Los ojos inquisidores de Gabriella no se apartaban ni un solo segundo de él como si estuviera reprochándole lo que le había hecho al hombre que ahora recordaba se llamaba Renatto. El italiano intentó hacerse el despistado al respecto, lo que pasara o dejara de pasar con él no era problema suyo, lo que le recordaba que tenía que preguntar a Bernardo si ya habían mandado el dinero de la reparación del auto. —Luca—dijo ella con un tono esperanzador—, si no has venido a dejarme una disculpa luego de que consideraras lo mal que procediste, dime entonces a qué has venido. —¿Tanto te importa? —¿Cómo? —¿Tanto te importa lo que pase o deje de pasarle al tal Onatto? —Renatto, Luca, se llama Renatto—corrigió ella intentando ocultar la sonrisa que había brotado de sus labios de manera inevitable

