Soy el infierno y el cielo.
Estábamos listos para salir, nos subimos a la camioneta, un Ram 3500 del último año, de color negra, que habíamos enviado a blindar. El destripador nunca había blindado sus autos, prefería usar autos chicos, que según yo, eran demasiado fáciles de interceptar, de volcar y por sobre todo de quemar, en cambio mis camionetas eran gigantes y blindadas, en las persecuciones, éramos nosotros los que dábamos vuelta los autos y los chocábamos.
A pesar de todo, en este mundo, la mayoría de los hombres no pensaban con claridad, o mejor dicho, su superioridad no los deja pensar con claridad. Yo siempre era la mejor, y no habíamos perdido ningún enfrentamiento.
—Richard me informa que hay un carro de policía frente a la calle —dice Tattos.
—Diles que se suban y los amenacen, pero que no los maten —dice Derek, Tattos me mira y yo asiento.
—No es a ellos a quienes tenemos que matar, además sabes que no me gusta matar policías a menos que sea muy necesario —digo, él asiente, saca su celular y le envía un mensaje a Richard.
Hoy no lo íbamos a matar, al menos ese era mi plan, quería asustarlo y que él mismo diera la orden de sacar a ese policía de mi ciudad, aunque si se ponía muy difícil iba a tener que besar el cañón de mi arma.
Pero matar policías era un dolor en el trasero, ellos abrían investigaciones y teníamos que gastar mucho dinero sobornando, yo prefería eliminarlos pero tenía que actuar con inteligencia y no con impulsividad.
Cuando llegamos a la casa del senador, me fije en lo blanca que era, no tenía ningún otro color, parecía tan alegre, tan lujosa, tan de clase. Prácticamente vivían en lujos a merced de mentiras que les decían a la gente, la falta de educación a veces no permitía ver con claridad a las personas.
—¿Todo listo? —le pregunto a Richard cuando Tattos me da el celular.
—Todo listo, Diosa —dice él, no respondo, solo corto la llamada.
—Ryan, aparca una cuadra antes, no queremos despertar sospechas —digo, él asiente—. Entraremos, cuando salgamos de la casa debes estar afuera —digo, él asiente.
—Por supuesto —
—Bueno chicos, a trabajar —digo. Derek y Tattos bajan primero, cuando se aseguran que todo esta normal, me dan una señal para bajarme, caminamos con lentitud hacia la casa del senador, como si fuéramos personas normales, caminando hacia sus casas—. ¿Qué tal, Linda? —le pregunto a Tattos, él sonríe.
—Muy bien, le ha encantado el regalo que usted le ha dado y le manda muchos agradecimientos, ahora que esta casi a punto de dar a luz, me preocupo bastante de que no camine mucho, se cansa —dice, yo asiento.
Tattos, por mucho miedo que diera, él tenía familia, Linda era una mujer hermosa, y era a la única que consideraba mi amiga, Tattos nos presento cuando yo recién había tomado el mando y ella me ayudo en muchas cosas, sin ella, probablemente me habría costado más.
—Me alegro mucho, ¿le has planteado el de venir a vivir con nosotros? —pregunto, él niega.
—Lo haré hoy —dice, yo asiento.
—¿Tocamos el timbre o rompemos ventana? —pregunta Derek, yo lo miro.
—Tocamos timbre por supuesto, somos personas decentes —digo, los chicos ríen y yo también.
No es que no lo fuéramos, dependía de cada persona, algunos nos veían cómo sus salvadores y otros como sus verdugos.
La puerta se abrió al instante de tocar y el hombre detrás de ella se queda helado al verme, intenta cerrar la puerta pero Tattos se lo interrumpe.
—Por dios, senador, esa no es manera de recibir a sus invitados —le digo sonriendo.
—Claro que no —dice Tattos sonriendo de esa forma tan espeluznante que lo caracteriza.
—¿Qué hacen aquí? —dice cuando Derek lo agarra del hombro y lo tira hacia adentro, yo miro a todos lados y luego entro junto a Tattos,
—¿Esta es forma de recibir a tus invitados? —le pregunto sonriendo, él me mira asustado, Derek en cambio rueda los ojos divertido.
—Tantos títulos pero ninguno en educación —dice riendo, yo sonrío.
—Estoy segura que sabes perfectamente qué hacemos aquí —digo—. La verdad me sorprende que no nos esperaras —
—Yo no tuve nada que ver —dice asustado Derek comienza a jugar con un cuchillo grande de su cocina.
Me siento en una silla frente a él, cruzo mis piernas y lo miro atentamente.
—Alguien me dijo que si —
—¿Quién? —pregunta, yo niego.
—Ella es la Diosa, ¿se te olvida? —le dice Tattos riendo.
—Mira, quiero que lo saques al estúpido policía de mi ciudad, no quiero matarlo —digo, luego le apunto con mi dedo—. Ni a ti —
El imbécil traga saliva, nos mira asustados a todos.
—Intentaré hacer algo —dice, yo niego.
—Harás algo, y si no eres tú el que lo envío, entonces me averiguarás quién fue —digo, me levanto y le hago una señal a los chicos—. No me hagas volver aquí, cariño, tú sabes que soy tu cielo o tu infierno, elige bien —le digo guiñándole el ojo.
Era un hombre gordo y feo, y tenía una esposa hermosa, lo único que se me ocurre es el dinero que él podía ofrecerle.
—Yo quería matarlo —dice Derek cuando salimos, Tattos y yo lo quedamos mirando, luego él se larga a reír—. Bueno sus miradas me hacen sentir mal, teniendo en cuenta que no se creyeron que yo podía hacer algo así —dice, yo muevo la cabeza.
—Larguemonos de este lugar —
Tattos le da la orden a los chicos de volver a nuestro fuerte, a mí me gustaba llamarlo casa, pero normalmente ellos le decían “el fuerte”
—Ni dios ni el diablo entran aquí —decían los chicos.