó la mandíbula. —Ya. Los beneficios de la empresa han aumentado un ocho por ciento este año. —Alberto se lanzó a hablar de la solidez financiera de la empresa, pero al hacerlo, noté que los ojos del señor Leone Vou empezaban a brillar. Tras haber hecho mi investigación sobreLeone Vou, me pregunté si su preocupación era menos sobre la estabilidad de la empresa.Leone Vou heredó el negocio de su padre, quien lo heredó del suyo, y así sucesivamente durante casi ciento cincuenta años. Era un hombre impregnado de historia familiar. También me enteré de que parecía preferir hacer negocios con otras empresas que tenían una larga tradición familiar. Decidí ayudar a Alberto. —No olvides que Dickens Incorporated fue fundada hace cincuenta años por Margaret Dickens, la abuela del señor Dickens. Incluso cuando ella se prepara para jubilarse, sus cuatro nietos ya están muy involucrados en el negocio y comprometidos con la continuación de su legado. Alberto no me miró, y me preocupó que tal vez me hubiera excedido. El señor Leone Vou sonrió. —Soy consciente de la historia de su empresa. Es una de las razones por las que estoy negociando con vosotros. Quizá debáis saber que preferimos trabajar con empresas familiares. Ofrecen estabilidad y un legado que cada generación quiere proteger. Sin embargo, ninguno de todos esos nietos de la señora Dickens está casado o comprometido. No tienen hijos que continúen con el negocio. —Todavía son jóvenes —dije. Después de todo, Alberto solo tenía veintiocho años y era el mayor. —Me he centrado en el negocio de mi familia —añadió Alberto. —Sí, por supuesto. Sin embargo, cuando tu abuela se jubile, ¿qué va a impedir que los cuatro hermanos disuelvan la empresa o la vendan? Podrían ir cada uno por su lado y nos quedaríamos con un trato que no queremos —dijo el señor Leone Vou. En mi opinión, también podrían separarse o vender si estuvieran casados, pero supuse que estaba pensando que con esposas y familias los hermanos Dickens tendrían un mayor sentido del deber de transmitir el negocio a sus hijos. Alberto se enderezó en la silla. De pie junto a él, y observándolo, me pregunté qué estaría pasando por su cabeza. Ni él ni sus hermanos tenían perspectivas de matrimonio, que yo supiera. Su padre era viudo, pero hacía muchos años que no se relacionaba con la empresa. Desde mucho antes de que yo empezara, incluso. —No tienes que preocuparte de que la propiedad familiar de la empresa termine con mi generación. Tengo toda la intención de que mis hijos participen en ella. El señor Leone Vou sonrió. —Sí, pero no tienes hijos, a no ser que yo los desconozca. —Todavía no los tengo —admitió Alberto. —Tampoco una esposa. De hecho, mi investigación sugiere que no sales mucho. Investigar a los posibles socios comerciales era algo habitual, pero imaginé que para Alberto seguía siendo espeluznante saber que el señor Leone Vou había indagado en su vida. Volvió a tensársele la mandíbula. —Yo trabajo. Estoy casado con mi empresa. Eso debería contar para algo. La expresión del señor Leone Vou sugería que no estaba convencido. Alberto me miró. Sonreí, esperando animarlo. Volvió a mirar la pantalla. —La verdad es que he estado viendo a alguien y bueno... nos hemos comprometido recientemente, pero lo hemos mantenido en secreto. Era extraño la maraña de celos que sentía por eso. Lo sabía todo sobre este hombre, ¿cómo no sabía que estaba viendo a alguien? ¿Y que se había comprometido? ¿Por qué iba a ocultar eso a sus hermanos y a su abuela? —Ah ¿sí? Cuéntamelo —dijo el señor Leone Vou. —Sé que es un poco cliché —comenzó Alberto—. Supongo que fueron todas las largas horas que pasamos juntos. Fruncí el ceño mientras intentaba averiguar con quién había estado trabajando muchas horas aparte de mí. La mirada del señor Leone Vou se dirigió a mí y luego volvió a mirar a Alberto. —¿Estás diciendo que estás comprometido con tu asistente? ¿Qué? La mano de Alberto cubrió la mía sobre su escritorio. —Sí. Estoy comprometido con la señora... Gabriela y yo planeamos casarnos pronto.

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